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No mucho tiempo después, Ernesto entró mostrando una firme posición cargada de seguridad porque creía que recibiría un trato especial por parte de su viejo camarada. Saludó pero no recibió la respuesta esperada. El detective era conocido por sus capacidades deductivas, no por su sentimentalismo o facilidad de expresar sentimientos.

―Me gustaría agradecerle por acudir a mi llamada.

―No me iba a perder de un nuevo caso para documentar en mi tan laureada carrera. Estoy empezando a escudriñar―se vanaglorió.

― ¿Ha llegado a una conclusión?―acercó la silla como si el detective fuera a contar algún chisme.

―Aléjese un poco, no me gusta que la gente se me acerque mucho, hasta los amigos podrían tener un cuchillo bajo el brazo, no es nada personal―le detuvo y el pobre guardia arrastró la silla de nuevo a su sitio―. Sí, hay una conclusión temprana, sin embargo, no desvelaré mis cartas aún, el juego continúa y faltan dos noches más. Comencemos con el protocolo, dígame su nombre, ocupación y dirección.

―Ernesto Esparza, policía perteneciente a la gendarmería municipal y guardia de seguridad del museo, vivo por la calle San Judas número diez―dijo sin oponer resistencia.

―Bueno, conozco muchos detalles y ahora quiero escuchar su versión ya que usted le dará dirección al caso ya que fue el intermediario entre un pasillo y otro. Cuénteme lo que recuerde de su día de guardia junto a Inocencio, sea enfático en sus expresiones y movimientos.

―Inocencio actuó de la manera más profesional posible, como siempre lo hace, no hay nada que reprochar―dijo como alguien que de verdad admira―. Lo único que puedo recalcar de él es que estuvo un poco distante, lo cual atribuí a la presencia de tanto joven, él odia a los jóvenes.

― ¿De verdad? A diferencia de usted que está medio blandengue, ese hombre podría romperle la quijada a cualquiera.

―Sí; siempre me ha dado algo de miedo, pero lo admiro porque fue quien me ha enseñado mucho de mi oficio, ¿desconfía de él?

―Me temo que si le ha enseñado su oficio, creo que han de cojear de la misma pata, desconfío un poco de su profesionalismo, aunque, como le había expuesto, no quiero ahondar mucho en el tema―se volvió a sentar en el escritorio con las piernas cruzadas―. Cuénteme, ¿Qué sucedió a las ocho de la noche de ese día?

― ¿Ocho? Me parece que fue cuando Juan salió de aquí.

―Sí, sí; las historias de terror se pusieron buenas, ¿verdad?

―Entonces le han contado de lo que hablamos. Justo se habló de lo sucedido antes de mi llegada a trabajar aquí, lo relacionado a las momias.

― ¿Cuánto lleva trabajando aquí, mi estimado cornudo?―soltó una carcajada que no sentó nada bien al policía.

―Cómo... ¿Cómo sabe eso?―estaba molesto, pero sorprendido de que su vida privada fuera del conocimiento del detective.

―Su madre es de lengua muy suelta, pobre de mi amigo, yo por eso nunca he confiado en las mujeres―le mostró la mano y no llevaba ningún aditamento en ella, haciendo alusión a la falta de anillos―. También lo corroboré porque ya no lleva anillo de compromiso, ¿Qué se le va a hacer? Conteste a mi pregunta.

―Ah...―un poco nervioso contestó: ―. Un mes. Antes de éste trabajo era parte de una pequeña división de seguridad vial.

―Entonces, antes de ingresar, ¿nadie le había contado nada sobre las supuestas cosas que pasaban aquí?

UN MISTERIO EN GUANAJUATOOnde histórias criam vida. Descubra agora