―Doctor Ramón, antes de entrar, ¿sabe lo que está a punto de ver?―preguntó Euquerio.

― ¿Cómo no voy a saber? Si expresamente a esto he venido, no me estará tomando por un ignorante, ¿verdad?

―No lo digo por eso, sino que es solo una advertencia, no pongo en duda su extenso conocimiento en cuanto a la muerte se refiere.

― ¿Advertencia?―intentaba mirar de reojo a las catacumbas que yacían detrás del rector de la universidad, no lo consiguió solo veía un largo pasillo iluminado hecho de piedra. Su contenido estaba oculto por el cuerpo del profesor y por las puertas negras carbonizadas que estaban entreabiertas.

―Quizá no haya escuchado sobre las cosas que se dice, pasan aquí―dijo estirando los labios.

―Si se refiere a cosas sobrenaturales, déjeme decirle que no creo en esas cosas, he estado en contacto constante con la muerte y jamás de los jamases he vivido algo que se pueda considerar fuera del alcance del entendimiento humano, sé que puedo lidiar con momias, cosa que como seguramente ya sabe, he hecho antes―presumió de sus logros.

―Pues yo tampoco es que crea en eso, y yo tampoco soy un hombre que guste de pasar mi tiempo con seres inanimados, me gusta mucho más estar en contacto con gente que respire y sea capaz de articular palabras―lo miró con severidad―. Pero sabe bien que la gente aquí, y en todo México, es muy supersticiosa y a veces pecan de habladoras, casi poniendo en duda la existencia de la ciencia.

―Lo sé, he vivido eso muchas veces, no obstante, no debe preocuparse por mí, le digo que de verdad no creo en esas patrañas.

―Eso espero, y ojalá no se me raje ya entrado en materia―se mofó.

―Yo nunca me rajo―espetó.

―Bien, entonces, entremos y le daré un tour por el lugar―le hizo un movimiento de manos con un claro: Sígame.

Euquerio entró primero recorriendo un poco las puertas y dejando al descubierto lo que había adentro. Había unas cuantas parejas de enamorados sacándose fotos con las momias que se encontraban a los costados de todo el largo pasillo iluminado con foquitos que titilaban casi al punto de estallar. Más visitantes se veían torcer la vuelta por el fondo y otros regresando para salir de aquel recinto mortuorio que, sin duda, a más de alguno le ponía el cuero de gallina. Algunos jóvenes también salieron discutiendo la experiencia que habían vivido ese día y además de reírse fuerte por las bromas que hacían, sus risas retumbaban, hacían eco y parecían perderse entre las propias momias. La pared se extendía a lo alto y terminaba formando un arco en la unión con la otra pared, su material de construcción eran piedras de tamaños variados y disparejos que Ramón pensaba que habían colocado con un adherente bastante potente para que adquirieran esa forma, estaban colocadas como todo un rompecabezas.

Los pasos de los caminantes hacían un ruido seco que se intensificaba si las mujeres llevaban tacones (tampoco ellos se quedaban atrás pues sus elegantes zapatos contaban con un pequeño tacón como aditamento debajo del talón y emulaba a la perfección el sonido del tacón femenino).

Las momias por su parte, ahí estaban, inertes, tangibles pero un aura etérea se podía sentir al pasar cerca de ellas. Sus expresiones eran lo que más sorprendía pues dejaban para la posteridad un recuerdo de lo que fue su muerte, quizá se podía adivinar su último pensamiento antes de estirar la pata. Esos rostros expresivos se repetían en todos los ejemplares, bocas abiertas con diferentes posiciones de cabeza, como si hubieran sufrido bastante, otras permanecían cabizbajas con una expresión de alguien que pudo tener una muerte privilegiada y a lo mejor, indolora pues sus rostros no reflejaban expresiones algunas. Por su parte, enseñaban los dientes, como si sonrieran y en sus momentos finales estuvieran desafiando a la muerte y diciéndole, "ven por mí, miedo no te tengo". Otras características de aquellos seres eran las posiciones de sus extremidades, unas momias tenían las manos rectas y estiradas hacia abajo como si la relajación hubiera sido el estado que predominó, otras las tenían en el pecho cruzadas como muchos de los muertos que él ya había visto cuando llegaban a la morgue, incluso más adelante hubo una que le sorprendió pues tenía las manos engarruñadas en dirección del pecho como si hubiese arañado su ataúd mientras estuvo encerrado, quizá había sido enterrado vivo, ya mejor no quiso preguntar.

UN MISTERIO EN GUANAJUATOWhere stories live. Discover now