Capítulo 2

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«Maldita sea, ¿dónde está el papel?» pensaba Helena mientras buscaba entre todo el montón de papeles que yacían regados y desordenados por todo lo largo y todo lo ancho de su escritorio.

Helena nunca se ha caracterizado por ser muy ordenada y eso le traía muchos problemas de vez en cuando, como ahora. Eran casi las tres de la tarde y Helena estaba en su despacho en las oficinas de la empresa de su familia y estaba hasta el cuello de trabajo debido a una demanda a la compañía.

La arda búsqueda que realizaba Helena se vio interrumpida cuando escuchó que llamaban a la puerta de su despacho. Era un toque paciente, delicado y bastante familiar para Helena ella dirigió su mirada hacía la puerta y su expresión de preocupación se tornó una más tranquila.

—Pasa, Emily. 

La puerta se abrió y entró Emily con una sonrisa que disfrazaba su tristeza. Dio unos pasos al frente y se detuvo frente a su hermana gemela.

—Solo quería despedirme —dijo Emily—. Me iré temprano para ver a Bruno antes de que se vaya a España.

—Qué suerte tienes. Yo me quedaré hasta tarde, tengo mucho trabajo que hacer.

—Eso veo —señaló Emily—. Bueno, te dejo trabajar. Adiós.

Emily se dio media vuelta y estuvo a punto de cerrar la puerta tras de sí pero fue interrumpida por Helena

—Te veo mañana.

Emily no respondió y simplemente agachó la cabeza y se marchó cerrando la puerta.

«Se le nota muy extraña, debe ser porque le da tristeza no ver a Bruno» pensó Helena antes de volver a sus asuntos pendientes.

—¡Aquí está! —exclamó ella victoriosa—, ¿creíste que no te iba a encontrar?

***

Emily subió a su camioneta y condujo hasta su residencia donde Bruno se preparaba para irse a España. Cuando la señorita Lambert arribó a su hogar a las tres y media de una tarde nublada de veinticuatro de abril.

—Bienvenida, señora Lambert —saludó Charlie Evans, uno de los guardias de seguridad de la mansión—, espero no haya tenido ningún inconveniente.

—No, Charlie, todo estuvo bien, gracias. ¿Dónde está mi esposo?

—Está en su recamara enlistando sus pertenencias.

«Como siempre a última hora» se dijo Emily para sí. Tras agradecer a Charlie entró a la mansión que se encontraba en silencio, no había ni un alma. Esto es porque ese día los trabajadores no asistían a trabajar.

Al entrar a sus aposentos, Emily encontró a su esposo metiendo las últimas prendas de ropa a una maleta grande. Inmediatamente Bruno dejó eso al ver que no estaba solo. 

—Hola —saludó Bruno—, llegaste justo a tiempo.

—No podía vivir sin despedirme de ti. 

Bruno se acercó a Emily y la besó con dulzura y después chocó su frente con la de ella haciendo que ambos escucharan la respiración del otro; sus manos se encontraron y se entrelazaron dejándose llevar por el momento.

No me quiero ir —confesó Bruno en voz baja—. Como quisiera quedarme.

Lo sé —sollozó Emily.

No estés triste, Em. No me iré para siempre, solo serán dos días.

Lo siento, no puedo evitarlo.

Enternecido por el llanto de su esposa, Bruno retiró delicadamente las lagrimas que corrían por las blancas mejillas de Emily.

No tienes que disculparte —retomó Bruno—. Prométeme una cosa, nunca volverás a derramar ni una lagrima por mí.  

¿Qué dices?

Yo no merezco tus lagrimas, por eso, nunca debes lloras por mí. ¿Me lo prometes?

Está bien.

Ese hermoso momento fue interrumpido por la intrusión de Charlie.

—Disculpen, señor y señora Lambert, pero, ya es hora partir.

Emily acompañó a Bruno hasta la camioneta que lo llevaría al aeropuerto y aunque se despidieron con un beso, para Emily no fue suficiente pues incluso cuando la camioneta comenzó a andar, la señorita Lambert persiguió el vehículo hasta perderlo de vista.




La LlamadaWhere stories live. Discover now