Capitulo 36

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Hubiese sido mejor que brindara con champaña y que bailase para festejarlo, en lugar de reaccionar con tal indiferencia.
Al fin y al cabo Diego ya no tenía motivos para seguir fingiendo. Y sin embargo las escenas eróticas del día anterior, la pasión que habían compartido, o que ella había creído que habían compartido..... Pero Diego le había dicho un día que le daba miedo el amor. Había crecido sin amor y había aprendido a vivir sin él. Y así se había convertido en un hombre incapaz de compartir nada, incapaz de sentir para no arriesgar ni un ápice de orgullo.
El papel que Martín le había obligado a representar había llegado a su final.
Roberta sintió escalofríos. Diego le servía en bandeja la libertad que había peleado semanas atrás, él no iba a esperar para desembarazarse de la hija de Martín. Entre lágrimas, pensó que no valía la pena sufrir por un hombre como él......
-Ha estado muy bien cariño.
Cuando Roberta levantó los dedos del piano el atractivo americano que se apoyaba en él no disimuló su admiración hacia ella.
¿Conoces una que es así? -silbó una canción un poco desafinada, y volvió a su asiento, después de que ella le respondiera con una sonrisa.
A esa hora el bar solía estar lleno de gente, y algunos le pedían sus canciones preferidas. No le pagaban bien, pero se las arreglaba para vivir, y además en breve tenía un par de entrevistas de trabajo.
Por lo tanto sobrevivía. Llevaba un mes apartada de la vida de Diego. Había aprendido a estar ocupada todo el tiempo, y así estaba tan cansada que dormía toda la noche sin pensar en nada. Se había apuntado a un curso de informática, miraba los avisos de trabajo del primero al último, y había escrito a varios de los que parecían estar a su alcance. Y todos los días rogaba que fuera un día en el que no pensara en Diego. Pero lamentablemente el tocar el piano no le servía de mucho en ese sentido.
Por lo tanto cuando Roberta alzó la vista y vio a Diego a unos pasos de ella, pensó al principio que no era una imagen real, sino una mala pasada de su fantasía. Siguió tocando, pero sus ojos no se apartaron de él.
- Tocá para mí - dijo Diego.
Roberta había dejado de tocar el piano sin siquiera darse cuenta. Su corazón dio un vuelco. ¿Cómo y por qué le había seguido el rastro?
- Por favor... - murmuró; sonaba extraña esa palabra en él.
- ¿Qué queres que toque? - preguntó Roberta como si se tratase de un cliente cualquiera.
- Cualquier cosa.
- ¿No podes decir el nombre de algún compositor?
- Chopin.
Tocó algo de Bethoveen, porque sabía que le daría igual. Diego se quedó al lado del piano todo el tiempo, algo que a Roberta le molestó.
- ¿Qué queres? - dijo ella, tensa, mientras veía al dueño del establecimiento que los miraba, con recelo por la confianza que se estaba tomando el cliente.
El camarero me ha dicho que a las nueve tenes un descanso.
- No para compartirlo con vos.
Diego había dejado un estuche de joyería forrado en piel sobre el piano.
- Es el collar de tu abuela.
- ¡Lo he vendido!
- Te lo estoy devolviendo.
- ¡No lo quiero! ¡Y quiero que te vayas y que me dejes sola!
- ¿Es este caballero un amigo suyo, señorita Pardo? - el encargado se había acercado a ellos.
- No.
- Si estuviera en su lugar no haría caso a esa mentira - le advirtió Diego al encargado-. Su pianista es mi esposa.
- ¿Es cierto eso?
Roberta hubiera querido gritar que era una farsa, pero estaba segura de que Diego iba a seguir su disputa. Por fin asintió con la cabeza.
- Y está a punto de hacer una pausa... - agregó Diego.
Roberta atravesó el salón hasta la mesa reservada para su uso personal, cerca del bar. Diego se sentó frente a ella y la miró inexpresivamente. Había perdido peso, se le notaba en los rasgos sobresalientes de su cara.
- ¿Cómo me has encontrado?
- Con esfuerzo.
- ¿Qué queres?
- Quería que vieses esto - Diego sacó un papel del bolsillo, y lo extendió ante ella -. Tenes derecho a ello, ¿no?
Era el certificado. Ella no sabía si reírse o llorar. Un certificado en el que ponía que un tal Diego Bustamante había nacido hace veintinueve años, hijo de Emilia, en una clínica Suiza.
No pone nada del padre. Cuando se lo pregunté a Julia me dijo que era un hombre casado, a quien mi madre no había querido nombrar. También me dijeron que Salvador no tenía ni idea de que Emilia tuviese un hijo ilegítimo. Me recordaron también las ventajas que había tenido el que se mantuviera en secreto. La vida que hubiese tenido de no haber permanecido dentro de la familia. También me dijeron que tenía el deber de mantenerme callado y no avergonzar a Emilia con el recuerdo de la relación que nos unía - dijo Diego con severidad.
- ¡Qué cruel!
- Hasta el día en que Martín me mostró esto, yo no tenía la menor idea de que no era hijo de Julia. El engaño me destruyó. En todos esos años nadie me había dicho nada. Quise hablar con Emilia. Quería respuestas a mis preguntas. Tenía derecho a ellas. Pero ella salió corriendo. Y al hacer eso me confirmó lo que Julia me había dicho. Por lo tanto no me acerqué nunca más a ella. Se ponía tan nerviosa...
- Vos la protegiste.
- Por supuesto - dijo él guardando el certificado.
- ¿Has hablado con ella ahora?
- Sí. Y con Salvador. Gracias por haberme aconsejado que lo hiciera.
- Pensé que era mejor que no te lo dijera yo.
- Estoy muy contento con Salvador. Siempre me hubiese gustado tener un padre que me amenazara si disgustaba a mi madre.
Roberta lo miraba sin decir nada.
- ¡Al fin sé a quién salgo! - le dedicó una sonrisa que llegó al alma de Roberta-. Me gusta. Siempre me ha gustado.
- Me alegro de que se haya resuelto todo - murmuró Roberta. Sentía que él quería dedicarle a ella un final feliz, después de que Martín hubiese empezado la historia como una pesadilla.
Se hizo un silencio. Diego miró el reloj.
- No quiero entretenerte más - dijo ella, preguntándose si él oiría el latido de su corazón.
- He comprado una casa en el campo. He puesto a la venta la casa de Londres.
Parecía un buen principio, aunque no entendía su elección. Ella siempre había deseado vivir en el campo, en cambio él no.
- He pensado que quizás quieras venir a...... bueno a verla.
- ¿Por qué?

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