Capítulo VIII

179K 20.4K 38.3K
                                    

Cuando vuelva a casa (es que estoy en méxico lol) subiré un gif, que estoy con el móvil y no me deja ponerlos, sorry :(


VIII - CITAS

Bueno, ahora tengo un pequeño problema.

Otro más.

Tengo que convencer a Rebeca, de alguna forma, para que acuda a una cita doble conmigo, Jane y Astrid.

No es el escenario de mis sueños, no.

He llegado esta mañana al conservatorio con un nudo de nervios en el estómago y, honestamente, no me ha abandonado en todo el día. Ahora ya estamos en la hora de la merienda, y no dejo de buscar una cabeza pelirroja entre toda la marea de gente. Como no hay suerte, me rindo y me siento en una mesa cualquiera. Saco mi sándwich de pavo, le meto un bocado casi más grande que mi cabeza y lo mastico con rabia y rencor.

—Hola.

La voz ha sonado justo detrás de mí, y no es precisamente amable.

Es Jules.

Teniendo en cuenta que no hemos hablado desde que me dijo, muy simpática, que no le interesaba ser mi amiga... esto puede ser muy incómodo.

Todavía con medio sándwich en la boca, la miro por encima del hombro. Se ha parado a mi lado con las manos en las caderas, como si fuera a echarme una bronca. ¿Por qué siempre que hablo con ella siento que está a punto de darme con la mochila en la cabeza?

—Hola —digo, sin saber muy bien qué tono estoy poniendo. Supongo con uno bastante confuso.

—¿Cómo has conseguido ser su amiga? —inquiere.

—¿Eh?

—¿Cómo has conseguido ser amiga de Ashley y Astrid?

Tengo que tomarme un momento para parpadear y asumir lo que me esta preguntando o, por su tono, supongo que echando en cara.

—No somos amigas, simplemente nos llevamos bien —recalco, aunque no sé por qué le estoy dando explicaciones—. He hablado con ellas tres o cuatro veces en total.

—Pues conmigo hablaste menos y éramos amigas.

Sí, en tu cabeza.

Conciencia...

No pediré perdón por mis verdades.

—No sé que quieres que te diga —murmuro con sinceridad.

—Me dejas de lado para irte con ellas, ¿no?

—Jules..., eres tú quien no quiso saber nada de mí.

—Bueno, pues te perdono. ¡Seamos amigas otra vez!

De nuevo, necesito un rato para reflexionar sobre lo que estoy oyendo y, sobre todo, asumir que no me está gastando la broma menos graciosa de la historia de la humanidad.

—¿Qué? —Es lo único que me sale.

—Ya me has oído: te perdono.

—¿Y tú por qué tienes que perdonarme? ¿Qué te he hecho?

—¡Dejarme de lado!

Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo.

—Oye, Jules... ¿puedo decirte una cosa sin que te enfades?

Nunca ha salido nada bueno después de esa frase.

—¿El qué? —pregunta.

—Haces cosas muy raras. Primero, me dices que tenemos que ser amigas de ciertas personas, después me apartas porque dices que no te sirvo como amiga, ahora vuelves a interesarte en mí... —No puedo evitar soltarlo así, de sopetón—. No entiendo qué te pasa conmigo, con ellas o... contigo misma, pero yo no quiero tener nada que ver con ello. Me gusta estar tranquila.

La primera canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora