Capítulo LI

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Donde se da la explicación de más de un misterio y se habla de una proposición matrimonial, pero sin mencionar la dote ni el presente para alfileres


Dos días después de ocurridos los sucesos narrados en el capítulo anterior, Oliver montaba en un coche de camino que debía conducirle velozmente a la población en que vio la luz primera. Acompañábanle la — Moylie y señorita Rosa, la buena señorita Bedwin y el excelente doctor, y, ocupando una silla de posta, seguían el señor Brownlow y otra persona, cuyo nombre no mencionaremos por ahora.

Poco, muy poco se hablaba durante el viaje, pues Oliver se sentía dominado por una agitación y una incertidumbre que le impedían poner en orden sus pensamientos y le privaban casi del uso de la palabra, y esa agitación y esa incertidumbre producían efectos casi idénticos en todos sus compañeros. Por el señor Brownlow sabían ya las —s y Oliver las declaraciones de Monks, y aunque todos estaban persuadidos de que el objeto del viaje era acabar una obra con tan brillantes auspicios comenzada, no es menos cierto que el asunto se presentaba envuelto en dudas y misterios que a todos traían recelosos y suspensos.

Tanto Brownlow como el doctor tuvieron buen cuidado de impedir que llegara a oídos de las —s la noticia de los trágicos acontecimientos ocurridos recientemente.

—Es verdad —observó el primero—, que no pasará mucho tiempo sin que lo sepan; pero nada se pierde dejándolas por ahora en la ignorancia, y en cambio, puede ganarse mucho.

El viaje, pues, nada tenía de alegre: todos los viajeros guardaban silencio, todos hacían mil reflexiones acerca del objeto que en el coche los había reunido, pero nadie estaba dispuesto a exteriorizar en forma sensible los pensamientos que le embargaban.

Pero si Oliver había permanecido silencioso mientras se dirigía a su ciudad natal por un camino que le era perfectamente desconocido, no le sucedió lo mismo al cruzar sitios que le recordaron tiempos antiguos. ¡Qué de emociones nacieron en su pecho al recordar la época en que había recorrido aquel mismo camino a pie, pobre, desvalido, huérfano, sin protección, sin hogar, sin un techo compasivo que le ofreciera asilo!

—¡Mire usted... mire usted! —exclamó Oliver, asiendo anhelante la mano de Rosa y sacando el brazo por la ventanilla del carruaje. ¡Por aquel portillo pasé!... ¡Al abrigo de aquellas cercas me escondí, temiendo que me dieran alcance mis perseguidores y me obligaran a volver!.. ¡Aquel sendero que cruza los campos conduce a la casa en que me tuvieron de niño, a la sucursal del hospicio-asilo!... ¡Oh, Ricardito, Ricardito!... ¡Qué placer, amigo mío, si pudiera verte ahora!

—Muy pronto podrás disfrutar de esa alegría —contestó Rosa, tomando entre sus manos las de Oliver—. Le dirás que eres muy feliz, que te has hecho rico, y que tu mayor placer es volver a buscarle para hacerle feliz también a él.

—¡Sí... sí... —exclamó entusiasmado Oliver—. ¡Y lo... lo sacaremos de allí, y lo vestiremos y lo instruiremos, y lo enviaremos al campo para que crezca y engorde!... ¿verdad que sí?

Rosa contestó con una señal afirmativa, pues las lágrimas de felicidad que corrían por las mejillas del muchacho mientras sonreía, la, habían afectado profundamente y casi le impedían hablar.

—Usted será para él muy buena, muy dulce, porque lo es para todo el mundo —repuso Oliver—. Ya sé que llorará usted cuando Ricardito le cuente su historia... ¡Oh, sí, llorará! ¡Pero no importa! Se secarán las lágrimas y volverá a sonreír... ¡Ya lo creo que volverá!... También mi historia la hizo llorar a usted, y, sin embargo, ahora sonríe... Cuando yo me escapé, mi amiguito me dijo: «¡Dios te bendiga!» —prosiguió el muchacho, profundamente afectado—. Cuando yo le vea ahora, le diré: «¡Dios te bendice!»

Oliver TwistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora