Capítulo 5 ;; El Club de los Fracasados.

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—¡América! —el grito que Abel pega me hace dar un salto.

—¿Y ahora qué hice?

—¡Has cobrado mal el precio de este libro!

Señala la pantalla del ordenador, en donde figuran las compras registradas; en efecto, un libro que cuesta 10,15 dólares fue pagado con 1,10.

¡Mierda! En serio, ¿cómo no pude darme cuenta?

Sí, ¿cómo? Idiota.

En mi defensa, mi cabeza estuvo muy ocupada pensando en cierto hombre que hace tres días no me escribe, desde nuestra presunta cita en mi casa.

Y por supuesto que yo tampoco le escribí. ¡Siempre inicio las conversaciones!

Deduzco que está muy ocupado en el trabajo, pero ¿qué tanto le cuesta enviarme un miserable mensaje? Estoy pensando en eso más de lo que debería.

No lo comprendo. Un día me invita a salir, dice todas esas cosas bonitas... Y luego me ignora.

Tal vez es mejor así; si necesita que le hable para acordarse de mi existencia, entonces prefiero mantenerme lejos.

O tal vez estoy exagerando.

Abel suspira.

—Sabes que voy a tener que descontarlo de tu sueldo, ¿verdad?

—Lo sé —murmuro.

Alguien va a tener que conformarse con arroz esta noche. Y todas las que siguen.

Salgo de la librería con los ánimos por los suelos, me subo a la bicicleta y pedaleo a casa con un nudo en la garganta. No me tomo bien el cometer equivocaciones, no en estos casos en los que decepciono a alguien. Me vuelvo a sentir la adolescente de 14 años a la cual sus padres lamentaron tener porque no es como sus perfectas hermanas.

"Seguro que Asia y África no se equivocarían así", se burla mi consciencia.

Lo primero y único que hago al llegar a mi departamento es tirarme en la cama y enterrar el rostro en la almohada. Percy no tarda en aparecer, rascándome la espalda con una de sus patitas para llamar mi atención.

—Ahora no, Percy —ruego.

Me responde con un maullido, se recuesta en mi espalda y pronto comienza a roncar.

Estoy sopesando si levantarme e ir a por café o seguir acostada pensando en lo idiota que soy cuando suena el timbre. Me quedo quieta en silencio, para ver si así la persona del otro lado se va, pero vuelve a tocar dos, tres, cuatro y cinco veces. Me levanto recién a la sexta, viéndome obligada a apartar a Percy, que se va a acostar al sofá muy indignado.

Al abrir la puerta, me encuentro con África del otro lado.

Ella, a diferencia de mí, parece furiosa con el mundo. Me confirma su estado de ánimo con un inspirador comentario.

—¿Por qué los hombres son tan estúpidos? En serio, no he conocido ni a uno que valga la pena. ¿Será que fueron creados nada más para hacernos resaltar a las mujeres?

Para pensar, señores.

—Hola a ti también —ironizo, cerrando la puerta y viéndola tirarse en el sofá. Percy le bufa y se va corriendo.

—Ese gato me odia.

—A ver, razones no le faltan. Le has interrumpido el sueño.

Pone los ojos en blanco y continúa con su discurso.

—Le dije que me gustaba su estilo, ¿y sabes qué me respondió? ¡Que mis ojos de "hámster" eran interesantes! ¡Me llamó "Ojos de Hámster"!

—¿Eh? —me muerdo el labio para no reírme, un poco confundida. —¿Quién?

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora