Vingt-cinq

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Win había pasado unos días maravilloso con la familia de Bright. Pero extrañaba a su madre.

Hoy era el último día en aquella casa gigantesca a la que había ido y quería aprovecharlo.

El día anterior, había tenido una pesadilla. Se encontraba en aquella habitación oscura, estaba solo y tenía frío, solamente traía un pijama de verano; miraba en todas direcciones pero como es típico en las pesadillas, no podía moverse. Sus piernas comenzaban a temblar cuando oía pasos lejanos y en el momento en que la sombra de un hombre alto se acercó a él, despertó.

Había tenido que ir a dormir junto a Bright porque no le gustaba estar solo ahora.

Jamás había dormido con otra persona, pero ahora lo necesitaba.

Así que, siendo las tres de la madrugada, se infiltró lentamente en el cuarto del mayor. Se abrió paso por la habitación sin hacer ningún ruido, y cuando estuvo junto al lecho de Bright, aprovechó que este se encontraba durmiendo en una de las orillas dejando un espacio libre. Simplemente levanto las sabanas y se acostó a su lado.

Bright sintió el peso de otra persona en su cama, se asustó al principio, pero después noto que era Win quien ahora se encontraba ahí.

No tardó en pasar su brazo por la cintura del menor, con cuidado. Y no se acercó mucho, para no incomodarle.

Win agradecía que Bright fuera tan cuidadoso con él.

Como estaban de frente, Win se inclinó y dejo un beso en la mejilla de Brigh. Era la primera vez que actuaba tan espontáneo.

—Buenas noches, Bright.

Pasitos de Pingüino ; 𝗯𝗿𝗶𝗴𝗵𝘁𝘄𝗶𝗻Where stories live. Discover now