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Bajo corriendo los escalones y Ruel me espera en el coche como cada mañana para llevarnos a la universidad.

—Buenos días —saludo con una sonrisa.

Él me mira con esa seriedad habitual y me abrocho el cinturón para que pueda arrancar en dirección a la universidad.

—Al volver necesito que me lleves a la tienda de animales a por comida para Magdalena —le digo jugando con el asa de mi bolso.

—¿Quién es Magdalena?

—Mi perrita.

—¿Desde cuando tienes perro? —pregunta ceñudo.

—Desde hace unos días —respondo sonriendo feliz.

Mis padres nunca me dejaron tener mascota. A mi madre no le gustaban los animales porque decía que eran sucios y molestos y mi padre hacía siempre lo que decía su mujer para tenerla contenta. Así eran hasta que sé divorciaron.

Llegamos con tiempo y entramos en la cafetería pidiendo unos cafés para sentarnos junto a la vidriera que deja ver las fantásticas vistas del campus lleno de verde y muchos árboles y el estanque lleno de peces y ranas saltando.

Diana llega a los minutos sentándose a mi lado tirando su bolsa de tela de malas maneras sobre la mesa.

—Madrugar debería ser ilegal —dice robandome el café para darle un gran sorbo.

Pongo mala cara pero ella me ignora bebiendose mi café y comiéndose las galletitas que pusieron junto a la taza mientras habla de lo insoportable que es su hermano y su madre que se pasa el día trabajando y no puede ocuparse de él.

Miro mi café con tristeza porque apenas pude saborearlo y siento algo deslizarse por la mesa hacia mi.

Veo con sorpresa la taza de Ruel delante de mi y responde a Diana que sigue hablando al mismo tiempo que come.

Le echo un poco de azúcar al café y bebo unos sorbos mirando a Ruel que me mira por el rabillo del ojo y articulo un gracias el cual responde con una de esas pequeñitas sonrisas que en pocas acasiones muestra.

Siempre ha sido así de distante y serio, pero cuando lo conoces notas que aunque sea reservado es especial.

Cojo su mano antes de que nos separemos, le sonrío tímida y agradecida.

—Gracias por darme tu café, Ruel.

Él se encoge de hombros como si nada. Se acerca mucho a mi dejándome quieta y siento sus labios presionar ligeramente mi frente en un cálido beso, en un gesto tierno que no me esperaba.

—Ten un buen día.

Me quedo con la boca abierta cuando me suelta y se gira para seguir su camino. Ruel nunca se había mostrado tan cariñoso, siempre con esa actitud fría de chico malo.

Lo cierto es que Ruel y yo nos conocimos el primer año de universidad cuando me salvó al tropezar en las escaleras y casi caer si no hubiera subido en el momento justo y haberme sujetado antes de que hubiera besado el suelo. No se rió de mi sino que me miró frunciendo el ceño con desaprobación y me llamó torpe. Desde entonces empezamos a coincidir muchas veces por la universidad y después de quedar un par de veces nos hicimos muy amigos y me salva de mi torpeza evitando que me golpee contra todo.

Me siento junto a Diana en el salón de la clase y saco mi portátil para tomar nota.

Después de tres horas me voy a la cafetería par terminar uno de los miles de trabajos que tengo pendientes y pido algo de comer hasta que lleguen mis dos últimas horas de la tarde. Mientras espero reviso mi móvil donde tengo varios mensajes de Christopher, con el cual ya llevo hablando desde que me pidió el número y con el que estuve en llamada durante horas ayer por la tarde hasta que él tuvo que irse a trabajar.

Red LightsWhere stories live. Discover now