Capítulo XXV

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Donde se vuelve a encontrar al señor Fajín y compañía


Mientras en el hospicio-asilo de provincias ocurrían los sucesos que quedan narrados en el capítulo anterior, encontrábase el buen judío Fajín en su caverna, la misma de la que Oliver había sido sacado por Anita, sentado junto a la chimenea, que despedía más humo que calor, sumido en profundas cavilaciones. Sobre las rodillas tenía un fuelle, con cuyo auxilio parece que había intentado avivar el fuego, pero las funciones mentales pusieron fin a las de orden físico, y cruzado de brazos, doblada la cabeza sobre el pecho, contemplaba con expresión distraída los mohosos morillos del hogar.

Sentados alrededor de la mesa que había a sus espaldas estaban el Truhán, Carlos Bates y Chitling, atentos a la partida de whist que jugaban, partida entablada por el primero de los caballeritos nombrados contra los otros dos. La fisonomía del Truhán, siempre viva e inteligente, era sin comparación mucho más merecedora de interés en aquellos momentos a causa de la atención inmensa que al juego prestaba, y más aún por la sagacidad con que aprovechaba los menores descuidos de Chitling para mirarle las cartas, y, como consecuencia, por la maestría con que acomodaba sus jugadas a las cartas de los contrarios. Como la noche estaba sumamente fría, el Truhán conservaba el sombrero puesto, costumbre que, dicho sea de paso, había constituido en él una segunda naturaleza cuando en casa se encontraba. Sus dientes oprimían una pipa de escayola que no sacaba de su boca más que durante el tiempo estrictamente necesario para trasladar a su estómago un buen trago de la bebida refrescante que contenía un jarro enorme que sobre la mesa había, cuya bebida era una composición de ginebra y aguardiente.

También Bates prestaba atención al juego; pero, individuo de temperamento más excitable que su compañero, repetía con mucha frecuencia las visitas al jarro de los refrescos, y por añadidura se permitía bromas pesadas y cuchufletas del peor gusto, poco en armonía con su esmerada educación v menos con suposición social. El Truhán, aprovechando la amistad estrecha que los unía, reprendíale a cada momento sus impropiedades de lenguaje, reprensiones que Bates echaba siempre a la buena parte y recibía con paciencia ejemplar, pues a lo sumo se permitía decirle que se fuera al diablo o desearle que se le secara la lengua, o le decía cualquier otra lindeza por el estilo, todas dulces y mesuradas, con no poca admiración de Chitling, que las escuchaba maravillado. Como circunstancia extraña e incomprensible, diremos que el caballero nombrado en último lugar y su compañero perdían invariablemente, pero lo más raro del caso es que el buen Bates, lejos de enfurruñarse, parecía por el contrarío soportar sus pérdidas con viva y ruidosa alegría; por lo menos, cada juego perdido arrancaba a su garganta una tempestad deshecha de ruidosas carcajadas, y un torrente de protestas encaminadas a hacer constar que jamás desde que vino al mundo había conocido hombre de suerte tan insolente como la del Truhán.

—¡Perderíamos hasta la camisa! —exclamó Chitling, sacando del bolsillo, con cara compungida, una moneda de media corona—. No he conocido hombre como tú. Tienes la suerte de ganar siempre, con buenas cartas o con malas. En cambio, Bates y yo, aunque reunamos el mejor juego, perdemos irremisiblemente.

La observación, o tal vez el tono con que fue hecha, hizo tanta gracia a Bates, que las carcajadas que fueron su consecuencia disiparon las preocupaciones de Fajín, quien preguntó de qué se trataba.

—¿Que de qué se trata? —preguntó Carlos—. ¡Quisiera que hubiese presenciado usted la partida! Chitling no ha ganado un solo juego, y yo era su compañero de desgracia contra el Truhán.

—¡Ay, ay, ay! —exclamó el judío, haciendo muecas que demostraban que sin gran esfuerzo de imaginación adivinaría la causa—. ¡Prueba otra vez, Tomás, prueba otra vez, y verás!

Oliver TwistWhere stories live. Discover now