Capítulo VII

1.6K 153 13
                                    

Zoro se encontraba en el patio entrenando. Eran las once de la noche y el cielo se encontraba más oscuro de lo normal, por lo que en ningún momento se dio cuenta de la penetrante mirada de Mihawk.

Habían pasado dos semanas de la llegada del peliverde a la isla, y se le hizo costumbre mirarle entrenar desde el gran ventanal de su habitación, junto con una copa de vino dulce. El peliverde le causaba una gran curiosidad en él. ¿Por que querrá, con tantas ansias, ser el mejor espadachín?

No estaba entre sus intereses entrenarlo físicamente, solo le daba consejos de movimientos u poses para atacar, nada más. Pero una parte de él quería que lo superara, ya que lo encontraba digno a comparación con los otros espadachines que se había encontrado en su largo viaje.

Su primer encuentro en el Baratie le había cambiado su punto de vista. No encontraba nadie más digno que el para el título de "el mejor espadachín", aún que sonara de lo más ególatra. Pero cuando terminó su duelo con Zoro, una parte de su mente le dijo "él es el indicado".

Miró su espalda; la herida que Shanks le había dejado ya comenzaba a desaparecer, la única cicatriz notoria que adornaba su cuerpo era la que le había hecho él meses antes, que se encontraba en su pecho.

Miró nuevamente como entrenaba, definitivamente su fuerza era exagerada. Podía soportar más de quinientos kilos con su cuerpo, manejar todas las espadas que él quisiera de todas las maneras posibles, podía esquivar cualquier ataque si su rival no era organizado. Lo único que le faltaba era estrategia, confianza y quizás algo de elegancia.

Mihawk estaba seguro de que si manejaba las dos principales, sería capaz de derrotarlo.

Lo siguió mirando durante varios minutos, hasta que se fijó en las gotas de sudor que caían por su cuerpo, causando que se quitara el hamaraki, dejando su torso completamente desnudo.

Definitivamente, había algo que le generaba curiosidad en él.

Mihawk se sonrojó cuando le vio hacer eso, causando que quitara la mirada y se dispusiera a dormir. Pero su instinto carnal le dijo que siguiera mirando.

Se sentó nuevamente en la cama y dirigió su mirada al peliverde nuevamente a través del ventanal. Éste se encontraba sentado en posición india, con sus tres katanas en el regazo.

—Está meditando... —Dirigió su mirada hacia a su espalda, que ahora se encontraba más encorvada, mostrando la forma de su columna y los músculos que poseía.

Un hormigueo bajó desde su pecho a su abdomen bajo, causando una cosquilla en todo su cuerpo.

—Debes de estar bromeando... —Miró su entrepierna, quien había comenzado a despertarse.

No mentiría si dijera que llevaba años sin algún contacto físico con alguna mujer. Se había acostumbrado a vivir solo y no hablaba con nadie, a excepción de Roronoa y Akagami. Su abstinencia había ya pasado los siete años.

Intentó ignorarlo mientras seguía viendo a Roronoa entrenar. Pero cuando éste se giró al ventanal, se acostó rápidamente para que no lo sorprendiera mirándolo.

Se sintió como una jovenzuela espiando a su enamorado.

Estaba de espaldas a su cama, totalmente tenso y con un hormigueo cada vez más fuerte en su cuerpo. Hasta que se dio cuenta que su entrepierna estaba totalmente levantada.

Infló sus mejillas y frunció los labios como un niño pequeño, y se dirigió al baño.

Cuando cerró la puerta, Roronoa se había adentrado al castillo, con una toalla entre sus hombros y sus katanas en su haramaki. Subió las escaleras y se adentró a su habitación.

Dejó sus katanas en el armario al igual que la toalla sudada. Tomó su pijama, un abrigo y se dirigió al baño para ducharse.

Se paró en frente de la puerta del baño, y en el momento que iba a tomar la perilla, escuchó un gruñido, y se paralizó.

—Acaso... —Pegó una oreja en la puerta, e intento agudizar su oído para aclararse y retractarse de sus pensamientos, pero un gemido leve y grave hizo que se separase de su puerta y fuera casi corriendo a su habitación de nuevo.

—¡Debe de estar bromeando! — olocó sus manos en sus orejas en un intento de no escuchar nada, pero aquel gemido seguía retumbando en su cabeza.

Se tiró a la cama de pecho, intentando borrar sus pensamientos e intentar dormir. Pero si había algo que se había acostumbrado, era que no podía dormir sudado.

Esperó a que Mihawk saliera del baño para poder correr y ducharse rápidamente, sin intentar pensar en lo que había sucedido en aquel lugar.

Después de unos minutos, escuchó un chirrido proveniente de una puerta, lo que le daba a entender que Mihawk estaba en su habitación.

Tomó nuevamente su ropa y se adentró al baño, sin mirar a ningún lugar que le diera indicios de aquella acción.

Se duchó, y con ayuda de una toalla que encontró en el baño, se secó con los ojos cerrados.

—Se que es totalmente normal. Él es un hombre como yo, tiene sus necesidades y tal, pero es incómodo pensarlo. —Murmuró, buscando con los ojos cerrados su ropa, hasta palpar su ropa interior y se la colocó rápidamente.

Siguió buscando su pijama, hasta que recordó que lo había dejado en la cama y solo había tomado su ropa interior dentro de su incomodidad.

—Debe de ser una maldita broma... —Abrió un ojo para analizar rápidamente el baño, pero no vio en ningún lado su pijama.

Secó rápidamente su cabello, eliminando toda gota que escurría por su cuello, y tiró la toalla al cesto de ropa sucia que se encontraba en una esquina. Suspiró.

Abrió la puerta y miró a los lados del pasillo para ver si estaba Mihawk por allí, pero lo único que encontró fueron sus zapatos afuera de la puerta de la habitación, la cual se encontraba entreabierta.

Respiró profundamente y salió del baño, caminando a paso lento para no hacer ningún ruido. Hasta que finalmente llegó a la puerta de su habitación.

—Roronoa...

El mejor espadachín -MiZoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora