Cuatro años después.
Bogotá, Colombia.
Encendió la televisión y se puso cómoda en el sofá, su serie favorita estaba a punto de empezar y como era sábado, tenía todo el tiempo del mundo para verla, con una rica Coca-Cola y una súper taza de palomitas se entretuvo por horas. Pocas veces eran los momentos que podía descansar, pero cuando lo hacía lo disfrutaba al máximo.
Se disponía a ver otro capítulo más de su serie favorita, "caminando con los muertos" un ruido llamó su atención y dejando las palomitas en la mesita del televisor, corrió al cuarto de su hija.
— Me puedes explicar, ¿qué estás haciendo? ―Dijo cuando la vio escalar el tocador cajón por cajón, mientras sacaba la ropa y la tiraba al piso.
— Yo quiero jugar con las muñecas ―dijo esta, sin ni siquiera voltear a verla.
— ¡Victoria! ¡Por todos los santos, te vas a caer! ―Gritó, cuando esta sin importar nada arrojó sus muñecas al suelo y se tiró encima de la montaña de ropa limpia que había dejado abajo.
— No me golpeé, mi ropa es suave ―respondió esta, mostrando que no se había hecho daño.
— Vic, ¿qué te he dicho yo acerca de desordenar tu habitación?
— Que las niñas bonitas son ordenadas.
— ¿Y cómo ves el cuarto? ―Preguntó.
Trataba de hacerle entender a su hija de cuatro años que no debe tirarlo todo.
— Mi cuarto está lindo, mamita.
— ¿Lindo? ― Preguntó está tratando de portarse firme.
Que concepto tan raro tiene mi hija de lo lindo ―pensó con ironía.
— Si, a mí me gusta así.
— Mira Vic, a la mamá no le gusta así ―dijo esta, en tono conciliador.
— Entonces que mamá lo arregle ―respondió encogiéndose de hombros.
— ¿Qué yo lo arregle? ―Repitió incrédula.
Cada día estaba más sorprendida por todas las cosas con las que salía su hija.
— Sí a la mamá no le gusta, la mamá arregla, pero como a Vic le gusta, ella lo deja así.
— Pero la mamá es la que manda y dice que no juegas hasta que tu cuarto esté impecable.
— No mami, tú eres grande, tú lo arreglas, yo pequeñísima yo juego ―dijo esta, mientras cogía su muñeca favorita y salía corriendo de lugar.
— ¡Victoria! ―Gritó mientras sonreía.
Su hija era su todo, pero a veces era imposible.
Después de buscar a la niña y entre las dos recoger el desorden, Melissa se olvidó de su serie y juntas se pusieron a ver Peter Pan; Vic, amaba esa película y todo lo relacionado con las hadas. Con el tiempo, a Melissa le llegaron a gustar también, aunque la verdad no tuvo más opción, era la única manera de que su hada de las nieves rebelde, dejara de destruir y congelarlo todo.
Desde que se enteró que estaba embarazada su vida dio un giro total, dejó de ser esa persona fiestera y despreocupada de la vida, para centrarse en ella, su hija. Al comienzo, nada fue fácil y menos al perder por un tiempo el apoyo de sus padres, ya que cuando nació la pequeña, estos se mudaron a Bogotá un mes, pero duraron más de dos meses y fue casi imposible sacarlos de su apartamento y hacer que volvieran a Cartagena. A ella le gustaba mucho su independencia y privacidad, eso que tener a todos en su casa a todas horas y todo el tiempo, la llegaban a desesperar un poco, a pesar de que todos les daban amor y cuidaban de ella, la niña era su responsabilidad. Eso lo tenía muy claro.