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Y ahí estaba yo, sentada en el parque, con una flor en la mano, decidiendo si ir a la casa de la señora que mi madre había conocido hace un mes en la tienda de ropa o simplemente ir al cine viejo a ver una película de romance antiguo.

Parecía que al principio solo sería una simple amistad pasajera, en cambio cuando mi madre me hablo de que al día siguiente iría a la casa, me reí. Pero justo cuando llegue de la escuela estaban las dos tomando el té.

Mi mamá no era tan social debido a su situación de invidente, en cambio tenía sólo cuatro amigas que son increíbles—una incluso, siempre me llevaba una rebanada de pastel de chocolate cada viernes—y la señora Jackson sin duda alguna era un Ángel.

Una tarde la señora Samantha Jackson nos contó sobre la situación de su hijo, al parecer este había tenido un accidente automovilístico dejándolo ciego y con ello sus ganas de vivir. Por lo poco que nos había contado sonaba a esas películas que te hacían llorar. Aunque en realidad yo siempre me enojaba cada vez que hablaba de su hijo, el chico de plano quería morir sin siquiera intentar vivir.

Pero también el corazón se me estrujaba en el pecho, por el dolor de aquella mujer y en un arranque mi madre se ofreció a que yo ayudaría a su hijo, yo solo asentí sin pensarlo bien.

Y ahora mismo me arrepentía, la escuela, las tareas, la pastelería y los cursos de piano, me tenían muy ocupada. Apenas y tendría tiempo para mí.

Yo sabía "Sentir y disfrutar" del mundo como lo hacía mi madre. Sabia moverme sin la necesidad de ocupar mis ojos y esto lo asimilaba como "mate" manejando de reversa. Recuerdo perfectamente como jugaba con mi madre, ella me vendaba los ojos y me enseñaba a ver el fascinante mundo de la sensibilidad, el tacto, el olfato y al mismo tiempo disfrutaba de cada aprendizaje nuevo. Esto lo hizo ya que mis padres temían a que con el tiempo quedara ciega, sin embargo, eso nunca pasó.

Mi padre siempre se divertía, debido a que me estresaba demasiado, sin embargo, él me animaba a seguir intentándolo, gracias a mi papá el "No puedo" solo era una pequeña palabra sin sentido para mí.

Y ahora mismo si mi padre me viera decidiendo con los pétalos de una flor, definitivamente me regañaría y después me diría que intentara a ayudar a ese niño. Sonreí tocando mi cadenita con el dije de colibrí, mi padre me lo había regalo una semana antes de que falleciera.

Tal vez me había comprometido con solo un asentimiento, pero tenía que cumplir con mi palabra e intentar enseñarle al hijo de Samantha, absolutamente todo lo que yo sabía.

Pude distinguir el número de la casa y me quite los audífonos. Sin duda alguna no sé cómo es que mi madre había conocido a Samantha en un supermercado, cuando a simple vista se veía que la señora estaba viviendo en lujos. "La casita" como había dicho ella, en realidad era una mansión.

En qué problema me había metido.

Intente peinar con mis dedos mi cabello, pero fue imposible. Mi cabello nunca podría verse decente, si tan solo la señora, hubiera dicho las cosas más claras, hubiera venido un poco más presentable, ahora solo tenía que resignarme.

Toque el timbre de "la casita" y aguarde unos segundos antes de encontrarme con la amable Samantha.

—¡Hola Nicole!, pensé que no vendrías—Su voz parecía aliviada.

Si tan solo supiera que en realidad no iba a venir.

Sonreí—Siento tardar, había un poco de tráfico.

—¡Oh tranquila!, pasa querida, estas en tu casa.

¡Mansión señora, Mansión!

Le agradecí antes de entrar a la casa tras ella titubeante.

Se volvió hacia mí un instante. Por un segundo vi el miedo en su mirada y comencé a ponerme nerviosa. Espero que se haya arrepentido, aunque sería una pena, había gastado mucho dinero y nuestra situación económica, no nos permitía darnos salidas casi al otro lado de la ciudad donde por supuesto era más caro.

Así que tenía que tomar de mis ahorros para la Universidad, algo muy dentro de mí, me decía que valdría la pena todo lo que estaba sacrificando.

—Ulises es un chico,—Puso las manos en la cintura y después suspiro, ahora sí que tenía miedo—Él tan solo tiene un carácter especial.

Intente sonreír, pero estaba segura de que me había salido una mueca.

Me esperaba un poco más de motivación de parte de la señora, sin embargo, la entendía. Estaba por enfrentarme a un chico sin rumbo, tal vez tan solo sea un niño mimado.

Rápidamente aleje todos esos pensamientos.

Estaba aquí y mi objetivo era darle primero una paliza al tal Ulises por querer morirse, ya después le enseñaría a ver, tal y como lo hizo mi madre conmigo.

—Tranquila, puedo manejarlo—Sonreí alzando mis dos pulgares.

La señora Samantha sonrió ante mi gesto infantil y ambas subimos las escaleras.

El silencio me ponía los pelos de punta. Nuestros pasos eran amortiguados por la alfombra del suelo.

Por lo que podía observar, la mansión, si que era de lujo, pero principalmente parecía que estaba en mi casa, había esa tranquilidad y paz, el amor de un hogar. Nos detuvimos frente a una puerta de madera negra con un dibujo de guitarra, Samantha toco la puerta, pero nadie respondió.

Quizá el niño se había fugado.

—¿Ulises? —Titubeo.

Guardamos silencio, el cual me pareció eterno, pero nadie hablo.

Sí, el chico se había fugado.

—Ulises, se que estas adentro —Samantha tenía la mano en el picaporte, en cualquier momento abriría—¿Puedo pasar?

—No necesito nada, vete—Dijo una voz ronca desde el interior de la habitación.

—Ulises, por favor...—Pude notar como la voz de Samantha se quebraba.

El silencio lo invadió todo.

Este chico sí que estaba algo raro, es su madre, si supiera que hace de todo solo para que él sea normal.

Samantha me miro y abrió la puerta lentamente asomando la cabeza por el pequeño espacio. Articuló algo que no pude entender y luego me miro.

Yo la mire expectante y negó con la cabeza.

—No quiere visitas—Me dijo en un susurro para que él no nos escuchara. —Lo siento tanto Nicole.

Cerró la puerta y nos dirigimos a las escaleras. Pude observar que aguantaba las lágrimas, no podía dejar a esta mujer así, tenía que ir y enfrentar a ese niño.

Di media vuelta y regresé a la puerta, la cual abrí con brusquedad.

Estaba molesta.

Me quede congelada.

Esto no podía estar pasándome a mí.

Esperaba a un niño no mayor de trece años, pero en esa habitación solo estaba un chico más o menos de mi edad. Sus ojos eran algo raros, no recordaba cómo es que se le llamaba a eso, pero el chiste que tenía un ojo azul y el otro café claro, perdidos en la nada, su cabello negro caía sobre su frente y su piel blanca contrastaba con sus labios rosados.

Su expresión de confusión era casi igual que la mía.

—¿Mamá? —Pregunto con una voz totalmente ronca, mientras miraba hacia a todos lados.

Quería hablar pero las palabras no me salían, ahora mismos deseaba aparecer en el cine y evitar esta sorpresa.

—¿Mamá eres tú? —Volvió a preguntar, mientras yo soltaba el aire que había estado reteniendo.

Esto sí que sería un problema y de los grandes.

Aunque No Pueda Verte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora