Capítulo XXXIV

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XXXIV - SUEGROS


No entres en modo pánico.

Ya estoy en modo pánico.

No pasa nada.

Pasan muchas cosas.

La primera es que hoy vienen a cenar los padres de Jane. Bueno, y Jane también. La segunda es que he tenido que cepillar a Pelusa y quitar todas sus pelusas del salón para que no se piensen que vivimos en una granja. La tercera es que, ya que estaba, me he puesto a limpiar todo el salón y la cocina.

Papá y mamá están reclusos en el sofá con las piernas al aire. Les he obligado a no moverse para que no pisen lo que acabo de fregar. De mientras, me observan con curiosidad.

—¿No te parece que es la primera vez que limpia tan a fondo? —pregunta mamá.

—Desde luego.

En otra ocasión quizá respondería. Ahora estoy ocupada moviendo muebles y a Pelusa para que no me ensucien lo que acabo de limpiar. El pobre animal me bufa cada vez que me ve aparecer con objeto de limpieza, pero apenas me doy cuenta porque necesito que esté todo perfecto.

—Si hubiera sabido que ibas a limpiar toda la casa —prosigue mamá—, habría propuesto que vinieran antes.

—Podríamos convertirlo en costumbre —opina papá—. Que vengan cada jueves y ya nunca más habrá que limpiar la casa.

—Estoy de acuerdo.

De nuevo, no respondo porque estoy sujetando la mesita con un pie mientras friego a toda velocidad. No es hasta que la suelto que deduzco que habría sido más fácil apartarla.

A medida que avanza la tarde, mamá se mete en la cocina para empezar a preparar la cena. Por suerte, papá le toma el relevo y le propone, muy suavemente, que sea él quien se encargue de esa parte. Contenta, mamá vuelve al salón y empieza a editar fotos en el portátil.

Es mi turno para meterme en la ducha y ponerme un disfraz de persona decente.

No será creíble.

La elección de ropa es una camiseta sencilla, el pelo atado en una mini coletita y unos vaqueros. Decentes, ¿eh? Nada de roturas. Tiene que parecer que soy una chica formal. Una chica con la que querrían ver a su hija durante muchos años. A ver si se lo creen...

Para cuando bajo las escaleras, nuestros invitados están a punto de llegar. Los nervios no dejan de aumentar. Y mis ganas de arrancarme los pelos a tirones, también. ¿Por qué no podían venir mañana, y así tener tiempo para prepararme? Cómo odio las improvisaciones.

De todas formas, aprovecho que mamá sigue con el portátil y me cuelo en el pasillo de la entrada. Tan disimuladamente como puedo, abro los cajones con los álbumes de fotos y empiezo a amontonarlos. Lo último que necesito es que se ponga a enseñarles lo tierna que era de pequeña. O esa foto en la que estoy en la bañera. O comiendo arena en el patio. O decapitando muñecas. Oh, no. No van a verlas. De eso nada.

—¿Qué haces?

La voz de papá casi me provoca un infarto. Me vuelvo, alarmada, para encontrarlo de pie junto a la puerta de la cocina. Todavía lleva el delantal y una espátula. Me mira con sospecha.

—¡Nada! —aseguro con voz chillona.

—Suelta esos álbumes, señorita.

—¡Es para que mamá no les enseñe las fotos! Por favor, papá, tienes que ayudarme a...

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⏰ Última actualización: Apr 18 ⏰

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