Capítulo 3

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Japón. Aquella enorme isla del pacífico estaba allí debajo. Podía ver el monte Fuji a través de la ventanilla del avión.

Aún no sabía como la abuela había conseguido plaza en el prestigioso Japan Shiatsu College, pero ahí estaba yo, camino de la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Tokio. Con un diccionario de japonés instalado en mi teléfono, una matrícula en un curso casi vetado para extranjeros, y unos cuantos esparadrapos en mi piel.

Sabía que la abuela Emma tenía una buena cantidad de dinero, pero aún así, eso no era suficiente como conseguir aquel tipo de cosas.

Cuando salimos por la puerta de llegadas, me sorprendió la seguridad de la abuela al caminar. Aquella mujer estaba como pez en el agua en cualquier sitio al que fuéramos, o al menos lo parecía. Nos detuvimos junto a una elegante mujer. Era claramente asiática, de unos cuarenta y muchos, y sonrió a la abuela cuando esta se dirigió a ella.

-           Bienvenida, Emma-san.-

-           Mai, me alegro de verte. Acércate, tesoro. Mai, esta es mi nieta, Elsa, de la que te hablé. –

La mujer me ofreció otra reverencia, igual a la de mi abuela.

-           Es un placer conocerte, joven Elsa.-

Más tarde supe, que aquella mujer, sería algo más que mi enlace con aquella nueva cultura. Mai se convirtió en mi tutora. Me enseñó algo más que las costumbres y la lengua nipona. Durante los tres años que me tomaría licenciarme en el College, ella haría de mí una mujer con presencia.  Notaba como los hombres la admiraban en la distancia, como si acercarse a ella estuviese fuera de su alcance.

Había leído “Memorias de una Geisha”, ¿sería ella una Geisha moderna?, sospechaba que sí, y de las caras. Pude descubrir que se codeaba con los magnates más importantes de la zona, incluso de fuera de Tokio. Cualquier político mataría por tener acceso a su agenda. Pero Mai no era una estricta seguidora de la cultura nipona. En ella convergían el mundo Japonés y occidental, creando un caleidoscopio embriagador y atrayente.

Junto a Mai aprendí muchas cosas, sobre todo a mantener el tipo en todas las situaciones. Ella nunca perdía la calma, parecía saber qué hacer en cualquier situación. Gracias a ella, aprendí algunas máximas que más de uno tendría que poner en práctica, sobre todo una que parecía regir su mundo; “si no tienes nada inteligente que decir, mejor no digas nada”. Y funcionaba, el silencio conseguía muchas más cosas que una conversación educada.

Otro detalle que también era importante, Mai me enseñó a caminar con tacones, y no me refiero a hacerlo sin más, no, ella lo convertía en algo más que un arte. Ella lo hacía manteniendo la espalda recta, y lo hacía de la manera más femenina y sensual. Era una manera de anunciar al viento que eras un bocado exquisito, que pocos merecían alcanzar.

Mi primer día de clase, me sorprendió un alto número de alumnos invidentes, pero resultó que este tipo de masaje estaba priorizado para los que tenían aquella deficiencia. Y comprendí porqué, el profesional “siente” al paciente. El shiatsu, es un tipo de masaje en el que se aplica presión con los dedos y las palmas de las manos, básicamente, sobre determinados puntos  del cuerpo del paciente. Con este masaje, se corrigen irregularidades, se mantiene y mejora la salud, se alivian molestias, dolores, y se activa la capacidad de autocuración del propio cuerpo, todo ello sin efectos secundarios. Se suelen incluir estiramientos, movilizaciones y manipulaciones articulares para completar la terapia del masaje.

Antes de poner mis manos sobre mi primer paciente, el profesor Himmo me vendó los ojos con un pañuelo de seda. Y entendí el porqué. Los ojos no sirven de mucho. Mis manos, sobre todo mis dedos, eran los mejores receptores a la hora de buscar y trabajar con los puntos que necesitaban terapia. Pero sobre todo el oído, era la mejor herramienta para saber si estaba haciendo bien mi trabajo. La respiración del paciente, las pausas cuando inhala o exhala, sus gemidos… cualquier ruido que procediera del sujeto, era el mejor chivato. Todas las pistas estaban allí, solo debía aprender a escuchar.

Aunque mi adiestramiento y el curso de Shiatsu me mantenían muy ocupada, aún seguía estando en contacto con la familia. El correo electrónico era la mejor manera de comunicarse, sobre todo cuando el desfase horario era tan grande; estaba viviendo al otro del mundo, y eso se notaba. Al principio, me costó volver a hablar con la familia de Eli. Conseguí hacerlo un par de veces con su madre. Su hermano Philip, fue otra cosa. Comenzamos por enviarnos frías y respetuosas cartas. Era como si nos sintiéramos incómodos al hacerlo. Hasta que empezamos a charlar un fin de semana. De lo extraño, pasamos con naturalidad a lo habitual. Pienso que fuimos una terapia el uno con el otro. A Philip le gustaba leer sobre mi curso de masaje, mis experiencias con el mundo japonés. Y a mí, me gustaba saber cómo transcurría la vida en Leicester. Añoraba mi hogar. Hablamos tanto, y con tanta sinceridad de tantas cosas, que en el primer año, creo que conocía a Philip mejor que a mi propio hermano Petter.

Durante aquellos 3 años, no volví a pisar el Reino Unido. Gracias a la abuela Emma, las reuniones familiares de Navidad las realizamos en EEUU. Era un punto intermedio para ambos, y además, la abuela siempre hacía las cosas por alguna razón. Cuando la familia volvía a Europa, nosotras volábamos a New York. ¿Qué había allí de interesante?, otra de mis maestras, Gabrielle. Una pequeña francesita, de unos cincuenta y pico, con una boca descarada y sabia. Con ella perdí mi virginidad, casi literalmente. Tenía una empresa de servicio de acompañantes. Vamos, resumiendo, gigolós y putas de lujo. Ella era una gran maestra, sin prejuicios, y sus chicos… unos conejillos de indias bien dispuestos. Llegó el momento, en que ansiaba cada escapada que hacíamos a New York. Era la parte más divertida de todo el entrenamiento, o al menos la que tenía una recompensa más inmediata. Con los chicos de Gabrielle, aprendí a apreciar el cuerpo masculino bien cuidado. Sí, lo sé, me echaron a perder para el resto de los mortales. Un hombre sin un cuerpo escultural, no tenía nada que hacer con mi lívido. Yo misma me sorprendí mirando con detenimiento, las fotografías del David de Miguel Ángel. Soñaba con tocar la piedra tan deliciosamente trabajada. Menos mal que algunos de los chicos de Gabrielle tenían buen material, porque reconozcámoslo, el japonés medio… bueno, algún que otro deportista no estaba mal, pero no llegaban a aparecer por el College para que practicáramos con él.

Una nueva cazadoraWhere stories live. Discover now