«Serás tú la primera a quien invocaremos entre las deidades del Olimpo»

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Homero. Ilíada. CANTO X.


Aguardé pacientemente a que las puertas del ascensor se abriesen. Apenas era una mancha blanca informe contra las paredes de acero del cubículo. El calor era sofocante allí dentro; no supe si debido al aumento de las temperaturas o al nerviosismo que hacía que me hormigueasen las puntas de los dedos. Me obligué a enlazar las manos ante mí para evitar seguir toqueteándome la bata. Esta, que durante años había sido una extensión de mi propio cuerpo, parecía ahora un elemento completamente ajeno, incluso dañino. Concentré mi atención en la pantallita azul en la que los números de planta se iban sucediendo con una lentitud pasmosa, crispando aún más mis nervios. La mascarilla quirúrgica que cubría la zona inferior de mi cara y que había comenzado a ser obligatoria incluso en exteriores parecía robarme el oxígeno. Creí que me echaría a llorar allí mismo cuando sonó la campanita que indicaba que había llegado a mi destino.

Durante años, cuando era solo una niña que fantaseaba con dedicarme al mundo de la veterinaria, imaginé que terminaría trabajando en una bonita clínica colorida en la que salvaría a animales de toda índole. El pasillo que había recorrido cada mañana durante el último quinquenio apareció tras las puertas del ascensor, haciendo que la realidad de mi equivocación me golpease con la misma intensidad que lo hizo durante mi primera visita a MíloPharma. Contra todo pronóstico, y a pesar de la creencia popular de que científicos como yo gozábamos del lujo de trabajar en unas instalaciones fascinantes, aquel edificio se encontraba en las antípodas de la modernidad. Así debía ser si queríamos pasar desapercibidos ante el mundo.

En los últimos días, Diane se había dejado la garganta tratando de explicarme que todo estaría tal y como yo lo había dejado antes de marcharme y que, por consiguiente, no debía preocuparme de nada más que de idear una pequeña mentira que justificase mi ausencia. Tras lo que trató de ser una inspiración profunda, eché a andar hacia el lugar en el que sabía que John se ubicaría. El contacto de la goma de mis zapatillas contra el suelo de plaquetas blanco parecía chillar bajo mi peso, anunciando mi inminente llegada. Justo al final, donde el angosto corredor pintado en tonos crema se abría en un pequeño vestíbulo, y sentado tras una mesa de melamina beige, se hallaba mi secretario. El hombre apenas despegó la vista de la pantalla de su ordenador cuando llegué a su encuentro.

—Señorita Argyropoulos —saludó con voz monótona, demasiado concentrado en sus cosas. Con premura, y sin esperar un saludo de vuelta, me entregó una carpetilla beige que parecía haber preparado para mí—. Están esperándola en la Sala 4.

En cuanto aquella información abandonó sus labios, volvió a enfrascarse en sus tareas. Sostuve la carpeta con aire dubitativo, sin saber qué decir. John siempre había sido una persona reservada, pero, siendo completamente sincera, esperaba una actitud diferente por su parte teniendo en cuenta que llevaba semanas sin personarme en el trabajo. Me recompuse tan pronto como pude y llevé la carpeta hacia mi pecho para encaminarme hacia el lugar que me había indicado. No me molesté en preguntarle a qué se debía aquella reunión, porque era más que probable que ni siquiera él lo supiese.

El escáner de iris se demoró más de lo habitual en concederme acceso a la zona restringida: el lugar en el que llevábamos años trabajando para desarrollar la vacuna contra el CHRYS–20. Caminé entre los paneles de cristal que articulaban el interior y que conocía a la perfección tras tantos años. El cartón de la carpeta que llevaba sujeta con firmeza parecía pegárseme a las yemas de los dedos debido al sudor.

«Has hecho esto miles de veces», me recordé. Y no me refería solo a la reunión, sino también a la mentira. La sensación de agobio crecía con cada inspiración, que provocaba que el material de la mascarilla se me pegase a la piel de la zona nasogeniana. Golpeé la puerta con los nudillos al tiempo que miles de justificaciones, desde un pequeño malestar a un periodo de ansiedad provocado por los últimos acontecimientos, danzaban en mi mente, preparándome.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now