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—¡Melissa, joder!, ¡Toca la puerta! —Ulises estaba ligeramente ruborizado mientras buscaba algo con qué cubrirse.

Yo no podía apartar mi vista de él. Era tan,
Insoportablemente perfecto. Su abdomen era plano pero podían verse las finas líneas que delataban que se ejercitaba con frecuencia. Su pecho firme estaba cubierto por una pequeña y fina capa de agua sin secar, su espalda era angulosa y ancha pero terminaba en unas estrechas caderas. Sus piernas lucían poderosas y sus brazos, de los cuales se marcaban algunos tatuajes que no pude ver correctamente en ése momento, se marcaban con pequeñas líneas de músculos mientras se estiraba torpemente para alcanzar sus vaqueros.

Me llevé las manos a la cara ruborizándome por completo después de haberlo examinado con la mirada y salí torpemente de la habitación segura de que estaba completamente roja de la vergüenza.

Melissa no paraba de reír como loca mientras escuchaba como discutía con su hermano.

Tras varios minutos de escucharlos murmurar dentro de la habitación, Melissa salió y canturreó en mi dirección —Ya puedes pasar.

Mi corazón me dio un vuelco y me regañé a mi misma por no mantenerme tranquila.
Entré a la habitación y pude encontrar a un Ulises enfundado en una playera de manga larga y unos vaqueros negros.

—Hola —¿Era mi imaginación o estaba ruborizado aún?

—Hola —dije en voz baja cruzándome de brazos.

—¿Cómo estás? —dijo mientras se ponía de pie de la cama y caminaba hacia mi.

—Bien. —me tensé al verlo acercarse cada vez más.

Él se paró justo frente a mi y su figura se impuso ante la mía. Era casi dos cabezas, más alto que yo. Su mano grande y fría se deslizó por mi mejilla lentamente y cerré los ojos ante su contacto.
—Te extrañé —susurró con su voz ronca.

Me estremecí cuando su pulgar paseó por encima de mis labios entreabiertos. Los suyos lucían más rojos que de costumbre. Me obligué a dar un paso hacia atrás para liberarme de su contacto y me aclaré la garganta diciendo con la voz entrecortada —Hoy comenzamos con el
Braille.

Su mano cayó a su costado y me saqué la mochila de la espalda mientras sacaba un libro con la escritura básica del Braille, la escritura de los ciegos.

Comenzamos a trabajar. Ulises estaba completamente concentrado en lo que le estaba explicando acerca de las figuras que hacían las letras sobre el papel. Su ceño estaba fruncido en concentración mientras yo no paraba de hablar y de hacerlo decirme el abecedario en braille.

Al cabo de casi dos horas, ya había podido leer unas cuantas palabras sencillas.

Un relámpago me hizo pegar un salto del miedo. Odiaba las tormentas.

—Será mejor que me vaya —dije guardando apresuradamente mis cosas en la mochila. —.
Te dejaré el libro para que practiques.

Él lo tomó con dedos trémulos y yo caminé a la puerta de la habitación. El aguacero se dejó caer en un segundo y maldije en voz baja mientras bajaba las escaleras. Eran casi las diez de la noche.

—¡No puedes irte así!, ¡Vas a llegar empapada a la parada del autobús! —me regañó Samantha. —, te llevaré a casa.—Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta.

Corrimos hacia el auto y nos trepamos con rapidez.

Samantha arrancó el auto saliendo al camino. Al llegar a la avenida en la esquina vi con horror como un río de agua corría ferozmente. Un horrible ventarrón meció el auto haciéndonos chillar del miedo mientras un árbol se balanceaba antes de caer sobre la avenida principal. Esa que me llevaba a casa.

Aunque No Pueda Verte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora