Capitulo 14

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Oyó la voz de Diego, hablando en griego. Pero ella estaba en la cama, ¿cómo era posible? Pestañeo para volver a la realidad.
Luego centró su atención en Diego. Estaba de pie, mirando por la ventana, con un teléfono móvil en una mano. Roberta se sintió
confusa. A su mente acudieron imágenes de la noche anterior.
No podía explicar cómo había ocurrido. Eso era lo peor. Primero le había estado gritando furiosa, y luego...
Mientras se ponía rígida debajo de las sábanas, unos músculos poco familiares se quejaron y una leve molestia le recordó toda la pasión que había surgido entre ambos la noche anterior.
Roberta se sonrojó. De no ser porque Diego estaba presente, hubiera pensado que era un sueño. O una pesadilla...
De pronto sintió cierta identificación con las atractivas chicas que rondaban a Diego, pero ella seguramente esta al final de la lista- pensó.
Porque las chicas de Diego seguramente sabrían en qué se metían. Y ella, en cambio, había sido apartada de su camino sin saber cómo. Había tomado la decisión de abandonar a Diego y eso le había dado fortaleza. Pero entonces él la había llevado a la cama, la había besado, e inexplicablemente la balanza de poder se había inclinado del lado del enemigo. Porque él era el
enemigo. Cualquier persona capaz de reducirla a ese nivel era el enemigo.
Su vista, por otra parte, se recreaba en él. En su cabellera, en sus hombros que dibujaba la tela de su camisa, en las caderas estrechas que en ese momento dibujaban las manos que se metían en los bolsillos del pantalón del traje, en las piernas largas que se separaban levemente. Entonces comprendió cómo había ocurrido.
Se dio cuenta entonces, de que había reprimido toda atracción sexual por Diego, como medida de autodefensa. Pero había sido peor, porque en el momento en que había tenido la libertad de aflorar, lo había hecho con suma intensidad. Se había traicionado a sí misma en brazos de Diego. Como siempre había dicho él que ocurriría.
Sintió ganas de llorar. Pero se abstuvo.
Diego se dio la vuelta, y fue hacia la cama. El depredador le sonrió. Tenía un aire de autocomplacencia, y la miró expresándoselo. Se sentó entonces al borde de la cama, y le dijo:
- Es una mañana estupenda.
Ella oyó la lluvia golpeando en los cristales.
- En Atenas – agregó -. Y si me decis que no vas a venir….. no, no te atreverías. No, después de lo que ha ocurrido anoche.
- Eso fue sexo, nada más – dijo Roberta con gesto severo.
Diego sonrió y bajó la cabeza para decirle:
- Sólo sexo no. Sexo fabuloso, maravilloso, increíble. Si no fuese porque el jet nos está esperando, seguiría en la cama.
- Ayer te he dejado – dijo Roberta con los dientes apretados.
- ¡Dios Mío! Y hoy estamos más cerca que nunca. La vida es impredecible. Pensá en esto como si fuera el primer día de nuestro matrimonio.
- ¡Es lo más nauseabundo que se te puede ocurrir! No quiero ir a Atenas – protestó Roberta.
- Pero lo harás – le dijo él incorporándose -. Mi familia se reunirá para conocerte en casa de mi madre. No me importa si tengo que llevarte a rastras y gritando todo el tiempo. ¡Para que lo sepas, has tomado la decisión anoche!
- Lo has hecho a propósito – se quejó Roberta.
- Sí – contestó él-. Bueno, y ahora, ¿por qué no te vestís? Le di instrucciones a la empleada para que te hiciera el equipaje. Pensé que lo que tuvieras aquí no te serviría para Grecia.
Roberta se incorporó en la cama. Se sentía mal realmente.
Fue al cuarto de baño. Su propia estupidez la había llevado a este suplicio.
Ella había creído estar enamorada de Facundo ¿Había sido Facundo para ella una forma de evasión de su matrimonio? ¿Lo habría utilizado para sentir las fuerzas necesarias para abandonar a Diego? Porque la idea de que alguien la amaba le había dado
fuerzas, le había dado confianza en sí misma.
Facundo no la amaba. Pero, ¿ella lo había amado realmente?
Había sido muy doloroso descubrir que él la había visto solamente una vez como un objetivo rentable. Pero, ¿lo añoraba ella todavía? No. Todo había terminado. No quería volver a ver a Facundo. ¿Lo había amado realmente? ¿O había sido producto de su gran soledad?
El baño estaba caliente. Roberta se sentía débil, indefensa y mareada.
Lo que había sucedido la noche anterior había sido un error incalculable. ¿Debía soportar ahora la vergüenza de seguir al lado de Diego aún a sabiendo de que ella consideraba ese hecho como lo peor que podía ocurrirle?
Reunió fuerzas para ponerse de pie y salió del baño. Entonces se apoyó en la puerta para no caerse. Diego la miró extrañado
y le preguntó:
- ¿Ocurre algo?
- Me parece que tengo gripe. Pero no es nada importante... – respiró hondo y agregó - Me quedo aquí. No volveré con vos.
- No te encuentras bien. No sabes lo que decís – la interrumpió Diego -. Te llevaré yo al coche.
- ¡No! – dijo ella con lágrimas en los ojos, y a punto de desfallecer -. ¿No me has oído? Vos no sos un hombre para mí.
Diego la levantó en brazos al ver que ella se quería apartar de él.
- ¡Por favor! – no podía hacerlo razonar para que la soltara -. No quiero ir con vos. Quiero quedarme aquí.
- ¡Dios! ¿Lo estás esperando, no es así? – preguntó él furioso
Las maletas ya no estaban en la habitación, pudo comprobar ella con horror, mientras Diego abría la puerta de la habitación con una mano y con la otra la sostenía firmemente.
- ¡Déjame ir! –le suplico Roberta
- Si te dejo marchar, te caerás al suelo – dijo él y luego agregó un sonido gutural en griego, con una expresión dura mientras presionaba el botón del ascensor con violencia.
- Quiero el divorcio. ¡No quiero ir a Grecia! – dijo ella con pánico.
- Deberías haberlo pensado anoche – dijo él entrando con ella en brazos al ascensor.
- ¡Fue un error! ¡Bájame!
- No sabes lo que haces ni lo que decís – Diego la sujetó con firmeza, sin siquiera concederle una mirada.
- Sé... – no podía hablar casi. Pero hubiese gritado, de no ser porque había perdido las fuerzas tanto físicas como psíquicas, a cuenta de sus conflictos emocionales -. Te odio – dijo finalmente.
Diego la llevó en brazos hasta el jet y luego la envolvió en una manta. Algo más tarde. Roberta oyó una voz que le resultó familiar.
- ¡Pobrecita! Me da tanta pena – no parecía sincera la mujer.
Reconoció a la azafata que le daba un vaso a Diego, y cuando éste la incorporó para darle un trago, agregó.
- Está fatal...
- Bebe, te hará sentir mejor – la incitó Diego.
No había nada que pudiera hacerla sentir mejor. Diego se estaba aprovechando de su enfermedad. Bebió, porque supuso que ningún argumento le valdría a él. Lo que había hecho él no era mucho menos que un secuestro.
No puedo dejarte sola en el hotel en estas condiciones – murmuró él, como si hubiera leído los pensamientos de ella.
- ¡No te perdonaré jamás! ¡Ojalá te contagies! – titubeó Roberta.
Inesperadamente, Diego se rió, mientras le rodeaba los hombros con sus brazos, como si desafiara el contagio. Diego nunca estaba enfermo. La idea lo divertía, porque tenía una salud de hierro.
A partir de ese momento. Roberta perdió totalmente la noción del tiempo. Tampoco distinguía entre el sueño o la vigilia. ¿Había dormido?
Unas voces en griego le hicieron suponer que habían aterrizado. Sería el aeropuerto, pensó con amargura, y hundiéndose en una espantosa sensación de fracaso.
Una discusión la puso alerta. Alguien la apoyó sobre algún sitio, le levantó la manta, le puso el termómetro en la boca. Sus ojos se fijaron en un cielo raso blanco. Pensó entonces que se había equivocado. No era el aeropuerto. Debía ser un hospital.
Oía la voz de Diego. Parecía enfadado, disgustado. Y la voz que antes parecía enojada, de pronto se había suavizado. Era una voz femenina muy expresiva. Con gran esfuerzo, Roberta giró la cabeza para ver quien era.
Una mujer vestida de blanco estaba rodeada por los brazos de Diego. Ella le acariciaba el pelo y también la cara, y en ese momento se disponía a darle un beso. Roberta cerró los ojos impresionada ante aquella visión…..

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Where stories live. Discover now