¿Por qué me profetizas una muerte terrible?

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Homero. Ilíada. CANTO XVI.


Abrí los ojos despacio. La sensación era extraña, como si alguien le hubiese añadido un filtro de color a la vida, de manera que los pigmentos parecían haber adquirido una nueva tonalidad. Los gritos se escuchaban por toda la casa, acabando con cualquier posibilidad de descanso. A pesar de ello, no me importó. A fin de cuentas, me encontraba muchísimo mejor tras recuperar la infinidad de horas de sueño pendientes.

La habitación de Diane seguía exactamente igual a cómo la recordaba, aunque había algo distinto en el ambiente que no logré identificar. Seguí la procedencia de aquellas voces, que parecían provenir del salón del apartamento. A trompicones, llegué a la puerta de la habitación, tras un traspiés del que conseguí recuperarme rápidamente. El frescor procedente del pasillo fue lo que necesitaba para recobrar la conciencia sobre mi cuerpo al completo. Los gritos se intensificaron a medida que el fervor de la conversación se acentuaba, permitiéndome reconocer a dos de los causantes de tal alboroto.

—No hay nada que hacer —exclamó la diosa, evidentemente afectada—. ¿Es que no escuchaste sus explicaciones? 

Me asomé al salón, deteniéndome sobre el quicio de la puerta para poder detallar la sala. En ella estaban todos los dioses, pero no estaban solos. Mel y Lizzy también se hallaban allí, mirando la discusión fraternal con resignación.

—¿Entonces vamos a permitirlo? —replicó Apolo a gritos—. ¿Esperaremos de brazos cruzados a que ocurra?

Un silencio sepulcral barrió el ánimo de la sala. Al parecer la pregunta del Dios consiguió evidenciar algo sumamente importante para ellos. Fuera lo que fuese aquello que los tenía así, debía ser muy grave, pues la pena estaba instalada en sus rostros como si esa fuese su residencia permanente.

—¿Qué pasa? —me atreví a preguntar—. ¿Ha ocurrido algo?

Ninguno se animó a contestarme, quizá porque Atenea decidió participar en la conversación. El tono calmado de su interacción contrastaba notablemente con la furia que denotaba el de Apolo.

—Artemisa lleva razón —concordó con pesar—. No podemos hacer nada más.

El llanto de Afrodita rompió la quietud del ambiente. La diosa del amor lloraba desconsolada ante la mirada desesperada de Ares, quien trataba de consolarla sin mucho éxito.

—No puedo creerlo.

Sus clamores desconsolados consiguieron romperme en pedazos. Decidí acercarme a ella para tratar de ayudar al dios de la guerra en su consuelo. Apolo se encaminó hacia la puerta con paso decidido, prácticamente golpeándome en el proceso. Me aparté de él lo suficiente como para evitar que me arrollase en su súbita huida. Artemisa, que hasta ese momento había ocupado un hueco en el sofá, se puso en pie para salir a su encuentro.

—¿Adónde vas?

Hasta ese momento no reparé en las lágrimas que también humedecían su rostro, evidenciando que algo horrible había ocurrido. La inquietud comenzó a tomar cuerpo en mi interior, mostrándose deseosa de conocer qué era aquello tan horrible que les tenía tan compungidos.

—No voy a consentirlo —respondió su gemelo. De un movimiento rápido esquivó a su hermana, aunque se detuvo lo suficiente como para añadir—: No lo haré.

Sin esperar una respuesta, abandonó el salón. Supe que había salido también de la casa cuando la puerta de entrada se cerró con un golpe seco. Indignada por la forma en que trató a mi amiga, viré mi rumbo para colocarme junto a ella. Posé una mano sobre su hombro para tratar de reconfortarla.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora