Quarante-trois

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Con el tiempo Win fue descubriendo que ya casi podía controlar del todo sus inevitables miedos.

Cumpliendo 18 años, comprendió que no sólo podía escapar de los problemas, si no que tenía que enfrentarlos.

Así que se cambió de casa con su madre poco tiempo después de su cumpleaños, aunque no era muy lejos de su antiguo hogar. Bright y él se seguían viendo muy seguido.

Ahora tenía una habitación más grande, y una pared lo suficientemente extensa para recrear el mural de los pingüinitos que había hecho hace dos años.

Ahora tenía una habitación más grande, y una pared lo suficientemente extensa para recrear el mural de los pingüinitos que había hecho hace dos años

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La vida le sonreía otra vez, y eso era bastante bueno. Bright se sentía feliz, porque aquel chico de cabello rubio merecía todo lo bueno del mundo, y él se encargaría de dárselo algún día; si Win quería la luna, la luna sería de él.

La noche que Win terminó su pintura, invitó a Bright a casa para que pudieran cenar juntos. La madre del menor se encontraba trabajando para mantenerlos a
ambos, así que el mismo Win tuvo que hacerse cargo de la comida.

Hubo muchas risitas y besos de por medio. Y cuando el alto le mostró su obra a Bright, prácticamente estuvo a punto de llorar.

Win sólo sonrió tímido.

La velada fue una maravilla para ambos, pero en un instante todo se volvió diferente.

Bright no se dio cuenta de en qué momento había comenzado a posar su mano bajo la tela del suéter de Win mientras se besaban en la habitación del menor.

—Bright… detente.

Win respiró agitado unos segundos, no pudo evitar que los recuerdos de su trauma volvieran con sólo ese toque.

—Winnie, no… yo, perdón, no quería…

—Solo... vamos despacio ¿Bueno? Aún estoy algo nervioso.

Bright asintió y en poco tiempo volvió a los labios de Win.

Pasitos de Pingüino ; 𝗯𝗿𝗶𝗴𝗵𝘁𝘄𝗶𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora