― ¿Cómo se encuentra, Eulalia?―el doctor preguntó a la muchacha, la cual iba agarrada de su brazo.

―Un poco mareada aún―sus pasos eran algo torpes y de tanto en tanto, se agarraba de las paredes al entrar a los callejones estrechos de la ciudad. Aún tenía las marcas en el cuello.

― ¿Gusta algún alimento o bebida?

―Solo quiero pasar lo que queda de este día con usted. ¿Escucha? La música está cerca.

Y no mentía, el sonido de las guitarras combinadas con el de las panderetas resonaban por el callejón.

Hasta el final, la calle continuaba y la procesión de gente ya seguía a los jóvenes músicos por lo que decidieron unírseles.

Tal tuna estaba conformada por estudiantes de la universidad que vestían a la española, con un jubón acolchado en los brazos, pantaloncillos ajustados, capas, medias, zapatos con hebilla y un bicornio con plumas blancas. Tenían habilidades en múltiples instrumentos, sumadas a la capacidad de usarlos mientras caminaban, entre ellos, las antes mencionadas guitarras, mandolinas, bandurrias y panderetas. Bellas y animadas tonadas de origen español fueron tocadas durante el trayecto y obviamente, disfrutadas por la pareja que estaba dispuesta a pasar una noche inolvidable después del desafortunado evento en el museo.

El público se animaba más cuando el que parecía ser el orquestador del modesto grupo, hacía que se parara la peregrinación y que en un arranque de animosidad en la parte más instrumental de la canción, se ponía a bailar y a girar tomando equilibrio en un solo pie digno del movimiento de cualquier peonza, así como dar saltos ágiles que formaban parte de la muy estudiada coreografía.

El camino continuó con el mismo ímpetu. Se estaban tocando las últimas melodías cuando se acercaban al edificio principal de la universidad que fiel al estilo colonial de la arquitectura, éste no tenía nada del creciente modernismo. Se pararon enfrente de la larga escalinata que dirigía a la entrada del edificio y Ramón vio subiéndola a alguien que asemejó con Euquerio, cosa que no había errado, justamente era el profesor aquel hombre, iba acompañado por una mujer de chal negro que también estaba seguro en conocer, aunque gracias al ajetreo de los días, no podía recordarlo.

―Eulalia, ¿ya vio?―con la cabeza, indicó a las escaleras―. El profe.

― ¿Qué hace aquí? ¿De verdad está casado?

―No lo sé, jamás mencionó a una esposa, por lo que supuse que no la tendría. Usted debería de saber, es rector en su universidad.

―Pues no lo sé, es un hombre muy enigmático que siempre está metido en su oficina, nunca lo vi salir con nadie―dijo ella sosteniéndose de uno de los pilarcillos que marcaban el inicio de la escalera.

―Me dan ganas de espiarlo, me da muy mala espina.

―No, espere―lo jaló del traje para evitar que hiciera una locura―. Bajarán, podremos seguirlos.

―Buena idea, hay que esperarlos por ahí―apuntó a un pequeño hueco a la derecha de las escaleras.

El profesor y la mujer habían subido a la mitad de la escalinata, hablaban de una manera muy íntima e inaudible, ella se acercaba a él y lo tomaba de las manos. No duraron mucho enfrascados en plática cuando después de un beso en la frente por parte de Euquerio, se dispusieron a bajar.

―No escuché nada―se asomó Eulalia―. Pero mire, pobre mujer.

― ¿Pobre?―preguntó el doctor, extrañadísimo.

―Está muy raquítica, tan delgada que da miedo, mire lo demacrado de su rostro, se ve más vieja que el profesor.

―Déjeme ver―se posicionó en el mismo lugar que ella―. Vaya, debe de estar sufriendo una grave enfermedad degenerativa, no es normal ese nivel de delgadez.

―Quizá está haciendo bien en llevarla de paseo.

―Si tan solo pudiera saber qué enfermedad tiene, o al menos sus síntomas―su curiosidad había emitido una ruidosa alerta roja.

