Capitulo 2 "FELIZ DÍA VONDY 💖"

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- Pronto. Muy pronto. Te lo prometo.
- No entiendo por qué no sacas tus cosas y te vas. No se puede decir que no tengas motivos para divorciarte de él. El adulterio no va a pasarse de moda mientras ande por ahí Diego Bustamante.
- Tengo que hacerlo bien, Facundo. ¿No crees que le debo eso al menos?
- No creo que le debas nada. Ni siquiera es tu esposo ante los ojos de la iglesia ni de la ley - Facundo le insistió.
- ¡Me tengo que ir! - dijo Roberta mirando el reloj de pulsera.
Facundo le rodeó los hombros y la besó efusivamente.
- Te llamaré - le prometió -. Te quiero.
Roberta salió corriendo. Estaba cerca de la peluquería en la que había reservado hora para una larga sesión de masaje. Era demasiado arriesgado encontrarse con Facundo. Y su cabeza le decía que cuanto más tardase en confesarle la verdad a Diego y pedirle el divorcio, más se arriesgaba a que fuese descubierta. Pero, entonces, ¿qué importaría realmente?.
A Diego no le importaba lo que hacía ella. Lo veía una vez al mes cuando él pasaba por Londres, y el año anterior ni siquiera lo había visto con esa frecuencia. A veces Diego le pedía que organizara una cena de negocios. Pero no era frecuente. Había ocurrido pocas veces, y muy espaciadas. Incluso se solía comunicar con ella a través del personal de su empresa, en caso de necesitarlo.
Durante el tiempo que llevaban casados, Diego no la había invitado a salir nunca, ni siquiera la había llevado a una fiesta. Solía llevar a otras mujeres en ese caso, pero a su esposa jamás. Diego dormía en el sala de la casa que había acondicionado para sí. E incluso las pocas noches que habían dormido bajo el mismo techo, lo había oído salir tarde, y regresar al amanecer. Es decir que ni siquiera se podían contar esas noches como compartidas con él.
Por un momento recordó cuánto había llorado y se había preguntado qué había hecho para que las cosas fuesen así, y que podía hacer para atraer su atención. Con rabia, quiso borrar esos recuerdos de su mente. El tiempo se había ocupado de que aquellos tiempos hubiesen quedados sepultados. La joven novia había crecido y era más sabia ahora.
- Lo siento. Me olvidé de la cita - murmuró Roberta en la recepción de la peluquería, y además insistió en pagarla de todos modos.
La propietaria, Maite, le ofreció comenzar con ella una sesión inmediatamente, pero ella se disculpó diciendo que se le hacía tarde, y se sentó a esperar a su peluquero.
- ¡Oh! Señora Bustamante, su guardaespaldas ha dejado un mensaje para usted - le dijo Maite bajando la voz y la cabeza.
Roberta se puso tensa y pálida.
- Tranquilícese - Maite la miró con complicidad -. He dicho que estaba en la sesión de masajes.
- Gracias - ahora Roberta se había puesto colorada.
- Será mejor que le de el mensaje. El señor Bustamante le está esperando en casa.
¿Que Diego qué? Diego la estaba esperando....¿Diego, que nunca la había esperado en cinco años? ¿Diego estaba en casa cuando no lo esperaba hasta la siguiente quincena? Involuntariamente, Roberta se estremeció; se le revolvió el estómago. Sintió terror.
Maite se sentó a su lado, y le dijo:
- Pequeña, vos no sos el tipo de chica para jugar a esto.
- No sé lo que estás...
- Llevas viniendo a este salón desde hace cinco años. Y desde hace dos meses no haces más que ponerte colorada - suspiró -. Y no quisiera pasar a la historia como una estúpida capaz de facilitarle una coartada a la señora Bustamante. Me da la impresión de que tu marido es un tipo capaz de todo a quien haga una falta así. Me dan temblores de sólo pensarlo.
- Lo siento - Roberta se sintió avergonzada.
- Y yo siento no poder ayudarte más, porque ha sido lindo verte feliz por un tiempo.
- ¿Señora Bustamante?- interrumpió Maxi
Roberta miró a Maxi, su guardaespaldas, que proyectaba una sombra grande y oscura sobre ella se puso de pie, Maxi le dió una mirada de desconfianza a Maite, quien se encontraba cerca de la esposa de su jefe secreteando algo.
Tan pronto como se acomodó en la limosina se desmoronó. Maite sabía que ella estaba viendo a alguien. Se sentía tan humillada. Y también se sentía terriblemente culpable. Su peluquera además tenía miedo de verse envuelta en un escándalo matrimonial. Aunque lo cierto era que nada de eso sería posible, ya que Diego no tenía ni la menor idea de lo que hacía ella. Pero la sonriente Maite, que tantas veces se había reído de sus depresiones, estaba sinceramente asustada.
Todo el mundo le tenía miedo a Diego, a pesar de ser tan joven. Y sin embargo ella jamás lo había oído gritar. Durante los primeros tiempos de su matrimonio, Roberta había sentido terror hacia Diego, pero con el tiempo ese terror se había ido difuminando, y adquiriendo la forma real de la indiferencia de Diego hacia ella. Simplemente parecía que Roberta no existía en la escala de seres humanos importantes para Diego. Él se había casado con Roberta para obtener las acciones que su padre le había cedido a ella. Su esposa era parte de un acuerdo de negocios, nada más.
Y sin embargo, ella hubiera jurado que había habido momentos, al principio de la relación, en que Diego la había mirado con odio; un tiempo en que cada palabra de él sonaba como una amenaza hacia ella, cuando la sola presencia de Diego la hacía sentir en peligro. Entonces había aprendido a evitarlo siempre que podía. Había aceptado casarse con ella por las acciones. Pero no obstante el divorcio no parecía ser una idea que lo convenciera. Y esto era algo que Roberta no alcanzaba a comprender.
Y ahora Diego, que no había dado la más mínima señal hacia ella en cinco años, había vuelto a casa y la estaba esperando. Era algo que la ponía nerviosa. Subió los escalones de la enorme casa aferrada a su bolso como si buscase protección en algo.
" La esposa infiel ", pensó con tristeza.
Pero ella no era su esposa en realidad, se recordó, como lo había hecho desde que había conocido a Facundo. Tendría que haberle pedido su libertad mucho tiempo atrás. Pero su padre se hubiese puesto fuera de sí, y se hubiera sentido terriblemente decepcionado.
Roberta se había pasado los primeros diecisiete años de su vida complaciendo a su padre, Martín. Y hacía cinco años, por consejo suyo, se había casado con Diego, y ése había sido el error más grande de su vida. Diego le había quitado la libertad, y no le había dado nada a cambio. Pero todo eso era historia pasada, se recordó a sí misma. Hacía apenas dos meses que su padre había muerto, a causa de una enfermedad que había dañado su salud durante años.
- El señor Bustamante la está esperando en el living - le informó Jaime , el mayordomo.
Roberta se puso más nerviosa aún. Como norma general, ella no veía a Diego hasta la hora de cenar, por lo que sospechó que algo no iba bien......
Diego estaba de pie, cerca de la chimenea recubierta de mármol. Era un hombre lindo, que irradiaba una presencia extremadamente masculina. Alguna vez había sentido que su corazón se estremecía al mirarlo, que se le aflojaban las piernas, y que le costaba pronunciar cualquier palabra frente a él. Ahora en cambio, Roberta lo veía como si entre ellos hubiera una mampara de cristal. Había aprendido a distanciarse de él, como primera medida.
Diego Bustamante, el legendario magnate griego, poseedor de un gran poder y una gran fortuna. Tenía una elegancia natural que aumentaba con el exquisito gusto en la elección de la ropa: zapatos de piel acabados a mano, o un fabuloso traje en tela de mohair y seda. Era un hombre por el que cualquier mujer se moriría, había pensado Roberta.
Y Diego en efecto, era un atractivo hombre, seductor por donde se lo mirase. Un pelo color castaño, la piel dorada, los ojos negros. Y lo sabía, le gustaba que así fuera, y se valía de ello cuando le venía bien. Una vez, aunque ella casi no lo recordaba, ella había sido el blanco de esa energía sensual que irradiaba.
Pero luego todo había cambiado.
Roberta entró en la sala. La tensión flotaba en el ambiente. Los profundos ojos de Diego la miraron detenidamente.
- Tenés corrido el labial................

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