Capítulo XXIII

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XXIII -  AHUMADOS

Admito que estoy nerviosa, y no para bien. Me duele el estómago y creo que no es muy buena señal.

Cris, la antigua mánager de papá, no encaja para nada en el pequeño salón de nuestra casa. Va tan arreglada y elegante que desentona con absolutamente todo lo que la rodea. Especialmente con Pelusa, que la observa con desconfianza desde uno de los sillones.

—No te preocupes tanto, Jed —va diciendo con toda su calma habitual—. Cuidaré mucho de Olivia.

Papá, pese a que hasta ahora ha sido muy simpático con ella, no parece demasiado convencido. Estamos ambos sentados en el sofá y, aunque no lo demuestra, puedo sentir su tensión emanando hacia mí.

—Ajá —se limita a murmurar.

—¿Qué pasa? —pregunta ella—, ¿no te fías de tu vieja amiga Cristina?

—No tanto como para quedarme tranquilo.

—Qué feo que digas eso. Haré como que no lo he oído porque soy buena persona.

Al menos, eso consigue que papá sonría con los labios apretados. Es todo un logro, así que supongo que en su momento llegaron a tener mucha confianza mutua. Es un alivio, porque ahora gran parte de mi vida irá ligada a la suya.

—Bueno —comenta Cris entonces, viendo la hora—, ¿ya estás lista, Liv?

Pese a los nervios, asiento con muchas ganas.

Hace unos días me planteó la posibilidad de dar un pequeño cambio de imagen. Cristina dice que a veces hay que pulir algunos aspectos o enseñarme otros para controlar mejor la marca de artista que enseño al mundo. No entiendo muy bien a qué se refiere con eso, pero la idea de un cambio me gusta; hace muchos años que tengo exactamente el mismo corte de pelo, la misma ropa y el mismo todo.

Como todas.

El taxi que ha pedido nos espera en la entrada de casa y, aunque papá nos acompaña a la puerta, no se sube con nosotras. Me despido de él con un gesto de la mano. Creo que no se queda muy aliviado.

—Está nervioso por ti, pero es normal —explica Cris al darse cuenta—. Todos los padres se preocupan un poco más de lo que deberían.

—Sí, supongo...

—¿Y tú qué?, ¿nerviosa?

Me acomodo mejor en el asiento trasero del taxi. Cris me observa con expectación. Siento que también tiene muchas ganas de todo esto.

Además, me parece muy fascinante que esté tecleando un mensaje en uno de sus móviles mientras me mira y habla conmigo.

Menuda habilidad.

—Tengo ganas —admito—. Es como una de esas escenas de cambio de look en las películas esas de hace cincuenta años.

—Por favor, no hables de años o me daré cuenta de lo jovencita que eres. —Se lleva una mano a la frente—. Qué mayor estoy.

Empiezo a reírme sin poder evitarlo. Que yo me ría no es una cosa muy sencilla, así que tengo que concederle el mérito.

—¿Llevas a mucha gente famosa? —pregunto con curiosidad.

—¿Ahora mismo? No, solo a tres personas. Tú entre ellas, querida. Uno solía ser cantante, pero ahora es productor. Si conseguimos hacer algo de música quizá le paso las muestras para que nos diga qué le parecen. Luego tengo a una chica un poco mayor que tú que es guitarrista, pero su grupo ya ha despegado y no necesita mucha ayuda.

La primera canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora