Capítulo 14: Parte 2

163 14 0
                                    

Rachel se metió un caramelo de menta en la boca mientras esperaba que Archie, el experto en audio del laboratorio forense, le entregara los resultados de la cinta que habían obtenido de la emisora de radio.

Cuando la puerta por fin se abrió, esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Buenos días, detective. —Archie Tao paseó sus ojos rasgados por las piernas de Rachel mientras se ubicaba en una silla a su lado.

—Espero que tengas buenas noticias para mí esta mañana, Archie —respondió ella con un falso tono de reprimenda en la voz.

—No seguramente lo que quisieras oír —le dijo.

Los labios de Rachel, pintados de un rojo carmín, se curvaron en una mueca.

—¿Qué has conseguido?

Archie abrió el archivo de audio con la llamada que la KFCF había recibido dos noches atrás.

—Lo he analizado y desmenuzado decenas de veces —dijo, de fondo se escuchaba una voz mecánica—. El sujeto uso un sintetizador de voces.

Rachel asintió.

—Lo presumía, pero ¿no hay nada que puedas hacer para obtener su voz real?

—Es casi imposible, no solo ha sintetizado su voz real sino que después de haberla cambiado, volvió a distorsionarla unas cuantas veces más.

—Entiendo.

—Como puedes oír hay voces masculinas, femeninas y hasta la de un niño. Usó muchas y sintetizó cada una de ellas para que no podamos hallar la suya. —Detuvo la grabación—. He contado más de quince voces diferentes.

Rachel empujó la silla giratoria hacia atrás y lanzó un soplo de fastidio.

—¡No puede ser que este tipo no cometa errores!

—Tal vez sí lo ha hecho —comentó Archie con aire de misterio.

—¿Qué quieres decir? —Rachel acercó su silla con un ágil movimiento y apoyó las manos sobre el escritorio de cristal.

—Hemos podido rastrear la llamada. Unos segundos menos y habría sido imposible.

Los ojos grises de Rachel se abrieron como platos, aquello era maravilloso.

—¿De dónde llamó? —preguntó y miró con atención la pantalla del monitor.

—Usó una cabina telefónica que está ubicada en la calle Fulton.

—Ok, enviaré a un equipo para que revise el lugar. —Se puso de pie—. Tal vez tengamos suerte y consigamos algo.

Archie asintió.

—Lamento no haberte podido ayudar más —le dijo y giró hacia ella.

—Nos vemos, Archie.

—Adiós, detective.

Salió al pasillo; debía enviar a los peritos al lugar desde donde se había hecho la llamada y necesitaba contarle las novedades a Harry. Miró su reloj, había pasado más de un cuarto de hora de las ocho y todavía no había llegado. Intentó llamarlo a su casa, pero solo saltaba el contestador.

—¿Dónde diablos te has metido, Styles? —enfadada se alejó caminando por el pasillo de la comisaría de policía.

(...)

Elizabeth acomodó el lienzo en blanco sobre el caballete bajo la atenta mirada de Sam. Aquella mañana dejaría que las horas pasaran dentro de aquel taller improvisado que Harry había conseguido para ella.

Habían vuelto del parque y cada uno había tenido su turno para darse un baño. Después de un desayuno rápido, él le había dicho que debía marcharse; tenía una reunión importante y probablemente no regresaría hasta la noche. Antes de irse quiso saber qué haría ella en todo el día y cuando le respondió que dedicaría la mañana a pintar y que luego por la tarde trabajaría con Brandon, se fue satisfecho con la respuesta que ella le había dado.

Se había ido molesto y Elizabeth no entendía por qué. Tal vez su actitud tenía que ver con la aparición de Peter Franklin y su interés en entrevistarla. Ella tampoco estaba muy contenta con la idea, pero percibía que lo que Harry sentía no era solo descontento. Recordó el tono irónico que había usado para referirse a una supuesta lista en donde debía incluir al reportero.

En ese momento le había enfurecido lo que había dicho; pero con la cabeza fría y en calma, podía reflexionar sobre lo sucedido y encontrar una explicación lógica para su reacción.

Observo a Sam, el canino la miraba con atención mientras ella volcaba un poco de pintura sobre la paleta.

—¿Qué dices tú, Sam?

El perro alzó sus orejas.

—¿Qué es lo que pasa por la cabeza de tu amo? —preguntó y dejó los tubos de óleo en su lugar—. Querría saberlo para poder entenderlo.

Sam seguía mirándola y Elizabeth creía que él realmente podía comprenderla.

—Tu amo es un verdadero enigma. —Mojó el pincel en trementina—. Lo único que logra con sus actitudes es desconcertarme aún más. Primero se acerca y me hace creer que le gusto; luego, en el último instante, termina echándose para atrás. —Dio una pincelada azul con fuerza sobre el lienzo—. Si tiene un romance con la detective Parker, ¿por qué me busca a mí, me besa y me toca de esa manera volviéndome completamente vulnerable con solo una mirada?

Sam estiró sus patas delanteras y apoyó la cabeza en el suelo.

—¿Acaso no le alcanza con una? —Deslizó el pincel y formo rayas irregulares que fueron cubriendo el lienzo poco a poco—. ¡Quizá solo necesita demostrar cuán hombre puede ser con dos mujeres al mismo tiempo!

Arrojó el pincel dentro del vaso de la trementina y Sam pegó un salto.

—Lo siento, encanto. —Se agachó y le rascó la cabeza—. Tú no tienes la culpa de tener el amo que tienes.

Sam se entregó al placer de sus caricias y se adormeció. Elizabeth se quedó un momento a su lado y comenzó a pasar la mano por la gran cabeza de Sam, aquello siempre la relajaba. A su mente vinieron las tardes en que ella y Otelo se sentaban en el porche y ella lo acariciaba hasta que él dejaba de ronronear y se dormía entre sus brazos.

Esbozó una sonrisa triste, se incorporó y dejó que Sam siguiera con su siesta matutina. Volvió a concentrarse en su pintura y en la nueva obra que apenas había comenzado pero después de unas cuantas pinceladas se detuvo.

Lo estaba haciendo otra vez. Pétalos de nomeolvides comenzaban a asomarse detrás de las pinceladas azules que acababa de dar. Se quedó mirando el lienzo en silencio. No entendía por qué lo hacía; era como si su mente le ordenara lo que debía pintar. Siempre se había dejado llevar por sus sensaciones, pero con aquellas flores era diferente, parecía que su subconsciente le pidiera que las pintara, que lo hiciera una y otra vez, sin detenerse a pensar siquiera por qué lo hacía.

Tomó de nuevo el pincel y, con furia, cubrió las flores con manchas húmedas, el lienzo se transformó en una mezcla de rayas y manchones. En un par de minutos las nomeolvides quedaron sepultadas por una maraña de colores y formas inconclusas. Quitó el lienzo del caballete y lo colocó en un lugar apartado, debajo de otras obras, de manera que no pudiera ser visto. Caminó hacia la ventana y apoyó los codos en el alféizar. Abrió una de las hojas de la ventana y respiró profundamente. Se había levantado una brisa suave que comenzó a jugar con los mechones de su cabello que caían sobre su rostro.

Miró hacia la calle y tuvo la extraña sensación de que no estaba sola. Observó hacia ambas esquinas, pero no había nadie. El ruido de un automóvil que se acercaba llamó su atención. Un sedán blanco estacionó junto a la acera, era la primera vez que lo veía, pero no le extrañó, ya que vivía más gente en el edificio. Esperó a que su ocupante se bajara, por simple curiosidad.

Un par de piernas femeninas fue lo primero que vio salir del sedán y cuando la mujer finalmente se bajó, supo que era a ella a quien venían a ver.

Nomeolvides | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora