¡Loco, insensato! ¿Quieres perecer?

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Homero. Ilíada. CANTO XV.


Encabezaba la marcha, con Atenea y Ares prácticamente pisándome los talones. A nuestra espalda, como si cerrasen el cortejo divino que conformábamos, avanzaban Apolo, Afrodita, Mel y Diane. Horas antes, mientras se preparaban en completo silencio, imaginé cómo sería el escenario que se desarrollaría ante mí. En ese instante supe, que por mucho que me hubiese esforzado en visualizar la escena, jamás habría conseguido reproducir la realidad. El puerto comercial en el que nos encontrábamos era tan monstruosamente grande que dudé en si conseguiríamos hallar nuestro objetivo.

La respuesta me sobrevino cuando llegamos a él: un enorme almacén de metal al que las inclemencias del tiempo y la humedad le habían jugado una mala pasada. El edificio de chapa era propiedad de Poseidón, con el que no había vuelto a cruzarme desde el altercado en mi apartamento, quien nos había citado allí esa misma mañana. La reacción al encuentro fue de lo más dispar, pero, sin duda, la más analizada fue la mía; que se limitó a un golpeteo constante de la planta de mi pie contra el suelo, incansable e irrefrenable.

Un hombre trajeado nos esperaba junto a la puerta de entrada, que emitió un sonido chirriante cuando el tipo tiró del manillar con vigor, corriéndola hacia la izquierda y permitiéndonos ver el interior del edificio. Apreté los puños con fuerza para evitar que las manos me temblasen irreprimiblemente e inspiré a conciencia. No pude evitar girarme para lanzar un vistazo rápido a mis acompañantes, y más concretamente a Apolo, que me devolvió el gesto sin mover ni un solo músculo. Sin permitir que el miedo me cegase, me encaminé hacia la oscuridad.

El sonido de gotas de agua golpeando contra las tuberías, que parecía reverberar varias octavas por encima de su sonido real, y un olor nauseabundo fue lo primero que nos recibió al llegar. Era enorme, mucho más de lo que podía llegar a intuirse al contemplar la fachada. El suelo, que en el pasado debió lucir limpio y cuidado, ahora estaba salpicado por profundas roturas inundadas de agua putrefacta. Esta salpicaba los muros de chapa, que no estaban mucho mejor conservados, de manera que las humedades ennegrecían ciertos lugares, carcomiéndolos con óxido. El tamaño descomunal del lugar junto con la amplitud y diafanidad causaban que nuestros pasos se escuchasen con una claridad impresionante, uniéndose a la sinfonía que el agua rociada parecía haber impuesto.

Allí, en el centro de la nave había una vieja mesa de ébano cuya pulcritud parecía contrastar sobremanera con el sórdido entorno. Sin embargo, la falta de cohesión entre el escueto mobiliario y la construcción no era ni la mitad de reseñable de lo que lo eran las dos personas que se agrupaban entorno al mueble, a la espera de nuestra llegada.

El primero en atraer mi atención fue alguien a quien conocía muy bien. Poseidón alzó el rostro con soberbia cuando nuestras miradas se encontraron. Su apariencia había variado considerablemente desde nuestro último encuentro, posiblemente debido a que ya no debía fingir ser alguien que no era. La ropa casual que habría lucido en el pasado había sido sustituida por un traje de raya diplomática perfectamente planchado, que dejaba adivinar la complexión atlética de su cuerpo. Junto a él había una mujer morena casi de su altura nos observaba en completo silencio. Algo en su actitud hizo que mis nervios se crispasen, alterados por la violencia que refulgía en su mirar.

—Niños —saludó cuando llegamos a su encuentro. La forma en que pronunció la palabra dejó claro que no guardaba buenos sentimientos—, me alegro tantísimo de veros. Hacía siglos que no estábamos todos juntos, como la familia que somos.

Nadie dijo nada, lo que hizo que una mueca de descontento empañase su bonito y delicado rostro. La mujer se adelantó con intención de acercarse a nosotros. No llegó a dar un paso cuando mis acompañantes cercaron sus posiciones a mi alrededor, protegiéndome de la posible amenaza que podría suponer su presencia.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora