Capítulo XIX

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Las manos de Zoro tiritaron al ver el periódico que Mihawk le había brindado en silencio. Este le había ido a buscar luego de un par de horas, y el menor no se resistió.

—D-Debe de ser u-una broma —. Tragó fuertemente para apaciguar su nerviosismo y desesperación. Su esperanza de irse del castillo pronto se esfumó rápidamente.

Dejó el periódico sobre la mesa, junto a su plato lleno de comida. Sus manos aún no se tranquilizaban, dificultando su apoyo en la mesa del comedor.

—Come —. Demandó, sin mirar su rostro desesperado; por un momento se arrepintió de haberle pasado el periódico, pero sabía que era lo correcto.

Zoro se sentó y miró su plato. Mihawk le había preparado un Omelette, acompañado por un jugo de naranja.

Sintió como unas náuseas se apoderó de su garganta, y sus ganas de comer desaparecieron.

—G-Gracias, pero ya no tengo hambre.

—No me importa en lo absoluto —. Su voz pasó de ser suave a estricta, demostrando sin pudor su molestia en el asunto. —Come.

—Y-Yo...

—¡Come! —Demandó, golpeando tan fuerte con sus palabras la cabeza del menor, cómo la mesa con ayuda de sus manos empuñadas. Zoro, asustado, comenzó a comer forzadamente.

Luchó con su interior para no vomitar la comida, pero al paso de cada cucharada, su náuseas comenzaron a escasear, dejando solo el hambre.

De pronto se encontró a sí mismo tragando la comida deliciosa que su maestro había preparado. Hizo una mueca satisfecho cuando terminó de tomar su jugo.

Mihawk lo vio en silencio y un golpe de tristeza se adueñó de su alma al recordar la imagen de él junto con Shanks en la misma cama. Algo que a su parecer estaban disfrutando los dos. Pero un pensamiento siempre estorbó sus ideas, y era por qué Zoro estaba tan triste. En general, cuando una pareja engaña a la otra y esta se da cuenta, se relaja al saber que ya no seguirían juntos. Pero Zoro entró en una vasta depresión junto con Shanks.

Perona, tras el encuentro, elaboró una rutina inquebrantable. Entre sus acciones era pasar dos horas al día en el jardín mirando al mar y pasar cinco horas encerradas en su habitación.

Ya no hablaba mucho con ella, ya que su comportamiento había cambiado drásticamente. Pasó de ser una mujer chillona y molesta, a una mujer seria y elegante, con aires de arrogancia.

Cerró los ojos para eliminar sus pensamientos, hacer Zoro comer era lo más importante.

—¿Quieres más? —Preguntó mirando la cocina, donde yacía Perona lavando los platos.

Zoro lo miró con ojos suplicantes.

Tomó el plato y lo llevó a la cocina para servir una gran porción. Al frente, Perona lo miraba a través del vidrio de la ventana, preguntándose como es posible que ha pesar de lo que sucedió, Mihawk seguía preocupándose por el.

—¿Tan fuerte es tu vínculo con él, como para seguir preocupándote? ¿A pesar de que te engañó? —Preguntó sin temor, mirando el plato debajo de la corriente de agua.

Mihawk solo la miró y se fue, junto con el plato de comida. Perona suspiró derrotada, temiendo que volvieran a tener una relación.

Cerró los ojos y con una impotencia creciendo en su pecho llamó a Sengoku, para poder contarle el grave problema que estaba ocurriendo.

Mientras tanto, Mihawk sirvió con tristeza el plato a Zoro, quien miraba hambriento la comida.

Se sentó en la otra esquina de la mesa y miró sus manos, pensando en como manejar todo lo sucedido. Sabía que tarde o temprano debía de hablar; de forma madura, pero le asustaba el hecho de que Zoro no estuviera preocupado por ello.

El peliverde terminó su segundo plato, y con ganas de un tercero se dirigió a la cocina, sin dirigirle una palabra a su maestro. Si bien estaban disgustados, Zoro siempre iba a calmarse un poco al tener a su amado al frente, y aquello le causó un apetito insaciable.

Escuchó desde la cocina la voz de Perona hablar angustiada con su mentor, y aquello le causó una rabia incomparable, que le cegó su mente y su apetito. Dejó el plato en lavaplatos y con una mueca de furia se acercó a paso lento hacia la mujer.

Mihawk presenció cada movimiento, y supo de inmediato lo que pasaba. No fue necesario que palabras salieran de sus bocas para enterarse de quien era el culpable de aquel encuentro sexual. Perona estaba detrás de todo eso.

Se acercó sin hacer ruido detrás de Zoro, para evitar algún choque entre ellos. Pero no sirvió de nada, en tan solo dos segundos, el espadachín ya había atacado sin piedad la cabeza de la chica, quien, todavía al teléfono, gritó con dolor, alarmando a la autoridad.

—¡Roronoa! —Mihawk inmediatamente sujetó con sus brazos al menor, quien se calmó a sentir aquella calidez conocida. Perona se encontraba en el suelo, sangrando gravemente y a nada de perder la conciencia.

¡Malditos...! ¡Ya verán lo que sucederá! —Sengoku colgó apenas terminó de hablar, y con toda la impotencia y asco hacia aquellos piratas, llamó a su escuadrón.

Mihawk besó el cabello de Zoro y le soltó, para después tomar a Perona en sus brazos. Ella solo lo miró, y con asco comenzó a perder la conciencia producto del golpe.

—Espero que estés consiente de lo que se aproxima —. Carraspeó, algo inquieto. -La marina ya viene en camino. Lamentablemente, estamos cerca de su cuartel general.

—L-Lo lamento, y-yo no... —Zoro perdió la mirada en sus manos llenas de sangre, pero el Sichibukai le interrumpió.

—No te angusties, Roronoa. Se lo que te hizo pasar —. Aquella mirada perdida ahora se convirtió en una llena de esperanza. Zoro sospechó que Mihawk supuso lo sucedido. Bajó la mirada y sonrió calmado, se levantó del suelo y fue en busca de sus katanas, sin antes darle un beso en la mejilla a su maestro.

Mihawk arrojó el cuerpo de Perona sin cuidado al sofá, y se sentó al lado de su preciada espada, esperando el siguiente movimiento de los marines.

—No creí que mi puesto de Sichibukai iba a acabar así —. Habló al sentir al espadachín cerca.

—¿Cómo creías que iba a terminar?

—Siempre pensé que iba a ser causa de la marina, ya sabes, que ellos iban a derrocarnos —. Sonrió con malicia, asustando un poco a Zoro. —Pero acá me ves.

Pasaron un par de horas hasta que una presencia poderosa se adueñó de toda la isla... habían llegado. Y el menor, por más que intentara ignorar su instinto, se preparó para la batalla.

El mejor espadachín -MiZoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora