Capítulo XLIII

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Donde encontramos que el famoso Truhán dio un tropiezo grave


—¿Conque su amigo de usted era usted mismo? —exclamó Claypole, por otro nombre Mauricio Bolter, a poco de haber llegado al día siguiente a la casa del judío, en cumplimiento de lo pactado—. No me la dio del todo, amigo mío, pues si he de decir verdad, me lo había figurado.

—No hay quien de sí mismo no sea amigo, querido —replicó Fajín, dirigiendo a su nuevo amigo una mirada insinuante—. No puede encontrar otro que lo sea tanto.

—Se dan casos —observó Mauricio Bolter, con aires de hombre de mundo—. Sabe usted muy bien que hay personas cuyos únicos enemigos son ellos mismos.

—¡No lo crea usted! —replicó el judío—. Cuando un hombre aparece enemigo de sí mismo, es porque se aprecia demasiado, y cuanto más parezca que le preocupan la felicidad y suerte de sus prójimos, más cuida de las suyas. ¡La abnegación!... ¡Uf! ¡No existe semejante fruta en el huerto de la Naturaleza!

—Y si existe, no debiera existir; es la verdad —observó Bolter.

—Nada más cierto. Algunos hechiceros pretenden que el número tres es un número mágico, otros afirman que es el siete. Todos se engañan; el número mágico es el uno.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Viva el número uno! —gritó Bolter.

—En comunidades pequeñas como la nuestra —explicó el judío, creyendo que era llegado el momento de determinar su propia posición—, tenemos un número uno general... o lo que es lo mismo: usted no puede considerarse como número uno sin tenerme también a mí por número uno, de la misma manera que por número uno me tienen todos los demás.

—¡Demonio! —exclamó Bolter.

—Comprenda usted —añadió el judío, sin hacer caso de la interrupción—, que dada la trabazón, el enlace íntimo que debe existir entre nosotros, dada la identificación que entre nuestros intereses existe, no puede ser de otra manera. Por ejemplo: obligación suya es velar por la seguridad del número uno... entendiéndose a usted mismo por número uno.

—De acuerdo; tocante a eso no hay cuestión.

—Perfectamente. Usted no puede cuidar de sí mismo, número uno, sin cuidar también de mí, número uno.

—Querrá usted decir número dos —replicó Bolter, egoísta hasta lo infinito.

—No por cierto —replicó el judío—. Para usted, debo tener la misma importancia que tenga usted mismo.

—No puedo dudar que me parece usted un hombre simpático y digno de todo mi aprecio; pero me parece que mi unión con usted no es ni puede ser tan íntima como mi unión con mi interés personal.

—Recapacite usted un momento, amigo mío, nada más que un momento —dijo Fajín, encogiéndose de hombros—. Ha dado usted un tropiezo según el mundo, aunque para mí sea una hazaña digna de respeto, una hazaña que merece mi aprobación y le da un título más a mi cariño; pero hazaña que podría valerle una corbata tan fácil de poner, como difícil de desatar: supongo que habrá comprendido que me refiero a la horca.

Bolter llevó maquinalmente la mano a la corbata, como si le apretara demasiado, y manifestó su conformidad con las palabras de su interlocutor por medio de un gruñido especial.

—La horca, amigo mío —repuso Fajín—, es un poste indicador horrible que, en forma tan brusca como brutal, ha puesto fin desastroso a la carrera de más de un valiente que trabajaba sin recelo por nuestras calles. Pues bien: objetivo número uno debe ser esquivar los obstáculos que pueda encontrar en su camino y maniobrar siempre a distancia respetable de aquella señora.

Oliver TwistWhere stories live. Discover now