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―Ni una palabra de lo sucedido, Juan―Ramón reprendió a su chofer mientras iban rumbo al museo de las momias por la mañana.

―Está bien, jefe, la verdad ya ni estoy seguro de lo que vi―dio la vuelta por una calle y frenó ya que un carro se pasó el alto.

―Es normal, fue solo la confusión del momento, no podemos descartar que Inocencio haya tropezado, Si fuese verdad lo que me cuenta y se haya presenciado una criatura espectral en aquellas condiciones, cualquier persona pensante gritaría a todo pulmón, cosa que no sucedió, asunto zanjado... ¡Cuidado!―otro coche se atravesó.

―Sí patrón, puede ser. ¿Cómo le fue en su investigación?

―Un éxito, mi tesis está agarrando forma, estoy obteniendo datos muy interesantes y excelsas comparaciones entre todo lo que conozco del tema, éste será un hito en la historia forense, y ¿cómo no? A mi carrera profesional―se dio golpecitos en el pecho.

― (Presumido a más no poder) ¿Y con Eulalia?―lo miró con picardía y haciendo una cara exageradamente fruncida.

―Déjeme decirle que es una muchacha muy interesante e inteligente, la he invitado a la estudiantina en la noche, después de la investigación.

―Mucha suerte con eso (definitivamente cae primero un hablador que un cojo).

Al llegar al museo, un par de patrullas de policía con las luces rojas y azules encendidas estaban aparcadas afuera, Ramón pensó que su tranquilidad estaría acabada. Se hizo público el caso de la momia desaparecida que él trataba de olvidar e incluso, justificar y su chofer le hizo enojar aún más cuando le dijo que Euquerio y un par de hombres más estaban conversando con los gendarmes. Con todo el disgusto del mundo, se estacionaron y bajaron.

―Ah, los hombres que esperaba―el profesor se acercó y levantó los brazos para recibirlos. Con él, su séquito conformado por dos corpulentos hombres cuya constitución fisionómica advertía pertenecer al oficio de la albañilería. Brazos fuertes, de una piel tostada por el sol y una panza prominente, no olvidando pues, que las caguamas formaban una parte muy importante de su hidratación. Uno en especial fue el que llamó la atención ya que no dejaba de tocarse la parte más alta del hombro, incluso, teniendo un vendaje sangrante que cubría alguna herida, así como un poco más abajo, portar un horroroso tatuaje de una calavera, que por la manera en la que se barría la tinta, significaba habérselo hecho mucho tiempo atrás―. Tristes fueron las noticias que recibí por parte de Inocencio y Ernesto―un tono pesaroso predominaba en su sentir.

―Con que, ¿se ha enterado?―el doctor hizo una larga inflexión.

―Claro que me he enterado, es una pena no haber recibido de ustedes semejante información―comentó a manera de reproche.

―Pensábamos decírselo en cuanto lo viéramos, sin embargo, se nos han adelantado.

―No se preocupen, entiendo muy bien. Supongo que las leyendas eran ciertas―su rostro se oscureció y miró al suelo empedrado.

―No me dirá que un hombre instruido como usted cree en supersticiones, es imposible que las momias se levanten y cobren vida, tanto desde el punto de vista médico como del religioso.

―Me estoy orillando a creerlo, no había nadie más en el recinto más que ustedes, ya habían cerrado e Inocencio hizo un largo recorrido para asegurarse que nadie se haya quedado. ¡Las momias despertaron!―sentenció con dureza.

―Me niego a creerlo.

―Niéguese lo que quiera, esto ya ha pasado antes y seguirá pasando. Si me permite la observación, muchas de ellas se han negado a morir, salen y vuelven. No le sorprenda tener de vuelta al espécimen que ha huido. Por cierto, los daños a la momia que cayó al suelo son irreparables por lo que fue retirada al instante, una pena absoluta―hizo una pausa―. Lo único que espero es que lo sucedido no le haya hecho cambiar de opinión en cuanto a continuar con la investigación.

UN MISTERIO EN GUANAJUATOحيث تعيش القصص. اكتشف الآن