Capítulo 9 ;; Un corazón hecho cenizas.

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Esa noche, Asher había aparecido en mi puerta a eso de las 3 de la madrugada.

Estaba borracho a más no poder; se tenía que sostener del marco de la entrada para no caerse, soltaba hipidos y arrastraba las palabras, dejando un torrente de ellas detrás de sí.

—¡Asher!

—Hazte a un lado —ordenó y me apartó de un empujón, entrando a casa.

—No, no... —me interrumpí a mitad de la oración. No quería hacerlo enfadar aún más de lo que ya parecía.

Suspiré y lo seguí a través del salón. Cuando intenté sostenerlo del brazo, se separó de un tirón. Fue directo a la mesa de la cocina y arrojó todo al suelo con un manotazo estruendoso. Tragué en seco y clavé la mirada en la taza de cerámica hecha pedazos. Si no dije nada, es porque no quería terminar así.

—Yo te amaba, América, joder. Yo te amaba. Y fuiste tan zorra que eso no fue suficiente para ti, y decidiste dejarme. ¡Pues bueno! Perfecto. ¿Sabes qué? No eres la gran cosa, de todas formas.

—Asher...

Las lágrimas se agolparon tras mis párpados, pero no por sus palabras. Ya estaba acostumbrada a sus ataques. En cambio, lo que provocó esa reacción en mí fue verlo dirigirse directo a mi estantería llena de libros como un león acechando a su presa.

—Me has roto el corazón, ¿lo sabes, América? Así que yo tengo derecho a deshacerme de lo que más quieres también.

Tomó el primer libro y destrozó sus páginas. Hizo lo mismo con dos más.

—¡Asher, basta! ¡Sabes que me ha costado mucho dinero! ¡Por favor! ¡Lo siento!

Se rió.

—Me acabas de dar una idea mejor.

Los recogió, uno por uno, tirándolos al piso. Al final, se arrodilló frente a ellos y, con un encendedor, prendió fuego una de las páginas. Pronto, las llamas comenzaron a tragarse el resto de novelas.

Y lo único que pude hacer fue quedarme de pie, quieta, observando cómo el fuego se llevaba todo mi esfuerzo.

Todo el trabajo y el dinero que me llevó conseguirlos.

Toda una vida leyendo.

Todo eso y más se había reducido a cenizas.

—Así aprenderás a tratar a la gente —entonces, reaccioné.

Corrí a la cocina y regresé con un balde de agua, apagando el incendio, aunque era inútil. Los libros quedaron irreconocibles.

Quería matarlo. Quería golpearlo hasta borrarle esa sonrisa de la cara. Pero no lo hice. No lo hice, porque no soy así.



—Como te decía, —prosigue Malcolm, —estoy buscando el segundo tomo de Percy Jackson.

Enarco una ceja y me cruzo de brazos con diversión.

—¿Ya vas a decirme la verdad?

—¿De qué?

—Vamos, ¿no esperas que me crea que Amery está leyendo la saga, no? Está obsesionada con Harry Potter.

—Bien. Puede ser que yo esté leyéndola —rodea los ojos. —¿Feliz?

—¿Y a qué se debe tu repentino interés por las novelas de fantasía? —lo miro como si no supiera la respuesta, saliendo de detrás del mostrador para rodearle el cuello con los brazos.

—Quería saber por qué te gustaba tanto —confiesa y coloca sus brazos en torno a mi cintura. —Tengo que admitir que no está tan mal. Quiero que Percy y Annabeth terminen juntos.

Una sonrisa aparece en mis labios.

"Me gustas", quiero decirle. Quiero verbalizarlo. Pero no me sale.

Me inclino para besarlo y, sin embargo, se echa hacia atrás antes de que mi boca pueda rozar la suya. Mi sonrisa se esfuma. El dolor me invade el pecho, porque no sé qué he hecho mal.

—Escucha, Mer... —que me diga por mi nombre en diminutivo no es buena señal. Ambos lo sabemos. Me separo para tomar distancias y lo observo con atención, aunque no estoy segura de querer oírlo. —He estado pensando mucho en esto que sucede entre nosotros...

—¿Sí? —trago en seco.

—Así es —nervioso, se pasa la mano por el cabello. —Creo que será mejor que continuemos como amigos.

Sabía que no tenía que ilusionarme. Lo supe desde el primer momento en que lo vi.

—¿Puedo, al menos, saber por qué? —el picor en mis ojos anticipa las lágrimas que pronto saldrán.

—Es complicado.

—Igual quiero escucharlo. Por favor.

Sin embargo, no dice nada. Aprieta los labios y baja la mirada.

—Si no te gustaba, podrías haberlo dicho desde el principio —vuelvo a mi puesto detrás del mostrador, dolida, abrazándome los codos.

¿En qué momento me convencí de que podría gustarle a alguien como él?

—No es eso —replica rápidamente, pero no le creo.

—¿Entonces? ¿Cuál es tu maravillosa excusa? ¡No era necesario que hicieras todo el show de decirme cosas bonitas y besarme! ¡Podrías haber sido más sincero y nos ahorrábamos todo esto!

Abel aparece por la puerta de empleados, frunciendo el ceño, pasando su mirada de uno a otro.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué gritan? —observa a Malcolm fijamente y le clava el dedo en el pecho a modo de amenaza. —¿No crees que estás un poco grande para ir lastimando a chicas que no se lo merecen? Cualquier persona que dañe a Mer no es bienvenida aquí. Creo que ya es momento de que te vayas.

Malcolm me dirige un último vistazo adolorido antes de inclinar la cabeza a modo de saludo, darse la vuelta y largarse.

Me siento una idiota. ¿Cómo puede ser que me haya ilusionado en tan poco tiempo y que un hombre que conozco hace pocos meses me haya roto el corazón?

Y es que ni siquiera estoy enfadada. Estoy decepcionada, y eso es mucho peor.

—¿Estás bien, cariño? —Abel rodea el mostrador y me toma de los antebrazos, examinándome con preocupación.

Él me conoce hace bastante tiempo, por lo que ha estado presente en mi vida cuando estaba con Asher y llegaba al trabajo con nuevos moretones, o presenciaba el intercambio de gritos en la puerta de la librería. Siempre estuvo ahí, apoyándome como un padre.

Ha de pensar que Malcolm me ha dañado físicamente, así que me apresuro a garantizarle lo contrario.

—No me ha hecho nada, no te preocupes —susurro, secándome las mejillas.

Para mi suerte, no hay mucha gente en el lugar, así que apenas unas pocas han presenciado la mini discusión.

Al final de cuentas, Malcolm no es un chico salido de una novela juvenil.

Es sólo eso. Un chico. 

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Where stories live. Discover now