Capitulo 13

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Roberta sabía que no había peor insulto para Diego, y en cierto modo se sentía satisfecha por haberlo disgustado tanto como él a ella.
- ¿Qué estás haciendo?
- Algo que debí hacer hace años - Diego se quitó la camisa dejándola junto a la chaqueta.
- ¿Podes volver a ponerte la ropa, por favor? - dijo Roberta titubeando, y sabía perfectamente que sus palabras sonaban ridículas, un hecho que poco la ayudaba en esa situación.
- ¿Te asusta ver algo que tal vez te guste? ¡Dios! Y pensar que estuve a punto de malgastar mi tiempo en cortejar a mi esposa. ¡Pensar que había pensado en hacer cosas estúpidas, como comprarte flores o invitarte a salir, o...
- ¿Te has vuelto loco?
Antes que pudiera moverse, Diego la había alzado y la había depositado en un diván que había detrás de ella. Se subió encima de ella con tanta rapidez que no le quedó ni la más mínima esperanza de poder escapar. La situación la sobrepasaba.
- Sos mi esposa - la voz de Diego sonó como un gruñido, y por el tono empleado parecía que con esa afirmación estaba justificado.
- ¡Salí de encima! ¡Me estás aplastando! - le gritó Roberta furiosa, rechazándolo con fuerza.- Ve a buscarte un gato de los tuyos. Por lo menos con ellas no necesitarás mentir.
- No miento. ¿Cómo iba a mentir?
Diego se apretó contra ella, metiendo una de sus piernas entre las de ella. Se movía desvergonzadamente, haciéndole notar la dura protuberancia de su masculinidad.
- No es ninguna mentira.
- Sos desagradable. - le dijo ella acalorada, mientras notaba un calor entre sus piernas.
- Te deseo - dijo él hundiendo su boca en la curva del cuello de Roberta.
- ¡No! - dijo Roberta con pánico, a la vez que sentía que una espiral de sensaciones de calor se apoderaba de ella.
Él levantó su cabeza y la miró con deseo. Entonces la besó apasionadamente, con un gesto que indudablemente quería expresar
su posesión sobre ella y un intento por dominarla. Y ella lo sabía perfectamente; y luchaba por no sentir lo que sentía. Pero en cada movimiento de su lengua, él le demostraba que ella quería más y más. Roberta levantó las manos hasta la piel satinada de los hombros de Diego, abrazándolo.
Rodaron por la cama, y él le quitó la camiseta, dejando al descubierto sus senos, que al rozar el pecho de Diego le hicieron articular un gemido salvaje. Un segundo después, ella estaba acostada de espaldas nuevamente, y las manos de él acariciaban las tiernas colinas que había descubierto un momento antes.
Ella cerró los ojos. Le faltaba el aliento, y la había abandonado totalmente su parte racional. La boca de Diego por fin alcanzó los pezones, y ella se arqueó de placer, con una ferocidad que jamás había conocido antes. Su corazón galopaba.
Diego la acariciaba con la lengua y con los dientes, atormentándola con el placer de su boca en los pezones, que ya se habían erguido para él.
Entonces ella dirigió sus propios dedos a la cabellera de Diego, y gimió por la oleada de sensaciones que la invadía.
- Sos mía.- dijo él en un gemido.
De todos modos ella no lo estaba escuchando atentamente. Entonces Roberta alzó la cabeza y tocó la boca sensual de él con sus labios, y luego, de manera más descarada, con la punta de su lengua, imitó inconscientemente lo que él acababa de enseñarle.
Diego se estremeció y aceptó la invitación, reaccionando con una pasión que la desbordó. Los brazos de él la apretaron tan fuerte, que apenas podía respirar.
Rodaron nuevamente, envueltos en una excitación que ninguno de los dos podía controlar.
Roberta oyó el desgarro de la voz de Diego. Ella estaba perdida totalmente en la ola de calor y la fragancia de su cuerpo. Él estaba tan excitado, que su fragancia era como un afrodisíaco que le ponía la piel de gallina. Cada parte de su cuerpo musculoso en contacto con la piel de Roberta la volvía loca de placer. Cada caricia era una incitación a más.
Sus pechos se habían vuelto increíblemente sensibles de pronto, y él jugaba con ella con la maestría erótica que lo caracterizaba. Ella no podía quedarse quieta; no dominaba sus miembros. La ola de deseo se había apoderado de ella. Sus caderas se movían con un ritmo que acababa de descubrir. Una sensación de placer casi intolerable iba creciéndole, hasta que por fin la obligó a pronunciar el nombre de él una y otra vez.
Diego dijo algo en griego y gimió contra su boca roja e hinchada de ella. -"No puedo esperar".
Entonces él entró donde ella más lo deseaba. Le subió las piernas con impaciencia, deslizándose por la tierna bienvenida que ella dispensaba gracias a los preparativos de él. Abrió los ojos grandes, sus ojos claros, intensos de pasión. Podía sentirlo, tan caliente, como suave y duro a la vez y por momentos tan amenazadoramente masculino. Ella buscó los rasgos tensos de la cara de Diego, y por un momento vio en él tal expresión de vulnerabilidad, que su corazón dio un respingo. Y entonces le deseó tanto que casi le dolió.
Él entró en ella lentamente, suavemente, con un gemido ahogado por momentos. Ella sintió un leve dolor, que se le olvidó en medio de una tormenta de desenfrenada pasión que la derritió por completo. Cada vez sentía más, e iba en busca de una nueva satisfacción. Él se movió más rápido. Ella lo abrazó. El corazón de Roberta bombeaba cada vez más rápido, y entonces ocurrió una
explosión de calor y placer que la transportó, dejando su mente en blanco.
S'agapo... s'agapo (traducción del hebreo: te amo... te amo)- le dijo a Roberta penetrando en ella, luego su cuerpo entero tembló, con espasmos de placer, con toda la fuerza de quien por fin se deja arrastrar.
Roberta aún no había vuelto a la tierra, seguía flotando en su propio placer. Se pegó a él, oliendo su fragancia, presionando sus labios sobre los hombros de él. Se fue la luz. Y un silencio cayó sobre los dos. Roberta estaba exhausta, y pasó de la
irrealidad al sueño, con el cuerpo extendió encima de Diego....

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Where stories live. Discover now