Capítulo XIV

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Nuevos detalles sobre la estancia de Oliver en casa del señor Brownlow y vaticinio hecho por cierto señor Grimwing acerca del resultado de una comisión encargada al muchacho


Repuesto muy en breve Oliver del desmayo que la brusca exclamación del señor Brownlow le produjera, tanto este señor como la enfermera evitaron con diligencia volver a hablar del retrato, entablando una conversación que no versó ni sobre la historia ni sobre el porvenir de Oliver, sino sobre cosas encaminadas a distraerle sin producirle impresiones fuertes. No se sentó a la mesa a la hora de comer porque su debilidad era mucha para consentirlo; pero cuando a la mañana siguiente bajó al cuarto de la señora que le atendió y cuidó durante su enfermedad, lo primero que hizo fue dirigir una mirada a la pared, llevado de la esperanza de encontrar allí el retrato de la hermosa señora. El retrato había desaparecido.

—No está ya, ¿eh? —dijo la señora Bedwin, que había seguido la dirección de la mirada de Oliver.

—En efecto —contestó Oliver exhalando un suspiro—. ¿Por qué lo han quitado?

—Lo hemos quitado, hijo mío, porque dijo el señor Brownlow que la vista del retrato te hacía daño y acaso retardase tu curación.

—¡Oh, no! ¡No me hacía daño, señora! Me agradaba verlo... ¡Lo quería tanto!

— ¡Bien, bien! Procura ponerte bueno pronto, y yo te aseguro que el retrato volverá a su sitio. Hablemos ahora de otra cosa.

Fue lo único que por entonces pudo saber Oliver acerca del retrato en cuestión. Agradecido el muchacho a la tierna solicitud con que la buena enfermera le trataba, esforzóse por olvidar el asunto y prestó toda su atención a las historias y cuentos que aquélla le contó acerca de una hermana suya, buena y hermosa, casada con un hombre bueno y guapo, que vivía en el campo, y acerca de un hijo que estaba de dependiente en el establecimiento de un comerciante de las Indias Occidentales, que también era joven y muy bueno, y le escribía tres o cuatro veces cada año cartas tan cariñosas, que sólo su recuerdo llenaba de lágrimas sus ojos. Luego que la buena señora explicó a su sabor los méritos y perfecciones de sus virtuosos hijos, sin olvidar los de su excelente marido, fallecido ya, ¡pobrecillo!, veintiséis años antes, hubo de suspender la narración de tan interesantes historias para tomar el té pues era ya la hora, y después del té, enseñó a Oliver a jugar un juego de naipes, que el muchacho aprendió con rapidez asombrosa, juego que les entretuvo hasta que llegó, para el enfermito la hora de tomar un vaso de vino generoso caliente mezclado con agua y una tostadita, refrigerio precursor de la cama.

Felices, muy felices, fueron los días de la convalecencia de Oliver. Respiraba tal ambiente de tranquilidad, lo veía todo tan limpio, tan ordenado, hacíanle objeto de cuidados y atenciones tan tiernas, que acordándose del ruido, de la turbulencia, de la agitación que fue siempre su medio ambiente, creía encontrarse en un paraíso de delicias. No bien recobró fuerzas bastantes para vestirse y andar, el señor Brownlow le compró un traje nuevecito, sin olvidar su gorra y zapatos, manifestando al propio tiempo a su protegido que podía hacer con el viejo lo que le acomodara. Oliver lo regaló todo a una criada que le había atendido con solicitud cariñosa durante su enfermedad, topándole que lo vendiera a cualquier judío y se quedara con su valor. La sirvienta no se lo hizo repetir. Oliver, que desde una ventana presenció la venta, y vio cómo el judío guardaba todas las prendas en un saco y se alejaba, experimentó viva alegría al pensar que no existían probabilidades de que jamás aquellas prendas volvieran a adornar su cuerpo. En rigor, eran una colección de harapos, pues el pobre muchacho no había tenido hasta entonces la satisfacción de vestir una prenda nueva.

Ocho días después de la escena del retrato, encontrábase Oliver departiendo alegremente con la señora Bedwin, cuando recibió recado del señor Brownlow, quien le manifestaba que, si Oliver Twist se sentía bien, desearía verle en su despacho para hablar con él un ratito.

Oliver TwistUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum