30: Confianza

3.5K 437 139
                                    

Vienna

Nate me contempló en silencio durante varios segundos. A veces abría la boca con la intención de decir algo, pero al instante se retractaba. Yo fui incapaz de pronunciar algo más, en especial cuando en su mirada reconocí las emociones de las que siempre había huido.

Al principio lució confundido, sorprendido, y se tomó su tiempo para procesar la noticia. Pero cuando al fin lo hizo, en su expresión reinó la molestia.

—Así que era esto —dijo finalmente. Tragué saliva con fuerza y esperé a que continuara—. Era esto lo que no habías querido decirme, lo que me estabas ocultando.

Asentí.

—Espero que ahora entiendas el motivo.

—No, Vienna, no lo entiendo —soltó, enfadado. Se apartó de mí y se levantó de la cama para abrocharse el pantalón—. ¿Qué pensabas que iba a hacer? ¿Juzgarte? ¿Eso es lo que esperabas de mí? ¿Acaso no he hecho hasta lo imposible por crear una zona segura entre los dos desde siempre?

Verlo vestirse resultó más doloroso de lo que imaginé alguna vez. Era un rotundo «no quiero nada contigo hoy y posiblemente nunca», justo cuando pensaba que las cosas al fin comenzaban a resultar para los dos.

Me puse de pie y cubrí mis pechos con los brazos, sin ser capaz de realizar algún otro movimiento. Mi garganta dolía debido al nudo que me impedía hasta respirar con normalidad y mis ojos escocían, amenazando con llorar.

—Solo estaba intentando evitar... —confesé con la voz rota— que te alejaras de mí por culpa de esto, que me miraras distinto, como han hecho todos antes de ti.

—En este momento tengo unas ganas gigantes de irme de aquí pero no por tu condición sino por tu falta de confianza, por todas las veces que pudiste habérmelo dicho y no lo hiciste. ¿Y si esta noche hubiéramos bebido solo un poco más y hubiéramos tenido relaciones sin que yo supiera que eres seropositiva? Joder, Vienna, ¿sabes cuántas veces estuvimos a punto de hacerlo?

Enfadado era poco. Cada nueva palabra la pronunciaba más y más alto, y sus manos iban de un lado para otro, sin poder contener sus emociones. Sentí un par de lágrimas correr por mis mejillas y las limpié de inmediato.

—¿Crees que ha sido fácil para mí, Nate? ¿Crees que ha sido divertido ocultarte esto sabiendo que no es más que una bomba de tiempo? ¿Crees que no me he sentido culpable? Y aún después de confesarte el secreto más íntimo y doloroso que vive conmigo, has sido incapaz de preguntarme cómo me contagié o cómo eso me hizo llegar a un grupo de ayuda. Puede que no me estés juzgando por ser seropositiva, pero me estás juzgando por todo lo demás y me estás haciendo sentir peor de lo que ya me siento.

Se quedó callado, observándome mientras yo apretaba los labios para no llorar con todas las ganas que estaba conteniendo. Entonces, aquella rabia desapareció y su boca curvó hacia abajo, acompañada de una mirada triste. Caminó hasta mí, rescató su camisa del suelo y con cuidado me vistió con ella. No me miró a los ojos hasta que abrochó el último botón.

—Me has preguntado muchas veces sobre Charlie —murmuré—. ¿Estás listo para escuchar la historia completa?

Nate se sentó en la cama con los brazos sobre los muslos y suspiró. Asintió en silencio, así que me senté a su lado y me tomé unos segundos antes de comenzar.

—Lo conocí en mi primera semana de clases. Era asistente de uno de mis profesores y me acerqué a él para hacerle una pregunta sobre la materia. Fue un flechazo al instante. Tal vez porque estaba unos trimestres más arriba, o porque sabía más que yo, o porque tenía mucha confianza en sí mismo, o porque a pesar de su sonrisa pícara tenía una mirada dulce. La semana siguiente conversamos en una fiesta y caí más profundo. Incluso acepté que nos fuéramos de ahí en su coche a hacer locuras en San Francisco.

Vendiendo mentiras © [Vendedores #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora