«¿Adónde huyes, confundido con la turba y volviendo la espalda como un cobarde?»

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Homero. Ilíada. CANTO VIII.


La hoja de madera de la puerta se alzaba ante mis ojos, como una metáfora de la distancia entre mí misma y la persona que había al otro lado. Tomé una inspiración profunda y, depositando todo el peso de la bandeja que sostenía sobre mi brazo derecho, golpeé la superficie. Solo me llevó unos segundos escuchar una voz femenina desde el interior:

—Adelante.

Prácticamente haciendo malabares, giré el picaporte metálico y accedí a la habitación que tan bien conocía, pero a la que hacía semanas que no entraba. De un vistazo rápido localicé a Diane, quien parecía absorta en descifrar las palabras que contenía uno de los innumerables papeles que había sobre su mesa de estudio. Repentinamente incapaz de repetir en voz alta las palabras que llevaba practicando desde mi conversación con Apolo, me aclaré la garganta.

—Te he traído algo de comer —anuncié.

Mi voz pareció accionar algo en mi mejor amiga, cuya cabeza se levantó como un resorte, obviando por completo la tarea que tan solo segundos antes la tenía tan concentrada.

—¡Soph! —exclamó tras recuperarse de la aparente sorpresa inicial—. Creí que era mi hermano, perdóname. —Apartó la silla y se puso en pie a toda prisa—. Muchas gracias, no tendrías que haberte molestado. Deja que te ayude.

La diosa tomó la bandeja, librándome de su peso, y me dedicó una sonrisa afable. El corazón se me encogió un poco cuando fui consciente de que ella se sentía tan incómoda en mi presencia, como yo en la suya.

—Gracias —respondí. En el momento en el que mis manos estuvieron libres, una sensación de vacío e incomodidad hizo que las puntas de los dedos me hormigueasen. Junté las manos sobre mi estómago, estrujándomelas—. He pensado que tendrías hambre. Llevas horas aquí encerrada.

—La verdad es que me muero de hambre. —De nuevo aquella sonrisa tensa que tanto me angustiaba—. Muchas gracias.

Aparté la mirada de su rostro, incapaz de seguir apreciando su rictus incómodo. En su lugar, concentré mi atención en los papeles desperdigados sobre la cama de matrimonio. Su contenido era de lo más dispar, e iba desde mapas topográficos hasta informes del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

«Todo esto es culpa tuya», me recordó mi mente traicionera.

La diosa siguió la dirección de mi mirada hasta la infinidad de documentos que, a ciencia cierta, habían llegado a su poder de manera dudosa y se aclaró la garganta.

—¿Quieres sentarte? —preguntó con nerviosismo. A lo que respondí con un asentimiento de cabeza, haciendo que mi amiga corriese a dejar la bandeja sobre la infinidad de papeles del escritorio para liberar espacio sobre su cama. Cuando hubo concluido, me hizo un gesto para que tomase asiento. Algo en el ademán me hizo recordar a su hermano, pero eliminé ese pensamiento tan pronto como había llegado—. Por favor.

Diane se sentó a mi lado y enlazó las manos sobre su regazo, tal y como yo había hecho minutos atrás. En el momento en el que ambas estuvimos sentadas en completo silencio, me arrepentí profundamente de haber seguido el consejo del dios de las plagas. Las palabras de Apolo me habían convencido de que, hablar con mi mejor amiga, era algo que ambas necesitábamos, pero, ¿y si la distancia entre nosotras era insalvable? ¿Y si después de todo lo que había pasado ya no había posibilidad de que nuestra amistad volviese a ser la misma de antes? Abrumada por la situación, estaba a punto de idear una excusa estúpida para abandonar la habitación cuando la diosa habló:

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now