«¡Veneranda Atenea, protectora de la ciudad, divina entre las diosas!»

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Homero. Ilíada. CANTO VI.

La luz del sol se filtraba a través de la fina piel de mis párpados y la brisa fresca que se colaba en la habitación traía consigo el arrullo de los pájaros. Me incorporé despacio y aparté algunos mechones que caían de manera descuidada sobre mi rostro, haciéndome cosquillas. El quitón* de lino que cubría mi cuerpo se deslizó despacio por mis muslos cuando me erguí. La piel se me erizó al sentir la frialdad del barro cocido en las plantas de mis pies. Avancé despacio hacia el tocador y tomé asiento frente al mueble en el que se encontraban dispuestos todos mis ungüentos. Mi imagen apareció sobre la superficie de oro del espejo circular de grandes dimensiones que había encima del tablero.

La mirada que me devolvió el objeto me hizo fruncir el ceño. Una emoción extraña me sacudió al comprender que el reflejo que había frente a mí no era yo, sino una chica de bellas facciones. Recorrí el rostro con las yemas de mis dedos, desde la mandíbula hasta el límite de mis cejas. Un rictus angustiado empañaba su —«mi», corregí mentalmente— bello semblante.

Me giré esperando encontrar las paredes pintadas en tonos neutros de la habitación de invitados de Diane, pero eso no fue lo que vi. En su lugar contemplé una estancia con muros estucados cubiertos de representaciones al fresco de escenas animales y vegetales en colores llamativos. En ella se emplazaban varios muebles en madera, de formas sencillas y características sobrias. Oteé la estancia hasta hallar un vano de grandes dimensiones, adornado con ricas telas, en uno de los laterales de la habitación.

«¿Qué...?».

El aire abandonó mis pulmones cuando atravesé el dintel que comunicaba con el balcón. Ante mí se alzaba un vasto mar. La luz del sol refulgía sobre las aguas cristalinas del horizonte, haciendo que los ojos me lagrimeasen a causa de la intensidad del resplandor. El agua y la tierra se fundían en una preciosa playa salpicada por pequeñas construcciones rudimentarias: un campamento.

«Troya».

La puerta de la habitación se abrió a mi espalda y por ella cruzó una mujer. Sus ojos recorrieron la estancia en mi búsqueda hasta que me halló de pie en el exterior. Frunció los labios en un gesto de desaprobación tras revisar mi atuendo de una vistazo rápido.

—¿Aún no te has preparado? Tu padre nos espera.

Yo no había visto a aquella mujer en mi vida, pero sabía perfectamente quién era.

«Hécuba».

—¿Ha habido noticias?

Las palabras abandonaron mis labios sin que pudiese impedirlo. Comprendí que yo era una mera observadora ocupando un cuerpo que no me pertenecía.

—Los hombres creen que ha habido algún tipo de discusión entre Agamenón y Aquiles. Nuestros informantes están tratando de hacer todas las averiguaciones posibles, pero, al parecer, el origen del conflicto ha sido una viuda que tomaron cautiva en Lirneso.

Un escalofrío me recorrió.

—¿Es ese, acaso, el destino que nos espera, madre? —pregunté, desesperada—. ¿Ser concubinas? ¿Simples botines de guerra?

—Por supuesto que no, querida. Nada malo puede ocurrirnos. —Las manos de Hécuba apartaron varios mechones cobrizos de mi frente con ternura—. Nuestras murallas fueron construidas por los mismísimos Apolo y Poseidón.

Aparté sus manos con delicadeza y me volví hacia el exterior para poder observar el campamento griego que llevaba ya nueve años sitiando nuestro hogar.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now