Capítulo XV

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XV - CASTIGOS

La he cagado. En la historia de las cagadas, se leerá mi nombre en mayúscula, negrita y un enlace que te llevará a un perfil destacado de mayores cagadas de la historia, y ahí estará mi puñetera cara.

Veo que andamos muy tranquilitas.

Hace un buen rato que me tienen en una especie de sala de espera de la comisaría. Solo que, a diferencia de los demás, yo tengo las manos esposadas. Me gano unas cuantas miradas de reojo, pero nadie me dice nada. Y yo lo agradezco, porque mantengo la mirada clavada en el suelo.

—Olivia, ¿verdad?

Levanto la cabeza. Una policía está de pie delante de mí con una taza de café en la mano. Pese a que en estos momentos me siento muy intimidada, su mirada es amable.

—Sí —murmuro.

—¿Ya te han hecho la foto?

—Sí...

—Bien.

No sé si quiere algo más, así que sigo contemplándola sin saber cómo reaccionar. Ella esboza media sonrisa comprensiva y se sienta a mi lado, en la otra sillita de plástico.

—¿Quieres contarme qué ha pasado? —pregunta en tono calmado.

—E-es que... no estoy muy segura.

—Cualquier cosa ayudaría, Olivia.

Pienso en mi relación con Ellie y en el hecho de que, desde luego, no tengo muchas cosas buenas que decir de ella. Pero tampoco diré las malas. No en su cumpleaños, por lo menos. Me parece demasiado bajuno, y desde luego no querría que me lo hicieran a mí.

Así que me encojo vagamente de hombros.

—Ha sido muy confuso.

—Si la otra chica ha hablado, Olivia, tú serás la más afectada.

Dudo un momento, pero enseguida se me pasa. Sacudo la cabeza y desvío la mirada hasta clavarla en cualquier lugar que no sea ella. No quiero que me convenza, ni que me coma la cabeza. Puedo pensar muchas cosas malas de Ellie, pero dudo mucho que me haya dejado vendida ante la policía.

Bueno, de hecho, dudo mucho que haya hablado con ellos para nada más que exigirles cosas.

—Muy bien, entonces. —El tono de la mujer, pese a mi negativa, no es demasiado resentido—. ¿Tienes hambre? ¿Cuánto hace que no comes?

No me deja responder, pero veo de reojo que va a la máquina y me pilla unas barritas de chocolate junto con una bebida. Ahora mismo tengo el estómago cerrado, pero aun así fuerzo una sonrisa y empiezo a abrir el envoltorio.

—Si te animas a hablar, ya sabes dónde encontrarme —añade ella.

La veo marcharse por una puerta trasera y yo, con tal de entretenerme, me como lentamente la barrita del chocolate. No sabe demasiado bien. Aunque quizá tenga que ver el hecho de que estoy entumecida de pies a cabeza. Y que tengo sangre seca sobre los labios.

No estás en el mejor momento de tu vida, no.

Al terminarme la barrita, le doy un sorbo al refresco que me ha comprado y levanto la cabeza. Todavía no han llamado a mis padres, por lo menos. Eso es una buena señal, ¿no?

Casi me arrepiento de pensarlo, porque parece que he invocado al policía que se acerca a mí, mucho menos amable que la anterior, y me quita el refresco de las manos. No me atrevo a replicar, así que me apresuro a seguirle por el pasillo por el que me guía.

La primera canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora