Capítulo VII

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VII - PASIVO-AGRESIVAS

Me da igual.

Me da absolutamente igual.

O de eso intento convencerme mientras sigo tecleando como una desquiciada. Porque, además de tener que aguantar que liguen delante de mí, tengo que pedirle la dichosa pieza del violín a Astrid. ¿Qué voy a hacer sino?

Además, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Qué mal ha hecho Astrid, si puede saberse? En todo caso, debería estar enfadada con Jane. Y tampoco tengo derecho a enfadarme con ella.

Maldita sea, ¿por qué me tengo que cabrear tanto por cosas que se supone que no deberían afectarme?

La vida, que es una mierda.

Estoy tan ensimismada que apenas oigo el sonidito de la campana de la entrada. Sigo tecleando, furiosa, y pido la puñetera pieza.

Si viene golpeada, nos lo callamos.

—Eh... ¿hola?

Me separo del mostrador de forma automática, e intento dedicarle mi mejor sonrisa —frustrada y furiosa— a mi cliente... hasta que veo quien es. Frunzo el ceño sin poder evitarlo, contrariada. ¿Qué hace aquí Jay? Y, sobre todo, ¿qué hace aquí su hermana?

—Eh... mmm... hola.

Vale, eso no ha ayudado a mejorar la situación. Nos quedamos los tres en silencio, y yo los contemplo como si fueran aliens recién aterrizados en la tierra. Jay sonríe con aspecto nervioso, y Ellie curiosea las estanterías.

Vaaaale, muy raro todo.

—¿En qué puedo... em... ayudaros? —pregunto al final.

—Necesito un vinilo —explica Jay en el mismo tono nervioso que yo.

—Pues qué bien..., tenemos unos cuantos.

Ellie se echa a reír, y ambos la miramos de forma inconsciente. Al darse cuenta, carraspea ruidosamente y se vuelve hacia los vinilos otra vez.

—¿Buscas algo en específico? —pregunto a Jay, tratando de reconducir la situación.

—Algo de los setenta.

—¿Y cómo te gusta la música? ¿Animada, triste...?

—Es para una amiga. Creo que le gusta animada.

—Oh, entonces podrías darle algo de Abba. Ven, te lo enseñaré.

Agradezco tener algo que hacer, porque no hay nada peor que estar nerviosa y quieta. Guío a Jay entre las estanterías hasta que llegamos a la sección de vinilos de los setenta. La verdad es que los de Abba suelen irse deprisa, así que tiene suerte de que todavía tengamos una recopilación de sus mayores éxitos. Se la enseño a Jay con una gran sonrisa, y él me corresponde.

—¿Qué te parece? —pregunto.

—Es... mmm... genial. Sí. Seguro que le encanta.

—¿Quieres que miremos alguno más?

—No, no, no... está bien así.

—¿Y es todo lo que necesitas?

—Sí. Todo.

Entonces, ¿por qué no se mueve? Lo contemplo unos instantes, confusa, hasta que vuelvo a guiarlo hacia el mostrador, donde Ellie lo espera con impaciencia. Paso el vinilo por el escáner y, al decirle el precio, Jay se pone a buscar en su cartera. Yo aprovecho para mirar a su hermana, que rehúye mi mirada como si tuviera la peste. No entiendo nada. ¿Qué hace aquí? ¿No se supone que me odia?

La primera canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora