feelings are fatal

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Hayami vino todos los días. Se sentaba en las gradas a ver a mi equipo y a mí correr de un lado para otro. Yo la observaba a veces desde la lejanía, se traía cosas para comer y también un paraguas para cubrirse del sol. Se quedaba hasta tarde, el tiempo extra que echábamos también lo contemplaba, pero cuando salíamos de los vestuarios, ya no estaba. No fui a saludarla ni una sola vez, no sentía la obligación de hacerlo, sólo hablamos una vez, pero mentiría si dijera que no tenía una inmensa curiosidad. Creía tener la necesidad de ir hasta ella y preguntarle que por qué iba a ver los entrenamientos día sí y día también. No parecía tener una gran pasión por el deporte, y, es cierto que me miraba, pero también miraba al resto, o incluso observaba el cielo otras veces.

Hasta Aki una vez lo comentó en los estiramientos, decía que parecía como un ángel de la guarda, medio bromeando añadió que creía no poder entrenar si ella dejase de ir. En realidad dijo lo que todos en el equipo pensaban, tener público en los partidos oficiales, estaba bien, pero si alguien se preocupaba por ver todos tus progresos, era todavía más gratificante. Fuera cual fuera su propósito, tenía que agradecérselo al menos.

Antes del entrenamiento de ese día me pasé por una tiendecilla a comprar mochis de melón, no sabría de qué sabor le gustarían a la chica, pero a mí me encantaba el melón, así que agarré aquellos. Cuando salí de allí aligeré el paso ya que llegaría tarde, decidí coger por otro camino más corto. No solía tirar por allí, era un camino de campo y siempre pegaba el sol demasiado, prefería andar más por la sombra y por el asfalto, que llegar ya al campo totalmente sudado. Cuando crucé la calle para adentrarme en ere camino de tierra amarilla mi cuerpo se quedó paralizado.

Vi los cabellos rosados de mi novia mezclados con unos morenos de mi amigo Eiji. Se besaban bajo un antiguo árbol medio seco, ellos no se dieron cuenta de mi presencia, estaban demasiado a lo suyo. Me di media vuelta y regresé por donde había venido. A paso lento intentaba pensar sobre lo que acababa de ver. Los primeros segundos me había sentido traicionado y me entraron ganas de entrar en su escena y empezar una pelea. Pero poco después sentí algo totalmente diferente, algo, ¿aliviado? Me olía algo así desde hace tiempo, hasta mi entrenador me decía que esa chica no era de fiar, que al ser de intercambio, seguramente no buscaba nada serio. No podría sorprenderme ni enfadarme, ya que yo tampoco iba muy en serio con ella. Pero me dolía, ya que yo al menos me había esforzado algo más.

Me senté en un banco de un parque cercano cualquiera y miré mis pies. Tenía puestas las botas de tacos, pero ya no iba ir al entrenamiento. ¿Así se siente cuando te rompen el corazón? Pensaba. Creí que era muy joven para que estas cosas pasasen y todavía no sabía muy bien qué hacer. En realidad tenía miedo de que todo acabase, aunque todo había sido mi culpa, no debí centrarme en nada más que no fuese el fútbol. Todo iba bien hasta que en vez de dar todo de mí en la cancha, dividí mis prioridades.

- Si quiero ser el mejor del mundo, no puedo derrumbarme por problemas con amigos o relaciones amorosas.- susurré para mí mismo haciéndome el fuerte, pero ya las lágrimas caían por mis mejillas.

Poco después ya lloraba a moco tendido, me sentía como una mierda. Sentí una presencia cerca, pero no podía parar. La gente esperaba mucho de mí, pero yo también tenía derecho a equivocarme y llorar, alcé un poco mi cabeza. Una caja de mochis de melón fue lo primero que vi, más lejos unos ojos celestes y esa cálida sonrisa, que hasta en el día más caluroso del verano, agradecería. En ese momento caí en que la caja que yo compré no estaba entre mis manos y aquella que ella me ofrecía estaba algo manchada de tierra. Ahí comprendí que tiré aquella caja cuando mi pataleta llorona e infantil salió de mis adentros.

Ella esperó a que yo la agarrase, pero lo cierto que eso iba a ser en un principio para ella, así que no lo hice. Entonces, rio suave y empezó a abrirla. Yo la miraba sorbiendo mis mocos, algo confundido y con la cabeza que me daba vueltas. Ella sacó un pastelito y me lo volvió a ofrecer. Su silueta brillaba, los rayos del sol reflejaban en su piel, cabello y blancas prendas, enteramente parecía un ser hecho de luz. Yo por fin, iba a aceptar el dulce, pero antes de atraparlo, se movió hacia atrás. Sonrió, volví a intentar cogerlo, pero igual se movió y rio, me estaba tentando. Me levanté alargando el brazo para cogerlo, pero ella se alejó de mí unos pasos, riendo.

Cuando consiguió levantarme, me enseñó aquel delicioso mochi moviéndolo de un lado para otro y se dio la vuelta para correr. Yo sin más, empecé a perseguirla, también no sé en qué momento, mis lágrimas se intercambiaron por carcajadas. Ella se encaminaba hacia el instituto, ahí supe que intentaba que fuese al entrenamiento, se lo agradecí en el fondo de mi ser. Ella era rápida, pero no tanto como yo y aunque ya la pudiese haber pillado hace rato, me divertía estar así. Volver a ser un niño, sin preocupaciones, correr y jugar por comida con amigos que recién los veías por primera vez en un parque cualquiera.

Llegamos al campo, vi a mis compañeros entrenando a lo lejos, ella se paró de repente y se giró, yo frené, pero no lo suficiente y ella aprovechó para meterme el pastelito en la boca de una vez. Rio seguramente por mi cara y mis mofletes hinchados al intentar masticar aquella gelatinosa masa. Ella volvió a ofrecerme la caja.

- Son para ti.- dije como pude todavía con la boca llena.

Ella abrió sus ojos, sorprendida, pero volvió a sonreír y abrazó la caja como si se tratase de una niña pequeña con un peluche nuevo. Yo no pude evitar sonreírle de vuelta, su alegría era contagiosa. Entonces me di cuenta de que había sido un estúpido, si ella podía sonreír así después de todo lo que pasó, yo no debería llorar ni dejar de hacer lo que más me gustaba por algo tan insignificante como un primer amor pasajero.

Hayami hizo una pequeña reverencia antes de encaminarse a su sitio habitual en las gradas, la seguí con la mirada hasta que los gritos de mi enfadado entrenador, entraron por mis oídos. Tuve que dar veinte vueltas al campo como castigo por haber llegado tarde, pero no me importaba, cada vez que pasaba por el lado de las gradas, ella corría conmigo, poniéndome un pastelito como meta delante. Cuando las terminé, volvió a acercarse a mí y me lo metió otra vez en la boca. La comida era una buena forma de motivarme, hacía tiempo que no me lo pasaba así de bien en un entrenamiento. 

COME BACK HOME (Oliver Aiku × OC) [Blue Lock]Where stories live. Discover now