Vingt et un

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Era un día normal, Win estaba en terapia como siempre. Bright y la madre del pelinegro estaban en la sala de espera.

La madre de Bright estaba de viaje y también tenía que cuidar a su hermanito pequeño, así que por ello el mayor prefería estar siempre con la madre de Win.

Bright miraba el reloj mientras escuchaba música.

Se sentía algo incómodo. Miraba a la mujer a su lado, se veía tan tranquila, como hace tiempo no la veía.

Sin duda aquella noticia destruiría su vida.

Pero tenía que decirle.

Faltaba media hora para que terminara la revisión de Win cuando Bright le dijo lo que sabía.

La mujer no lo creyó posible en un principio, pero basto con que pensara un poco para darse cuenta.

Lloro y Bright estuvo allí para consolar a aquella mujer que era tan amable con él.

—Por favor, Bright. Llévate a Win lejos de aquí por una semana, faltan tres días para su cumpleaños. Veré como soluciono esto, pero por favor, no quiero que este aquí.

—Lo haré, lo juro. Win no puede volver a tener contacto con él. Por su culpa hemos sufrido todos.

Win salió con una sonrisa de la habitación y la mujer secó sus lágrimas rápidamente.

El menor no sospecho nada.

Cenaron todos juntos aquel día, pero el padre de Win tuvo un contacto algo cercano con el menor.

Bright sintió su sangre arder cuando el hombre abrazó a Win para felicitarlo por su progreso.

Esa noche, Win tuvo una crisis de pánico.

Pasitos de Pingüino ; 𝗯𝗿𝗶𝗴𝗵𝘁𝘄𝗶𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora