29: Todos cometemos errores

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Vienna

2 años antes

Las mismas palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Lo habían hecho durante días. Era un incesable eco que, mientras más se reproducía, más daño me hacía. A veces dejaba de sentir, me transformaba en algo vacío. Otras veces sentía demasiado y me derrumbaba. Casi nunca encontraba el punto medio.

Excepto ese día. Tal vez por eso le había escrito para vernos.

Había elegido un café retirado, de forma que las probabilidades de cruzarnos con personas de la universidad fueran casi nulas. Era un tema privado, algo que nadie merecía escuchar más que nosotros. Mientras lo esperaba, observé a todas las personas que se encontraban allí, absortas en conversaciones posiblemente poco trascendentales. Y en el medio de aquel bullicio matutino estaba yo, con mi mundo colapsando.

¿Cómo regresaría a casa? ¿Cómo se lo contaría a mis padres? ¿Me echarían la culpa? ¿Acaso sí era mi culpa?

Vi a Charlie entrar al café con su clásica expresión ganadora. Durante años me había encantado la confianza que tenía en sí mismo. Su barba le había crecido, se había dejado el pelo más largo, y aun así conservaba el mismo brillo en sus ojos castaños que me había conquistado el primer día. Cuando su mirada se encontró con la mía, ladeó una sonrisa con lentitud, tomándose el tiempo y creyendo que eso me haría suspirar, como tantas veces llegó a hacer.

—Vienna, qué sorpresa que me escribieras —dijo cuando llegó a mi mesa.

Me quedé paralizada, sin ser capaz de responder algo o siquiera levantarme para darle un beso en la mejilla. Lo cual también sería extraño porque durante años solo nos besamos en los labios. De inmediato, Charlie notó lo tensa que estaba.

—¿Estás bien?

Me quedé observándolo en silencio. Cada detalle, cada gesto, cada cosa que siempre creí conocer de él y que en algún momento me enamoró. No era como si esos sentimientos hubieran desaparecido por completo, no obstante, no podía percibirlo igual. Algo ahora me desagradaba. Ya no me gustaba la forma de sus labios, ni cómo le caía el pelo en la frente, ni su barba, ni la sonrisa confiada, ni la ropa que solía quedarle grande, ni siquiera su voz. Ahora me generaba rechazo.

—¿Vienna? —insistió, sin atreverse a sentarse frente a mí, más bien preparado para pedir ayuda si era necesario.

Parpadeé varias veces y volví a la realidad.

—Hola, Charlie —dije con toda la calma interior que logré encontrar, lo cual era un milagro.

Él me escudriñó con cierto recelo, pero finalmente se sentó.

—Me pareció curioso que me escribieras después de todos estos meses —comentó. Luego le hizo una señal a la camarera para que se acercara.

Pidió cafés por los dos, con aquella mala costumbre que tenía de decidir por mí. No me opuse porque aquella no era la discusión que quería tener esa mañana. En realidad, no quería tener ninguna discusión, solo charlar con él sobre la noticia que había recibido.

Charlie notó mi incomodidad e intentó romper el silencio.

—Y... ¿Qué has hecho todo este tiempo?

—Solo trabajar. ¿Tú?

Además de acostarte con toda la ciudad, pensé.

—Trabajar también, sigo en la tienda. Vi en Facebook que empezaste en el SFMOMA. Eso es genial, felicidades.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Where stories live. Discover now