Capítulo 4

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Durante el último año, había preparado en mi mente un plan meticuloso. Quería volver a Leicester y pisar a Ethan, machacarle las pelotas, arrastrar por el barro aquel ego machista  tan venenoso y dañino. Y las otras dos cabecillas elitistas, Scarlett y Pam; recordaba sus caras y sus nombres con total claridad. A esas dos quería arrastrarlas por el barro, que sintieran en su propia piel el ser personas de segunda, menos que estiércol de caballo.

Sentada en el asiento del avión, acaricié distraídamente el tatuaje que marcaba mi piel hacía tan solo seis días. Aquella era la auténtica razón de mi larga ausencia. Llevaba un título de especialista en Shiatsu en mi maleta, esa era mi credencial para la sociedad. Y llevaba una pequeña media luna negra tatuada sobre mi cadera derecha, esa era la credencial para mi venganza. Había superado el aprendizaje, había superado las pruebas de aptitud, era una nueva acólita. Ahora solo debía cazar a mi presa, y entraría a formar parte del club. “El club de cazadoras” , aún recuerdo todas y cada una de las palabras que con solemnidad Emma enumeró para mi antes de tatuarme.

-           “No se habla a nadie de la existencia del club. El club es tu nueva familia, y a la familia no se la traiciona. Una hermana del club vive por y para la lealtad de sus hermanas. El club sólo exige lo que te ha dado. Nunca cazarás una presa domesticada, eso sería ir en contra de los principios del club.”-

Al principio no entendí que era eso de una presa domesticada, pero no era algo tan difícil después de que te lo explican. Había muchas razones por lo que una mujer se convertía en cazadora, la principal, por amor. Cuando ves que el hombre al que amas se escapa de tus manos, haces lo que sea por atraparlo. El problema siempre suele ser el mismo, que tu lo ames con intensidad, no implica que él sienta lo mismo, o que cambie. Reconozcámoslo, la mayoría de los hombres, son incapaces de ser fieles. Está en su naturaleza. Pero una cazadora nunca deja escapar a su presa. Y hay infinidad de maneras de conservar a un hombre, pero la que más satisfacción le da a aquella que lo domestica, es convertirlo en un ser totalmente dependiente de su dueña. Un hombre domesticado pertenece a una mujer. Cierto es que no todos los hombres “domesticados” pertenecen a una cazadora, pero eso no se cuestiona. Si un hombre está casado, o tiene novia, una cazadora nunca se meterá por medio. Esa pieza está vedada. Hay algunos hombres que no entienden la bendición de tener a alguien a tu lado, y que engañan a sus parejas. Entonces, sólo en ese caso, una cazadora tiene vía libre para darle un escarmiento, nada más. Es como darle en el morro con un periódico a un perro, que se come la comida de su plato y la del plato de otro perro. Un simple correctivo.

Bueno, allí estaba yo, caminando junto a la abuela Emma por los pasillos del aeropuerto. La gente me miraba de una manera diferente, a como lo hicieron tres años atrás, cuando había tomado ese mismo camino pero en sentido contrario. La Elsa que regresaba no era la misma que se había ido. Esta Elsa se veía diferente, vestía diferente, caminaba diferente, pensaba diferente, sentía diferente. Cuando vi a mi familia al otro lado de las puertas de salida, supe que ellos también se dieron cuenta, pero no tenían ni idea hasta que punto había cambiado. Sí, habían apreciado los cambios físicos en mí desde la primera vez que nos vimos, y en cada reunión familiar, apreciaban nuevos cambios. Hacía tan sólo unos meses que no me veían, pero creo que fue el tenerme de vuelta en casa, lo que les confirmó que estaba distinta. Sobre todo, Peter fue el que más apreció el cambio físico.

-           Vaya hermanita, te ves diferente.-

-           Sí, ahora vuelvo a ser castaña natural.-

Sí, finalmente mis mechas rubias habían desaparecido, tan solo quedaban algunos reflejos para dar más vida a mi ondulada melena, pero nada de rubio. Y el corte de pelo era nuevo, aunque él no podía apreciarlo del todo, ya que llevaba una estilosa cola de caballo. Quizás el mayor cambio, era que salí con unos vaqueros y una camiseta, y vuelvo con un traje pantalón y blusa de vestir. Los tacones también era algo nuevo.

Cuando estuvimos en casa, la primera en intentar hablar a solas conmigo fue mi madre. Sé que necesitaba mirarme a los ojos, y escuchar que todo iba a ir bien. Me arrinconó en mi cuarto, o más bien yo se lo permití.

-           Estás estupenda. Tan cambiada, tan diferente.-

-           Me siento diferente, mamá.-

-           ¿Qué planes tienes ahora?.-

-           Quiero echar un vistazo al mercado laboral, tal vez encuentre algo que me interese.-

-           Tampoco es necesario que lo hagas cuanto antes. Acabas de llegar de un largo viaje, y acabas de terminar tus estudios. Puedes permitirte unos días de descanso.-

-           Gracias, mamá. Por estar aquí cuando te necesitaba.-

Sabía que necesitaba oír aquellas palabras, de la misma manera que sabía que necesitaba abrazarme como lo estaba haciendo en ese momento.

Cuando salí de casa el día siguiente, no le dije a nadie donde iba, no necesitaban saberlo. Caminé en silencio hasta el lugar. Sabía que ella me esperaba, porque necesitaba decirla que seguía adelante, y que el que la llevó hasta allí pagaría por ello.

Cada paso que me acercaba, me revelaba la presencia de dos figuras de pié. Una de ellas, no podía apartar la mirada de las doradas letras grabadas en el mármol. La otra, parecía simplemente estar allí para acompañar al otro. Eran dos hombres, y uno tenía una rodilla en alto, y un par de muletas en sus manos. Cuando estuve lo suficientemente cerca, noté como el hombre de las muletas se quedó mirándome. Cuando estuve a un par de metros de ellos, no pude esperar más, sabía quién era el otro hombre. Aquel era el día del cumpleaños de Eli. Hoy cumpliría 25 años, era dos meses más pequeña que yo. Casi un año mayor que él.

-           ¿Philip?.-

Él se giró con sus ojos llorosos hacia mí.

-           ¿Elsa?.-

Tan solo asentí. No hizo falta nada más. Nos abalanzamos el uno sobre el otro, fundiéndonos en un consolador abrazo. Hacía mucho tiempo que no lloraba, más de tres años. Y todas las lágrimas que no había derramado desde entonces, brotaron sin freno desde el fondo de mi alma.

Una nueva cazadoraWhere stories live. Discover now