Se mantuvieron en posición y en la cabeza del doctor estaban vagando múltiples afecciones que hacían posible aquella figura, cosa que no pudo deducir pues la cantidad de enfermedades que enumeró en unos pocos segundos fueron demasiadas para decir solo una.

El profesor se aferraba a la mujer para que no tuviera dificultades en bajar. Ella se veía temblorosa y algo distraída. Pasaron de largo y dieron la vuelta por la calle de la izquierda que constaba de otros callejones estrechos.

― ¿Sería prudente seguirlos?―preguntó la muchacha.

―No, no obstante, hay que hacerlo―afirmó Ramón.

Se pusieron a cierta distancia de los objetivos y notaron otra vez algo extraño en la esquelética mujer. Se tocaba el brazo izquierdo con la mano, en el lado que el chal ocultaba, así como que sus pasos eran muy cortos, caminando con los pies casi juntos. Se acercaron tanto que pudieron oír la conversación.

―Amor mío, la muerte viene―dijo la mujer un tanto extasiada. ¿La muerte? ¿De verdad eso dijo?

―No diga eso, no tiene por qué...―replicó Euquerio con enojo.

―Viene, ella viene―una voz maquinal provenía de ella y Ramón pudo sacar algunas conjeturas que no externaría allí―y necesita mucho más de mí.

―Mujer...―el profesor, al ser una persona muy sensitiva pudo darse cuenta de que algo estaba fuera de lo común, así que volteó y vio a la pareja que los seguía―. ¡Ah, señores! No esperaba encontrarlos aquí, que grata sorpresa.

―Claro, una sorpresa, ¿ella es su esposa?―cuestionó el doctor de repente ya que fue lo único que llegó a su cabeza.

―Así es, no se las había presentado, Rosa Jiménez―la presentó.

―Buenas noches, caballeros―su postura y palabras cambiaron por completo, aunque su fisionomía seguía estando en un estado deplorable―. ¿Son amigos de mi amado esposo?

―Trabajamos en una misma investigación―contestó la joven.

―Las momias, sí, me lo había contado, entonces usted debe ser Salvatierra y usted Goya―apuntó a uno y luego al otro.

―Lo somos señora Rosa, un placer conocerla (una mirada gatuna y fiera, tanto como agresiva, esto no me gusta).

―El placer es mío.

―Disculpen si no la había presentado antes, ha estado un poco enferma y pensé que un romántico paseo por los callejones la alegraría―repuso Euquerio―. No ha salido desde hace ya algún tiempo.

―Lo entendemos señor, si gusta, aunque mi profesión no sea la de un doctor general, pudiera darle un diagnóstico, fui pupilo del gran doctor Villanueva en paz descanse―ofreció la más desinteresada ayuda.

―Muchas gracias, señor mío, pero ya estoy en vías de recuperación y mi enfermedad ya ha sido detectada con anterioridad―respondió con su clásico tono maquinal y en un completo bajo cero. No se podía distinguir si hubo algún sentimiento.

―Si nos disculpan, continuaremos con nuestro trayecto. Mañana a la misma hora los espero en el museo.

―Cuente con ello, señor.

Y después de ese incómodo momento que sirvió como despedida, se perdieron de vista en los oscuros pasadizos. La pareja quedó totalmente perpleja de lo que acababan de escuchar. Posterior a eso, se separaron y volvieron cada quien a sus destinos. En el hotel, esperaba Juan que veía en la enorme televisión de bulbo, el partido de la selección mexicana, un amistoso contra Bélgica, el cual, le estaba acomodando una tunda al conjunto tricolor. Platicaron de lo ocurrido, donde Ramón afirmaba haber visto a Rosa antes, el día que llegaron al museo, cosa que ponía en duda por su poca concentración en cosas que no le interesaban, así como que llegaron a una conclusión de que la mujer estaba padeciendo una enfermedad degenerativa, ¿pero cuál?

UN MISTERIO EN GUANAJUATOWhere stories live. Discover now