Extra; los sueños de Malcolm.

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América.

Cuando era pequeña, estaba enamorada del amor. De vez en cuando, en silencio, me permitía soñar vivir un romance digno de una novela de la literatura que terminara en una boda. Fantaseaba con que alguien me amara tanto como Percy a Annabeth, como Ron a Hermione, como Darcy a Lizzie.

Y ahora está sucediendo. Dudo que alguien me haya amado o me pueda amar más que Malcolm. Es exactamente el tipo de romance al que aspiré durante toda mi vida, pero en el cual perdí la esperanza tiempo atrás.

A veces, cuando me levanto y lo veo a mi lado, temo que sea todo una fantasía de la que pronto me despertaré. Como en esos libros en los que la protagonista cae en coma e imagina, literalmente, toda la trama, pero el lector no lo sabe hasta el final. Siendo una espectadora de mi propia vida, me da un poco de miedo.

Así que, apenas se mueve un poco en la cama, me aferro a él con todas mis fuerzas y hundo el rostro en su cuello, aspirando su aroma. Malcolm suelta una risita.

—¿Qué sucede, cariño? —Murmura contra mi pelo.

—Nada. Es que estoy feliz. —Me separo para observar la tela de mi vestido de bodas. Todavía no me lo he quitado. Mamá dijo que así se arruinará, pero no me importa mientras sea lo suficientemente cuidadosa.

—¿Ya te dije que estás preciosa?

—Unas cien veces. —Niego, ruborizada.

—Entonces te lo diré otras cien más.

Se pone de pie, se acomoda el traje y me extiende su mano. ¿Cómo es posible que, conociéndolo hace tanto tiempo, me siga pareciendo así de guapo? Tenerlo cerca es suficiente como para hacerme temblar como una hoja.

Lo observo con curiosidad, tomo su mano y me levanto.

—¿Qué?

—Vamos.

—¿A dónde?

—A cualquier parte. Tenemos que festejar, ¿no?

Suelto una pequeña risa.

Diez minutos después, nos encontramos en el auto cantando a todo pulmón una canción vieja que suena en la radio. La mano de Malcolm está sobre mi rodilla desnuda, pues levantó el vestido lo suficiente como para poder hacerlo.

Estoy hecha un desastre. A estas alturas, mi maquillaje debe estar en cualquier lado menos en mi rostro, pero no me importa.

Malcolm estaciona frente a un parque vacío. Es de noche, por lo que nosotros somos los únicos locos aquí.

—¡Columpios! —Los señalo con emoción y lo primero que hago al bajar es subirme a uno.

Mi esposo, divertido, se coloca detrás y me empuja con suavidad.

—Creo que el vino se te subió a la cabeza. —Bromea.

—Es la primera vez que lo bebo, ¿qué esperabas?

De todos modos, no me siento ebria. Solo un poquitito más feliz de lo normal.

—¿Sabes qué me preguntó mi madre hoy? —Balanceo los pies distraídamente. Observo a Malcolm por encima de mi hombro, y él me mira como si mis acciones le dieran ternura. —Que cuándo tendremos hijos.

Malcolm, como esperaba, no se espanta, sino que alza las cejas, divertido.

—Bueno, eso es algo que tendremos que hablar, ¿no?

—Sip. Además, acabamos de casarnos. ¡Todavía tenemos mucho tiempo por delante!

—Por supuesto.

De pronto, cuando algo se cruza por mi mente, planto los pies en la tierra. Mis ojos se llenan de lágrimas. Malcolm, preocupado, se arrodilla frente a mí y toma mi rostro entre sus manos.

Sobre el amor y otros clichés (‹‹Serie Lennox 1››)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora