Capitulo 19

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- ¡No seas paranoico! - murmuró Roberta. Le empezaba a doler la cabeza.
- No es un riesgo que quiera asumir. Para él, hasta su muerte, vos estabas contenta con ser mi esposa. Y seguramente se aseguró que lo pagase si se me ocurría divorciarme de vos.
De todas las razones que había imaginado para que Diego quisiera seguir unido a ella, la de que estuviera obligado a estar con ella eternamente era la peor. Y tal vez si no fuese porque ya estaba acostumbrado a esa condena, hasta se podría haber planteado que un accidente de ella podría liberarlo.
- Te has puesto pálida-le pregunto preocupado
- Me duele la cabeza.
Recordaba la furia con que había ido a buscarla al hotel. Y se daba cuenta de que no tenía nada que ver con sentimientos personales. Simplemente no podía dejar que lo abandonase.
Ahora se daba cuenta de la verdadera dimensión de los hechos. Comprendía la rabia y el desasosiego que habría sentido él los primeros tiempos de su matrimonio. Y lo que habría deseado que ella enamorase de otra persona en vida de su padre, para que lo dejara libre. Por eso la había acusado de ser estúpidamente fiel, obcecadamente fiel Roberta quiso retirar la bandeja pero Diego se inclinó para ayudarla.
- ¡Puedo sola! - dijo desencajada, pero él ignoró sus palabras.
Una vez que se acomodó nuevamente en la cama, se tapó con la sábana y se puso boca abajo, incapaz de mirarlo siquiera.
Se sentía sin una pizca de orgullo, sin un ápice de vanidad. En unos minutos, Diego había dado vuelta a todo. ¿Qué derecho tenía a pedirle la libertad? Le gustase o no, había sido su capricho por Diego lo que lo había llevado a esa situación. Ni siquiera su padre la habría empujado a casarse con un hombre al que no amaba ni deseaba.
- Estarás más cómoda sin esa bata.
Roberta se puso tensa. Por un momento se había olvidado de que él estaba aún en la habitación.
- Da igual.
- Necesitas descansar, dormir una noche.
- De pronto sintió unas manos que le bajaban la bata, levantaban la sábana, y hacían caer la prenda. Luego volvían a poner la sábana en su sitio.
Diego suspiró.
- Ésta es mi habitación. ¿Te importaría si me traslado nuevamente aquí?
- Ya me voy - dijo Roberta disponiéndose a levantarse.
- Quiero que te quedes.
- ¡Oh! - contestó débilmente.
No encontraba ninguna excusa para negarle que durmiera en su propia cama. La amargura y resentimiento, y la decisión de abandonarlo se habían hecho añicos, pero, sin embargo, ella seguía en medio del terremoto, buscando desesperadamente una excusa para no compartir la cama con él.
Ahora comprendía la razón del cambio de actitud de Diego. Ese día en París había sabido que su libertad era imposible sin el certificado en sus manos. Y se había enfrentado a los hechos: si no podía lograr ser libre, intentaría hacer su prisión lo más llevadera posible. Si no podía casarse con otra mujer... debía encontrar algo positivo en la que ya tenía.
De pronto, Roberta se sintió sin defensas. Ella era la culpable de esa situación. Primero había sido un hombre que había demostrado estar muy interesado en ella, pero luego había tenido una actitud distante y fría en los siguientes encuentros antes de la boda, que a decir verdad habían sido dos. Pero no se lo había imaginado. Estaba loca por él, y se había dicho que serían los negocios que lo preocupaban.
Un ruido la sacó de sus pensamientos. Entonces vio a Diego desvistiéndose. Roberta cerró los ojos, pero escuchaba todos los ruidos, como el del agua de la ducha corriendo. Debía ser un ruido normal en la vida de cualquier mujer casada, menos para ella. Se imaginó el panorama. Toallas húmedas arrojadas a un costado, y todo en desorden.
Una vez había estado en la parte de la casa que habitaba Diego, después de haberse ido él por la mañana, y lo había visto con sus propios ojos. Y había tenido la terrible sensación de que no podían vivir más separados dentro de su matrimonio.
Siempre se había sentido como una extraña en su casa. Jamás había movido un mueble, ni puesto de ninguna manera su firma en algún detalle de la casa.
Aquel día que vio su baño había sido el comienzo de su alejamiento de Diego, Hoy, en cambio, era el día del quebrantamiento de aquel dispositivo para defenderse.
De pronto lo oyó cantar en la ducha. Parecía tan contento...
Al levantar la vista lo vio al lado de la cama, mirándola.
- Vete a dormir - le dijo.
Roberta cerró los ojos. Oyó el suave ruido de la toalla caer de su dorado cuerpo. El colchón se hundió levemente, la sábana se movió y entonces se apagó la luz.
No hubo más que silencio. Roberta estaba acostada, quieta como un cadáver, pero más despierta que nunca sabiendo que iba a dormir con Diego desnudo a unos centimetros de ella. Cada movimiento de él la alarmaba y le aumentaba la tensión.
Tibia y relajada Roberta se movió lentamente, y el cuerpo a su lado, se tensó. Abrió los ojos claros y se encontró con unos ojos oscuros. Su mirada intensa la dejó turbada. Sintió un vuelco en el corazón, un calor en aumento. Se encontraba mareada, sin aliento, y con la sensación de haber perdido toda racionalidad.
La punta de un dedo se posó sobre el labio de ella.
- Abrí la boca. Quiero probar cómo sabes - le susurró Diego con ansiedad...

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