Después de mucho tiempo, Francesca regresa a un pequeño pueblo en el estado de Washington para vivir con su padre, Charlie Swan. A sus casi dieciocho años, espera tener un último curso de preparatoria tranquilo.
¿Será prudente la presencia de ocho v...
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El día de la fiesta navideña de Jessica había llegado. Francis realmente tenía ganas de ver a sus amigos y contar con detalle su salida con Jasper. Las chicas no habían sabido mucho de Nick, pero él mandó mensajes diciendo que se encontraba bien y que las veía para la fiesta.
La castaña se vistió con un pantalón de mezclilla ajustado; un suéter navideño color vino, que tenía un Tiranosaurio Rex con un gorro de Santa; se puso las botas para nieve que le regaló Alice, y se colocó por encima un abrigo negro.
Escuchó el claxon del auto de Dakota. Bajó las escaleras y se despidió de su padre, prometiendo llegar temprano.
—¡Hola, chicos! —saludó, al subir al auto en la parte trasera. Sólo estaban Nick y Dakota.
—Hola, Frankenstein.
—¡Fran!
La castaña se puso el cinturón de seguridad y Dakota arrancó el auto. Nick estaba algo serio pero Francis no preguntó, no quería incomodar al albino.
—¿Y tus hermanos, Dakota?
—Fueron en el auto de Adam —respondió, y luego bufó—. El idiota vino a presumir su nuevo vehículo.
Francis rió. Nick intentó sonreír pero le salió una mueca.
—¿Qué auto es? —preguntó Francis.
—Es un Audi no sé qué, muy reciente.
—Lindo —dijo Nick mientras silbaba, se veía menos serio—. ¿En qué trabaja?
—En una empresa, no sé qué es lo que hace pero gana muy buen dinero.
—El Audi es un coche increíble —comentó la castaña.
—Créeme, mi hermano sabe eso —contestó Dakota—. Está insufrible con él. Me vuelve loca.
Francis rió. —Tal vez por eso lo hace.
—Yo lo haría —asintió el albino sonriendo, luego miró a la castaña—. ¿Cómo está ese tobillo, Frankenstein?
—Mucho mejor.
Él rió por primera vez. —Claro, la medicina de Jasper lo arregló.
Dakota soltó una risa, y Francis un sonido de indignación. Ese era el Nick que conocían.
—Cállate, tonto.
Nick miró burlón a Dakota. —¿Oíste eso? No lo negó.
La pelinegra volvió a reír.
—¡Nick!
El albino soltó una risa. —Bien —dijo, alzando las manos—. ¿Lo invitaste a la fiesta?
—Sí —contestó—, pero ya tenía compromisos hoy.
—Bien —dijo Dakota—, hoy nadie te robará de nosotros.
