Capítulo II

626K 58.4K 467K
                                    

II - TARTAS

—Pues la tienda no está tan mal —comenta Tommy.

Se ha pasado solo para hacerme un poco de compañía. Y es que he descubierto muy pronto que los miércoles son días tranquilos, sin muchos clientes. Hasta ahora me he entretenido con el ordenador, con el móvil o incluso escuchando música, pero de poco ha servido. Por suerte, Tommy ha hecho el sacrificio de venir.

Estamos los dos detrás del mostrador, él dando vueltas en la silla giratoria y yo con los codos apoyados en el mostrador. Papá compró hace unos años una máquina de caramelos con sabor sorpresa, de esas en las que metes una moneda y te sale un caramelo de un sabor que no conoces hasta que lo pruebas. Me he hecho con siete desde que he entrado, hace ya unas horas.

—Limón —murmuro, arrugando la nariz. No me gustan los caramelos de limón, pero ya que lo he pagado lo termino.

—Son mis favoritos —escucho que dice Tommy por ahí atrás.

—Porque eres un rarito.

—Tú sí que eres rarita. ¡Te quejas de trabajar aquí y es una pasada!

—Si te hace ilusión venir a trabajar por mí, no voy a quejarme.

—Nah, estoy bien sin hacer nada. Pero gracias por la oferta.

Con una sonrisa, me doy la vuelta para mirarlo. Tommy es guapísimo, y sabe sacarse partido. Siempre ha sabido hacerlo. Tiene el pelo rubio oscuro y muy corto, un pendiente en la oreja, los labios carnosos y los ojos castaños y cálidos. Por no hablar de las chaquetas de malote que se pone. Nunca me extrañó que toda nuestra clase babeara cada vez que cruzaba el aula, cualquiera lo haría.

—¿Ya has empezado la solicitud del conservatorio? —me pregunta de repente.

—No... Iba a empezar esta noche.

Tommy me mira con una ceja enarcada, como siempre que le digo algo que no le gusta.

—La inscripción termina pasado mañana, Liv.

—Lo sé...

—¿Y a qué esperas? ¿Vas a subirlo un minuto antes de que cierren las inscripciones? ¿Te gusta vivir al límite?

—No. Lo subiré esta noche, ¿vale?

Los dos sabemos por qué me pongo tan a la defensiva con este tema, y también por qué estoy posponiendo tanto hacer la inscripción.

En el fondo, tengo la absoluta certeza de que no van a aceptarme.

No es que no sea buena con el piano. He estado practicando desde que, con tan solo cuatro años, mis padres me regalaron mi primer teclado de juguete. No podía despegarme de él, y mi afición llegó a tal punto que decidieron comprarme un teclado real. Luego ya vino el piano de cola, que es el que tengo junto a la habitación y el que mis vecinos deben estar ya más que hartos de oír, porque lo toco a diario. Y durante varias horas.

Por eso, el problema no es que yo no sea buena, sino que hay demasiada gente buena. Y no sé qué podría ofrecer yo que no ofreciera cualquier otra persona.

Tommy me conoce de sobra y, pese a que soy muy inexpresiva, capta enseguida por dónde voy. Se inclina hacia delante y me da un pellizquito juguetón debajo del culo, provocándome una sonrisa.

—Oye, eres una puta genia del piano. Deja de pensar lo contrario.

—Ya empieza con las palabrotas...

—Como si tú no dijeras ninguna. Pero vamos, lo digo en serio. Nunca he escuchado a alguien tan bueno. ¡Y no lo digo porque seamos amigos!

Eso consigue animarme un poco.

La primera canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora