small talk

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Cuando la señora mayor me vendaba la mano me di cuenta que no eran sólo dos demonios blancos, sino todo el mundo en esa casa tenía esa extraña condición. En cierto modo, me aterraba, era algo extraño pero a la vez, precioso. Yo no debería hablar de extrañas condiciones, ya que mi heterocromía era totalmente visible, pero la gente me trató siempre opuesto a como los trataban a ellos.

- ¿Te gustan mis ojos?- la anciana me preguntó sonriente al percatarse de que la miraba sin pestañear siquiera.- Los tuyos son muy bonitos también.

Reprimí una sonrisa y ella terminaba de vendarme. El corte había sido en la palma, me dolió un poco, pero no es para tanto. La verdad, como persona hiperactiva que siempre fui, vivía en el suelo y raspado por todas partes, me acostumbré rápido a ese dolor.

- ¿Venías buscando la pelota, verdad?- asentí.- Mi marido y mi nieta son tan para cual, no suelen abrir la boca. Está anocheciendo, ¿te quieres quedar a cenar? Puedo llamar a tu madre.

- ¿Mi madre? ¿La conoce?

- Sí, Hioka Aiku, ¿no? Tú abuela y yo, éramos grandes amigas, que en paz descanse.- sonrió apenada, ahí supe que nada de lo que decía era mentira. Mi madre siempre me dijo que no hablase ni confiase en desconocidos, pero en lo profundo de mi ser, estar allí se sentía como en casa.

- ¿Qué hay de cena?- en función de la respuesta, decidiría si me quedaba o no.

- Hoy es un día especial, así que para mi nieta haré pulpitos con salchichas y ramen, y para nosotros sacaré el kimchi con arroz.

- ¿Qué es kimchi?- fruncí el ceño.

- Un plato famoso de donde nací, Corea del Sur. Es algo fuerte, pero lo puedes probar si quieres.- aquella familia tenía una gran energía para estar siempre sonriendo, no era incómodo para nada, me tranquilizaba.

- Entonces, me quedo.- ella soltó una risita y asintió.

Me llevé un rato explicándole a mi madre por teléfono que el corte no había sido nada y que ayudé en recoger los destrozos de mi tiro. Ella sonaba entre una mezcla de preocupada y enfadada, pero le gustaba la idea de que estuviera en casa de los Arai y no jugando al fútbol con mis amigos.

La puerta se deslizó y entraba ella, secándose el pelo con una toalla pequeña, vestía un camisón blanco de dormir. Ni siquiera sabía su nombre, de ninguno de ellos, pero estaba por cenar en su casa, se me hacía algo raro. Nunca fui un niño vergonzoso así que por eso acepté, me ofrecieron comida, no me podía negar. La niña entraba y salía de la cocina, poniendo la mesa, yo estaba sentado en ésta de rodillas, expectante, mirándola. Ella, por el contrario, evitaba el contacto visual, no por nada en particular, sólo estaba concentrada en no caer ningún plato o vaso.

- ¿Por qué es un día especial hoy?- pregunté antes de que se volviese a ir, ella se volteó y me miró, aún levaba la toalla encima de la cabeza.

- Hoy es mi cumpleaños.- sonrió y ladeó su cabeza.

Fue la primera vez que la escuché hablar, su voz no era tan aguda como me la imaginé, era tranquila y melódica, sentía que si se pusiera a cantar, se escucharía como un ángel. En ese momento, su abuelo salía de la cocina con un bol que echaba humo, al parecer, él también ayudaba a hacer la comida. Dejó los fideos en el centro y se sentó a mi lado. Empezó a apartarme sin yo decir nada, no paraba de sonreír, era algo adorable. Las que faltaban, llegaron por fin, con la comida. Se sentaron en frente, una al lado de la otra. Empezamos a apartarnos silenciosamente, hasta que la abuela habló.

- ¿Eres de la misma edad de Hayami, no?- movió un poco su cabeza y la chica la miró cuando escuchó su nombre.

- Creo que sí, la veo a veces en la escuela.- contesté con una salchicha en la boca. Ya sabía su nombre.

- Pareces buen chico, me gusta que mi nieta tenga amigos como tú.- levanté mi mirada y Hayami me miraba curiosa y expectante.

- Sí, gracias señora.- mentí, no quería decir que no teníamos contacto alguno y que ni mucho menos éramos amigos. Volí mi mirada a los fideos, pero sentí que Hayami sonreía.

- No me digas señora, sé que soy vieja, pero eso me hace sentir aún más vieja. Dime Chae In.- yo asentí algo incómodo, su nombre era efectivamente extranjero, igual que el mío.- ¿No querías probar el Kimchi?

Señalaba un cuenco con algo raro que no podía diferenciar, era rojo, parecía un revuelto de verduras y carne. Yo asentí decidido y cogí algo con mis palillos. No tenía muy buena pinta, así que cerré mis ojos cuando lo metí en mi boca. El sabor no me dejó muy indiferente, era una mezcla de soja, vinagre y picante, abrí mis ojos y sin pensármelo dos veces, me empurré el vaso de agua, derramando un poco. Los abuelos sonreían y Hayami empezó a reírse.

- No te rías.- dije serio y con la cara roja, dejando el vaso. Ella no me echó cuenta, su risa era casi inaudible, pero muy linda.- Está bastante fuerte.

- Tranquilo, todavía eres muy pequeño. Cuando seas mayor, vuelve y lo cocinaré para ti, seguro que te gusta.- asentí tímido.

- ¿Puedo preguntar algo?

- Claro, no te cortes.

- ¿Por qué todos os veis así?- tenía curiosidad. Existen pareja rubias de ojos azules ambos. Existen parejas morenas de ojos negros ambos. Pero si ya ver a alguien completamente albino era extraño, sobretodo en Japón, esa familia era casi imposible. Se me pasó por la cabeza que hasta ellos dos fuesen familia y aun así se habían casado.

- Sabía que lo preguntarías, te veía la cara de confundido.- sonreía Chae In.- Te voy a decir algo que aprendí en toda mi vida de ser diferente. La gente diferente es escasa y el resto de personas no suele querer nada con nosotros, somos raros y por eso “desconfiables”. Lo único que nos queda, es buscar gente como nosotros, aunque sea en la otra punta del mundo. Nadie te va a entender más que alguien que pasó por lo mismo que tú y eso te hace fuerte y comprendes, que al final, todos somos iguales, independientemente de cómo seas por fuera. Tus ojos son diferentes, cada uno tiene un color, pero, ¿a qué ves igual con ambos? Encontrar el amor, sin prestar atención en cómo es alguien por fuera, ahí es. Yo tuve la suerte de que lo encontré en alguien igual a mí, pero si él hubiera tenido los ojos marrones y el pelo rojo, no hubiera cambiado mi opinión en el altar, para nada.

Me quedé mirándola, aquello me había hecho pensar más de la cuenta.

- Lo diferente de nosotros es nuestro corazón…- susurré sin darme cuenta.

- Exacto, lo que tenemos aquí es lo que nos hace diferente del resto.- señalaba su pecho y yo sonreí.

Terminamos la cena y ayudé a recoger, poco después, llegó mi madre a buscarme, me ponía mis zapatos mientras ella agradecía a la señora Arai. Estaba por marcharme cuando alguien jaló de mi camiseta suave. Hayami sujetaba mi pelota, por poco se me olvida por lo que entré a aquella casa en un principio. Me la ofreció con una sonrisa cálida de las suyas y yo asentí tomándola. Dudé por un momento y tartamudeé.

- Feliz cumpleaños, Hayami.- ella se quedó sorprendida por unos segundos pero luego asintió sonriendo tanto que sus ojos se achinaban aún más.

Cuando dejé esa casa, sentí que había dejado algo atrás, algo que olvidaría en poco tiempo.  

COME BACK HOME (Oliver Aiku × OC) [Blue Lock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora