Capitulo 11

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- Te has quedado como si necesitaras un trago, un trago fuerte.
Con asombrosa calma, Diego se puso de pie y fue a servirle un coñac. Se lo puso enfrente, sobre la mesa y se fue hacia la chimenea.
- No es posible que hables en serio - le dijo Roberta con la boca seca.
- Aparte de tu árbol genealógico, que deja bastante que desear, vos sos una esposa perfecta, lo que yo busco en una esposa.
- Perdóname, pero no puedo creer lo que dices.
- Sos linda, atractiva, y ya eres mía desde antes - dijo sonriendo -. Y no he encontrado a otra con la mitad de las
cualidades que vos reunis.
- Gracias, pero no, gracias - Roberta no podía entender su sarcasmo, y su proposición la dejaba perpleja.
- No he dicho que tuvieras derecho a rechazar mi proposición. Y estoy dispuesto a ser razonable. Lo he demostrado anoche.
Podría haberte tirado en la cama y...
- ¡No! - Roberta se puso rígida en la silla.
- Pero no lo he hecho. Te he dado tiempo como para que te hagas a la idea. No pretendo que te comportes como si los cinco pasados años no hubiesen existido.
- Yo.....Amo a Facundo.
- Y yo espero no volver a oír su nombre. Te lo advierto. Te tolero un error, pero no más.
- ¡No podes hacerme eso! ¡No podes amenazarme!
- No era una amenaza. Si te saltas las barreras que he trazado, tendrás que atenerte a las consecuencias. Y no digas que no te he avisado. No pienses que porque he sido tolerante anoche lo volveré a ser.
- No podes obligarme a estar con vos.
- Intenta saltarte las barreras, y verás. Y no te engañes con que has encontrado el verdadero amor. Velasco tiene una larga trayectoria en el arte de cazar mujeres ricas.
- ¡Si ni siquiera sabía que yo era rica! - gritó Roberta furiosa.
- Hasta un ciego lo vería. Mira las joyas que llevas, la ropa que usas. ¿Por qué crees que vas con guardaespaldas? Sos una
invitación para cualquier asaltante. La pulsera que llevas puesta vale más de lo que cualquiera de ellos pudiera ganar en toda su vida. Y no creo que se imagine que vas a donar toda tu herencia.
- ¿De verdad?
- ¿Es que queres conservarla? ¿Las ganancias de todo el dolor y amargura que causó a sus víctimas?
Roberta estaba descompuesta por las palabras que oía. Con una mirada de desprecio se dio la vuelta y se alejó de él.
- Volverás a Londres y harás el equipaje. Nos vamos a Grecia en cuarenta y ocho horas.
- ¿A Grecia?
- Sí. Ya es hora de que conozcas a mi familia.
- ¡De ningún modo seguiré casada con vos, y de ninguna manera me iré a Grecia!
- Ve a darte una buena ducha, y piensa mientras tanto cuáles son tus opciones - le aconsejó Diego secamente -. Y cuando termines, piensa entonces cuánto has pensado en Velasco anoche, cuando estabas en mis brazos.
- ¡Cerdo! - era una palabra que no le gustaba a Roberta pero le salió espontáneamente, sin pensarlo.
- ¿Y por qué me llamas así?
Roberta se quedó paralizada ante la mirada de hielo de él.
- ¿Por qué? - insistió él.
- Bueno, ¿y por qué no, si lo sos? - por fin dijo ella.
- Puedo soportarlo - hizo una pausa y agregó. - Cielo, podemos formar un buen matrimonio. Pensalo.
- Debes de estar bromeando y para vos soy Roberta.
- Sé que queres seguir con el papel de víctima, le has tomado simpatía, pero te estoy pidiendo que nos des una oportunidad- le dijo muy sereno mirándola.
Roberta podía adivinar en los rasgos de Diego la tensión de un orgullo doblegado, como si en la proposición que acababa de hacer de algún modo lo perdiese.
Roberta no quiso verse afectada por el cambio emocional en Diego. Por lo que, en silencio, se alejó de él rápidamente.
- Roberta, ¿queres la información que tengo de Velasco?
Roberta sintió que se le revolvía el estómago. ¡Dios, Diego no tenía escrúpulos! ¿Cómo había averiguado tantísimas cosas acerca de Facundo la noche anterior? Los datos personales sobre Facundo podrían ser ciertos, pero lo demás no eran más que mentiras. El tipo de mentiras que Diego podía inventar cuando estaba dispuesto a lograr un objetivo. Y estaba claro que quería rebajar a
Facundo, y que ella perdiera la fe que había depositado en él. Pero Diego no se daba cuenta de lo fuerte que era ese amor.
¿Qué sabía el sobre el amor? Jamás lo había tenido en cuenta, ni para casarse ni para sus relaciones extramatrimoniales.
Diego no podía comprender su relación con Facundo. Facundo la escuchaba, la animaba, estaba interesado en ella, la cuidaba. Y no
estaba dispuesta a perder la oportunidad que la vida le había dado de amar y ser amada.
Diego podía encontrar muchas mujeres que pudieran cumplir los requisitos de una esposa para él. Una esposa linda, atractiva, incluso una esposa que cerrara los ojos ante las infidelidades, algo que las mujeres, según él, no podían comprender.
Durante el vuelo a Londres un dolor de cabeza intenso se apoderó de ella. Atravesó el aeropuerto a tientas, y prácticamente llegó arrastrándose hasta su casa. La empleada, al verla llegar con esa cara, rápidamente cerró las cortinas y la ayudó a acostarse. En la soledad, Roberta lloró amargamente, sin pensar en nada, simplemente lloró y lloró.
A la mañana siguiente se sintió fuerte otra vez. Y fue capaz de hacer planes y cumplirlos. La única joya que tenía que le pertenecía enteramente era un collar de diamantes que había pertenecido a su abuela materna. Era lo único que podía ayudarla a conseguir la libertad. Necesitaba dinero para vivir hasta que se acostumbrase al cambio y pudiera ver qué podía hacer. Y si bien sabía que iba a ser una sorpresa para Diego, no dudaba que sería una tarea difícil para ella adaptarse a la nueva
situación.
Al salir de casa de Diego, Roberta no llevaba nada de lo que perteneciera a su antigua vida: ni tarjetas de crédito, ni joyas, ni trajes de noche. No tenía derecho al dinero de Diego, ni a que él la mantuviera. Después de todo, no había sido su esposa de verdad. Entonces, ¿por qué iba a pedir el divorcio de él, si podía pedir la anulacion matrimonial? Su matrimonio había sido producto del chantaje. Su disolución iba a ser muy sencilla seguramente.
Vendió el collar de su abuela en una joyería. Le dio pena, y se sintió culpable por ello. Pero esperaba que su madre, si la veía desde arriba, la comprendiera.
Nuevamente en casa, buscó en los armarios la ropa más sencilla que tenía, jeans, polleras. Buscaría un hotel pequeño hasta que pudiera encontrar algo más barato para vivir. Y después buscaría trabajo, cualquier trabajo. De ninguna manera sería,
como había dicho Diego, como un recién nacido desprotegido.
En ese instante, sonó el teléfono interno. Era Jaime, informándole de que tenía una visita abajo esperándola. Un tal señor Velasco. ¿Había ido Facundo a su casa? Roberta no podía creerlo. Como no había llamado la noche antes, ella había creído que él no se encontraría en casa, y había intentado llamarlo más tarde, sin dar con él, cuando había tomado la decisión de abandonar a Diego.
Facundo estaba de pie en el living, mirando un cuadro de Picasso, el pintor preferido de Diego.
- ¡No tendrías que haber venido!
- ¿Es auténtico? - preguntó Facundo señalando el cuadro.
- Sí - tenía tantas cosas que contarle que no sabía por dónde empezar. Y además, no sabía qué cosas contarle y qué cosas reservarse. Notaba que, absurdamente, tenía un cierto sentimiento de lealtad hacia Diego. No le gustaba ver a Facundo en casa
de Diego. No le parecía bien, simplemente. Y tal vez por ello no podía echarse en sus brazos.
- Me han dicho anoche que no estabas en casa, cuando te he llamado.
- Pero estaba.
- ¿Sería Diego el responsable de que le hubiesen dicho eso a Facundo? ¿Significaba que a partir de ese momento sus llamadas iban a ser controladas y censuradas? De todos modos ya no importaba. Se iría de allí.
- Le he dicho a Diego que quiero el divorcio. Hoy me voy de esta casa.
Facundo sonrió, atravesó la alfombra del salón y le dijo:
- Amor ¡es fantástico!
Cuando intentó besarla, Roberta se apartó nerviosa.
- No, aquí no. No me parece bien.
Facundo se rió y dijo:
- Espero que te sientas mejor en mi departamento esta noche.
- Facundo, no me voy a vivir con vos......

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Where stories live. Discover now