Después de mucho tiempo, Francesca regresa a un pequeño pueblo en el estado de Washington para vivir con su padre, Charlie Swan. A sus casi dieciocho años, espera tener un último curso de preparatoria tranquilo.
¿Será prudente la presencia de ocho v...
Advertencia: Este capítulo contiene escenas de violencia y trastornos mentales. Leer con responsabilidad.
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Las semanas pasaron rápidamente. Los chicos seguían practicando muy duro y los fines de semana tocaban casi todo el día sin descanso. Gracias a eso, su sonido mejoró bastante, sobre todo la batería, porque Francis le ponía mucho empeño.
La banda ya tenía nombre, Adam sugirió que se llamaran Lewis Slaves o los Esclavos de Lewis, pues era un gusto que compartían los cuatro. Todos eran muy fan del escritor C. S. Lewis, quién fuera el autor de las Crónicas de Narnia.
La castaña estaba preocupada por su hermana. Su relación con Jacob era complicada, pues el chico la estaba evitando deliberadamente. Francis temía que Bella regresara a su estado de inconsciencia como cuando los Cullen se fueron. Así que decidió ir a visitarla el fin de semana, partiría a Forks el sábado justo después de su cita con su psicólogo.
A propósito del psicólogo, Francis tuvo algunos problemas para encontrar tiempo en su apretado horario para la terapia con Darren. A veces iba por las mañanas o a veces ya muy tarde, pero nunca faltaba. Ese día era su cita número cuatro, ya habían acabado la fase de indagación. Por lo que la castaña ya había relatado todos sus sentimientos, emociones, pensamientos, episodios de ira y ataques de ansiedad, incluyendo los que tuvo en Phoenix. Esperaba con anhelo su tratamiento.
Llegó al consultorio de Cook y entró a su despacho.
—Hola, Darren —saludó alegre. Tomó asiento en la silla frente a él.
—Hola, Francesca. Vienes de buen humor —dijo el psicólogo—, eso es bueno.
—Vengo de buen humor porque hoy empezaremos a trabajar en mi tratamiento, ¿no?
Darren sonrió de lado. Ese gesto no le gustó a Francis.
—¿Qué pasa? —preguntó, un poco desilusionada.
—Seré muy sincero contigo, Francesca —comenzó Darren—. Como tú bien sabes ya terminamos la primera fase, recolecté toda la información posible sobre ti.
—Así es —contestó Francis, aún confundida—. ¿Y cuál es el problema?
Darren hizo una pausa dramática. —He llegado a tu diagnóstico —dijo, estudiando su reacción—. Y yo no puedo ayudarte.
—¿Qué? —exclamó la castaña casi gritando.
El psicólogo la miró con atención y se recargó en respaldo. —Lo lamento —dijo sin más.
Francis se enfureció. ¿Cómo que no podía ayudarla? ¡Para eso le pagaba! ¿Acaso era un charlatán? Sintió una ira incontrolable que se apoderaba de ella. Algo poderoso. Fuerte.
Se levantó de su asiento. —¡No me puedes dejar así! —le gritó—. ¡Es tú trabajo, maldita sea!
