Prólogo.

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Es tu culpa maldita ...

Todo es tu culpa, te vendiste a mí por unas cuantas drogas.

-No, por favor, detente.

-Cállate. Esto te pasa por que eres una drogadicta ofrecida.

No.

Detente, por favor.

¡Para, me lastimas!.

Desperté exaltada, hiperventilando para poder encontrar el aire que me faltaba y llenar mis pulmones. Había tenido nuevamente esa pesadilla, y era extraño, pues ya habían pasado varios meses desde aquella noche. Al parecer, la discusión con mis padres la noche anterior había causado repercusiones. 

Pero, en realidad, creo que jamás podría olvidarlo. Era casi imposible.

¡Y en realidad quería olvidarme de todo!. Pero, no podía. Y las estúpidas pesadillas no hacían más que recordarlo todos los días.

Recordar la noche en que se arruinó mi vida. La noche que me dejaría marcada para siempre.

Era irónico saber que antes ni siquiera me preocupaba por las personas que pasaban por esto. Me eran indiferentes en sobremanera.

Pero ya no.

Porque ahora las entendía. Y no deseaba esto a nadie. Ni a mi peor enemigo.

Mentira.

A él le deseaba todo el mal que pudiese contraer.

Deseaba que no pudiera hablar por meses como me había sucedido a mí. Deseaba que los ataques no lo dejaran salir de casa por miedo a que algo sucediera. Deseaba que las pesadillas no lo dejaran dormir por las noches.

Pero, sobre todo, deseaba que donde sea que estuviera, sufriera mucho más que yo.

Porque él no merecía menos.

Él solamente merecía morir.

Deseo cumplido, Adabelle.

Sonreí al escuchar la vocecilla de mi conciencia, y con esa misma satisfacción, me dispuse a tomar mis píldoras para poder dormir en paz, y olvidar la miseria que era mi vida.

Cuando dejes de amarme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora