Quarante-six

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—Winnie, cariñoooo...

Bright estiró los bracitos; habían llegado a casa muy tarde y ahora que se encontraban cruzando la puerta de entrada del hogar del mayor, éste se sentía sin ninguna fuerza para seguir caminando.

Lo mejor que se le había ocurrido era aprovechar la fuerza de Win, su bajo peso y estatura no le harían problema.

Aunque nunca se habían comportado así de cariñosos.

Pero al menor no pareció importarle, porque lo tomó en sus brazos luego de dejar su mochila tirada por el suelo.

Bright se abrazó a los hombros de Win y enredó sus piernas en la cadera del otro, se sentía raro pero extrañamente cómodo estar de ese modo.

Se sentía como un niño pequeño, se sentía amado.

Win podía percibir la leve respiración de Bright en su cuello, y sonrió, porque el mayor era más liviano de lo que imaginaba.

Y así caminaron hasta la habitación, donde un cansado Bright cayó en la cama para darle paso a un juego de besos en las luces apagadas.

No supieron si fue la emoción del momento, o quizá el cansancio que hizo que sus sueños se mezclaran con la realidad, pero ambos sintieron lo mismo.

El corazón de Bright estaba hecho para el corazón de Win y viceversa.

Eran casi como compañeros de alma.

El pelinegro aún no podía creer que una parte del corazoncito de Win le pertenecía, era mágico.

—Win, te amo más que a cualquier cosa en esta vida y en la siguiente.

—Ay, Bright. Me dueles, pero también te amo.

Entre risitas, lo que menos hicieron fue dormir aquella noche.

Pasitos de Pingüino ; 𝗯𝗿𝗶𝗴𝗵𝘁𝘄𝗶𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora