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Había pasado poco más de un mes, y no estaba de más decir que las cosas se pusieron feas.

Una temporada de lluvias desencadenó distintas tragedias naturales en cada distrito de las tres murallas. Sólo el largo recorrido a cada uno de ellas era bastante seguro, pues no había grandes edificaciones que se podían derrumbar.

Ese era el problema de Mikasa hoy.

Pues ella estaba mudándose.

Un gran árbol que creció en los comienzos de la isla Paradise había caído exactamente sobre el edificio donde ella humildemente vivía.

Bueno, si a eso se le podía llamar vivir.

Sasha le había sugerido mudarse a Dauper por un tiempo con ella, pero Mikasa no podía permitirse el estar lejos de su trabajo, o peor, que por su tardanza la despidieran. Afortunadamente para la chica de cabello ébano, una de las más agradables compañías que ella podía desear estaba junto a ella.

Su madre porfin se había dignado a visitarla.

Y en qué buen momento.

Misaki golpeó la puerta cuando ella estaba por bajar con algunas cajas llenas de cosas. Ella dejó caer la caja y abrazo a su madre, podía jurar que casi lloraba.

Había pasado bastante tiempo desde la última vez que la vió.

Iban de camino su nueva habitación ahora, Mikasa reía y su madre le comentaba con gestos graciosos las más fervientes hazañas de su hermano Falco. Había una nueva familia en el vecindario, una mujer de edad y una niña. Su nombre era Gabi, y desde que la conoció, estaba haciendo todo lo posible para llamar la atención de esta y cuidar sus pasos.

Qué inesperada situación.

Al llegar, con la luz del día en todo su esplendor, Mikasa noto que el lugar era mucho más agradable de lo que pensó. Al principio pensó que le quedaría muy lejos del trabajo, pero las ventanas de la cocina le mostraron que aquel lugar que frecuentaba tanto, estaba cruzando unos cuantos callejones llenos de tiendas, qué inesperado.

Era una vista encantadora.

En la pequeña esquina izquierda que era la cocina, justo arriba del lavabo y la estufa, se hallaba una ventana de considerable tamaño. Sus puertas eran plegables, hechas de madera y con reluciente cristal.

Para haberlo rentado por tan bajo precio, este lugar tenía que tener algo escondido. Pero lo averiguaría con el pasar de los días.

Justo había notado algo.

Al asomar su cabeza por la ventana, si miraba a su derecha, se extendía un árbol joven, pintaba a ser frondoso. Con ramas y finas hojas pobladas. Pero lo que más le llamó la atención fue que, en aquel inmenso árbol que inflingía sombra, se hallaba un pequeño nido de golondrinas.

Ella se quedó mirando la encantadora escena, hipnotizada.

El pequeño pájaro quien recién había volado devuelta a su nido, giro la cabeza en confusión y se le quedó mirando.

Ella río, y se dedicó a desempacar su cosas.

Un viernes de la siguiente semana, tomó sus harapos y se fue a casa.

Apenas había terminado de acomodar el lugarcito donde se había instalado. Y ya que la delincuencia estaba a flor de piel, había dejado todo muy bien asegurado, y rezaba porque al llegar no se hallará con una sorpresa.

𝑴𝒆 𝒂𝒏𝒅 𝑴𝒚 𝑯𝒖𝒔𝒃𝒂𝒏𝒅.♡Where stories live. Discover now